Dos papas santos
Las virtudes franciscanas en la sede de Pedro
La pobreza, la humildad, la obediencia y el espíritu de catolicidad y apostolado se encontraban presentes en la figura de Juan XXIII
En 1964 Luigi Santucci escribía: «Creo que el mayor discípulo de San Francisco, de un siglo a esta parte, ha sido sólo un Papa: el Papa Roncalli». El escritor se expresó de esta manera no porque Juan XXIII fuera definido como el Papa bueno, sino porque era realmente un «franciscano». De hecho, en su discurso de 16 de abril de 1959 en San Juan de Letrán, con motivo del 750 aniversario de la aprobación de la Regla de San Francisco, se presentó así a los miembros de la orden franciscana seglar: «Ego sum Ioseph: frater vester. Con ternura, me encanta decirlo. Lo soy desde jovencito, cuando con apenas catorce años, el 1 de marzo de 1896, fui admitido regularmente... Y nos encanta bendecir al Señor por esta gracia que nos ha concedido».
En varios pasajes del «Diario del Alma», en sus cartas y en sus discursos, ha reivindicado esa pertenencia, afirmando que le había causado «grandes ventajas espirituales», sobre todo, permitiéndole pasar «de Evangelio a la vida y de la vida al Evangelio». Esto es evidente en muchos aspectos de su vida, en su forma de hablar, de recordar, de relacionarse con los demás; en una palabra, lo que aflora de sus virtudes «franciscanas». Fiel seguidor de San Francisco de Asís, «una figura que le encantó siempre», le imitó en la pobreza, que elogia en varios discursos. Por encima de todo, la vivió incluso cuando fue llamado a ocupar posiciones de prestigio. «Nacido pobre, pero de gente honrada y humilde –escribió en su testamento–, y me siento especialmente feliz de morir pobre. Agradezco a Dios esta gracia de la pobreza de la que hice voto en mi juventud, pobreza de espíritu y pobreza real que me sostuvo para no pedir nunca nada, ni puestos, ni dinero, ni favores, nunca, ni para mí, ni para mis parientes o amigos». La pobreza, señaló en «Diario del alma», «me hace parecerme a Jesús pobre y a San Francisco». En Juan XXIII la pobreza se une a una gran humildad. «Si supierais –confesaba– cómo evito ser llamado Santo Padre... Ante Dios todos somos sus pequeños hijos. Yo me considero un saco vacío que queda lleno por el Espíritu». No es casualidad que uno de los primeros santos franciscanos canonizado por el Papa Juan XXIII fuera un «modestísimo hermano laico de los hermanos menores», San Carlos de Sezze. El Papa Roncalli poseía otra virtud típicamente franciscana, la obediencia: siempre estaba a disposición de todas las tareas que se le daban («El Santo Padre dispone de mi humilde persona en perfecta libertad de espíritu ...»); haciendo especial hincapié en la dimensión eclesial de su obediencia. De hecho, siempre en su discurso de 1959, el Papa Juan XXIII unía la obediencia al hecho de que Francisco buscara la aprobación del Papa Inocencio del estilo de vida que le había sugerido el Señor: vivir según el Evangelio, «siempre sujeto y postrado a los pies de la Iglesia, estable en la fe católica» (Regla, 12, 4). Es decir, para el franciscano el voto de obediencia es ante todo obediencia «al Papa y a la Iglesia -escribió en "Diario del Alma"-, y entonces al hermano Francisco en todos sus sucesores». Para Roncalli, Francisco, pobre y humilde, es también un heraldo de la paz. De ahí su afición al lema franciscano: «Pax et bonum»; de ahí sus múltiples reflexiones, contenidas principalmente en «Diario del Alma», sobre la concepción de la paz en San Francisco; y de ahí su «modus operandi»: la bondad que reinaba en el corazón del Papa bueno se traducía en un amor incondicional hacia todos. Esa bondad no procedía de su carácter bonachón, sino que surgía de una virtud probada.
Por último, ¿qué decir del «atributo y característica fundamental de todo hermano en San Francisco? El espíritu de catolicidad y apostolado –decía el Papa Juan XXIII en su discurso del 16 de abril 1959– que Francisco le presentó a sus contemporáneos lo dejó en herencia luego a sus hermanos, después de haberlo establecido como un precepto en la santa regla». Esta dimensión de la catolicidad y este espíritu misionero del Papa Roncalli se aprecian en todos sus viajes a Oriente y Occidente. Sobre todo en su voluntad de poner el Concilio Vaticano II, que él iba a inaugurar, bajo la protección de San Francisco, que muchos siglos atrás había sido capaz de promover una profunda renovación de la Iglesia. Con ocasión de la peregrinación a Asís, el 4 de mayo de 1962, entre otras cosas, dijo: «¡Oh, ciudad santa de Asís, conocida en todo el mundo por el mero hecho de haber dado a luz al "Poverello", el santo de todo seráfico en ardor.». Estas palabras revelan la gran veneración que Juan XXIII guardaba por el padre San Francisco, con su deseo de vivir con sencillez según el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, que logró revolucionar la Iglesia.
* Secretario del arzobispo de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las sociedades de vida apostólica. Artículo cedido por «L'Osservatore Romano»
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