Semana Santa

Los capellanes que besan los pies a los condenados

Como el Papa, los sacerdotes de prisiones celebran hoy el Jueves Santo entre reclusos: «Hay que humanizar este mundo»

La Razón
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En unas horas, Francisco celebrará la misa «in Coena Domini» junto a los internos de la Institución Penitenciaria para Jóvenes de Casal del Marmo. En la eucaristía lavará los pies a 12 elegidos de entre los reclusos del centro, ya visitado anteriormente por Benedicto XVI y Juan Pablo II. Lo cierto es que esta cárcel de menores es conocida por la Curia romana desde tiempo atrás debido al apostolado que, durante años, llevó a cabo entre sus muros Agostino Casaroli, secretario de Estado Vaticano de Juan Pablo II. Todos los sábados por la tarde, el cardenal cogía el autobús y se presentaba en Casal del Marmo. Incluso Juan XXIII conocía del trabajo del prelado, tanto, que llegó a pedirle que no abandonara nunca esa tarea pastoral con los jóvenes reclusos. Esta historia fue contada por Bergoglio en 2008 durante una homilía, una historia que puede ser la raíz del deseo de Francisco de pasar el día del amor fraterno entre estos jóvenes desfavorecidos.

«El Papa sabe que un hombre en una prisión es la persona más necesitada. Francisco está convencido de que el preso es el pobre más pobre porque carece de lo más importante: la libertad». Quien dice esto es Paulino Alonso, un religioso trinitario dedicado a la pastoral penitenciaria desde hace 20 años. Primero, lo hizo en la prisión de Carabanchel y ahora funge como capellán en la de Soto del Real junto a otros dos sacerdotes. Él mismo ha celebrado la Semana Santa en numerosas ocasiones junto a los reclusos y también, como parte del rito del lavatorio, ha besado sus pies.

«Lavo los pies a once internos y a un voluntario. Les impresiona mucho que te agaches y les laves los pies, pero lo que más les impacta es el beso», asegura. A Paulino, no le gusta referirse a los internos como «presos», «me resulta despectivo –dice–, son manías». Manías o un escrupuloso respeto por unas personas con las que pasa todas las tardes de la semana y con las que comparte sufrimientos y las pocas alegrías de quien está privado de libertad. «Lo primero que hago es estar, esa es mi primera misión. En la cárcel se puede hacer de todo: desde confesar, a charlar o jugar una partida de cartas hasta compartir un café». Pese a los «galones» ganados después de 20 años pastoreando en prisión, Paulino cuenta que todavía le resulta duro ver a las personas privadas de libertad, a «tiarrones que han cometido 20 delitos» correr a abrazarle como si fueran niños porque necesitan afecto y atención.

Ese cariño que los capellanes y voluntarios les brindan, es devuelto por los reclusos en forma de asistencia masiva a las cuatro misas que se celebran en la cárcel cada fin de semana. En alguna de ellas se ha hablado incluso de todo lo acontecido tras la renuncia de Benedicto XVI y de la elección del Papa Francisco. «Paulino, ¿imagina usted a Francisco lavando los pies a los internos de Soto del Real?» –preguntamos al capellán–, «me lo imagino y me gustaría mucho verlo aquí. Más de uno de los internos me ha pedido que, si viene el Papa a España, intente que pase por aquí, y yo les he dicho que lo intentaré... ¡claro que lo intentaré!», contesta rápidamente y a continuación explica: «En la cárcel hay gente que necesita su palabra, su estímulo y su ejemplo».

20 años con reclusos

De la misma opinión es Ramón Martínez, también capellán de prisiones desde hace 20 años, en concreto, de Alcalá Meco. «Si quiere venir el Papa, lo recibiremos con las puertas abiertas, aunque suene paradójico porque hablamos de la cárcel», indica el sacerdote que, conociendo a tantos internos que a lo largo de 20 años han pasado por la prisión, imagina la emoción de los doce muchachos a los que Francisco lavará los pies. «Deben de estar alucinados. El Papa tiene el don de la cercanía porque le sale del corazón. Encuentra a Cristo en el prójimo y lo ama porque ha cultivado esa dimensión», asegura. Ramón es testigo de los sinsabores de la vida entre muros y también de las trabas para normalizar la vida fuera de ellos. Además de su tarea pastoral en la prisión, vive en un piso de acogida cedido por el Obispado de Alcalá junto con reclusos que disfrutan de permiso pero que no tienen una familia a la que visitar durante los mismos.

«Lo que pretendemos es humanizar este mundo. Yo estoy contento de poder hacerlo pese a las experiencias duras, mirando al Crucificado, uno tira ''pa'lante'' porque aquí nos necesitan como agua de mayo», comenta a la vez que concluye nuestra conversación contándonos la anécdota de un joven preso que, tras insistirle en que la Iglesia debía vender sus joyas para paliar el hambre del mundo, ahora ha cambiado de opinión y se muestra entusiasmado con Francisco. «Los reclusos se sienten próximos a él por sus gestos. Ven lo que les hemos contado, que Jesús se hizo carne para estar con los que la sociedad considera ''los peores''».

Paulino aAlonso, Soto del Real

«Hay mucha tarea por hacer, podría trabajar durante 24 horas seguidas»

«Estar en la cárcel es mi camino», asegura Paulino que, fiel al carisma Trinitario de romper las cadenas del oprimido, se confiesa feliz del trabajo al que se dedica. Lleva en Soto del Real desde el año 1998. Seis años antes ya comenzó a ayudar a los más necesitados en el Comedor Ave María, en pleno centro de Madrid. Las mañanas son para el comedor, las tardes, para la cárcel. «Hay mucha tarea en los dos sitios, podría trabajar 24 horas», asegura. Acaba de hacer la compra para la cena que celebrará este jueves con 45 usuarios del comedor: «Les vamos a preparar un plato de pasta». La «feligresía» del comedor la componen 360 personas a las que diariamente se les da el desayuno. La de la prisión supera las 1.600 almas. Y ambos lugares están conectados, dentro del proyecto del comedor entra la atención a la cárcel de Soto. «Les llevamos ropa o les damos una pequeña asignación simplemente para un café gracias a gente que nos ayuda».

Ramón martínez, Alcalá Meco

«Intentamos mejorar la conexión entre la sociedad y la cárcel»

Ramón Martínez atiende a los reclusos de la cárcel de Alcalá Meco desde 1993. «Este verano cumpliré los 20 años», apunta, la mitad de sus vida como sacerdote. Ha pasado por parroquias de barrios obreros muy humildes y ahora se dedica casi por entero a la pastoral penitenciaria. «Un compañero que estaba en la cárcel me comentó que necesitaba apoyo. Acepté y hablamos con el obispo». Con mucho esfuerzo saca adelante el piso de acogida para presos con permisos porque «desde hace dos años no recibimos ninguna ayuda». «Intentamos que haya más conexión entre la cárcel y la sociedad. Nuestra labor es ser puente», indica, pero muchas veces no se produce el milagro. «Aunque cuando se produce casi no te puedes parar a saborearlo y rezarlo para dar gracias a Dios porque el trabajo se acumula y cada día hay que atender a muchos»; a muchos, tantos como 400 reclusos a los que ayuda a superar la amargura de permanecer entre rejas.