Benedicto XVI

Una entrega sin límites

La Razón
La RazónLa Razón

En estas horas del final de un pontificado y el comienzo del ministerio petrino del nuevo pontífice, es inevitable hacer balance del corto, pero intenso, reinado de Benedicto XVI. En realidad, el balance no puede ser otro que el de una inmensa gratitud por la entrega sin límites, hasta el final, del romano pontífice. Una gratitud que comienza por haber devuelto al mundo la confianza en la fe en Cristo y en la persona del Salvador, pero, también, haber devuelto a muchos intelectuales la confianza en la razón. En su pontificado se ha avanzado tanto en el diálogo entre fe y razón, como entre la fe y la ciencia. Sobre todo, hemos conocido a un Papa que buscaba la verdad con todas sus fuerzas y que ha sido ejemplo de coherencia con la Verdad, con Cristo. Las audiencias de los miércoles, sus documentos postsinodales, encíclicas, exhortaciones, etc., han estado llenos de amor a Dios y a las almas pero, también, de luces y de ideas que nos han llevado a la meditación.

Como historiador de la Iglesia, debo confesar que he aprendido del Papa a valorar los documentos históricos, pero también a hacerlo desde la tradición de la Iglesia y los escritos de los Santos Padres y de los teólogos. Por ejemplo, en los libros sobre Jesús de Nazaret, Benedicto XVI ha estudiado magistralmente lo que la exégesis ha aportado en estos últimos dos siglos y por qué y en qué se ha desviado. Han sido tres volúmenes que han orientado el trabajo exegético futuro y han iluminado la oración de tantos hombres. Como alumno y profesor durante unos años de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, siento un particular agradecimiento por haber honrado a esa querida Universidad aceptando el doctorado honoris causa, cuando todavía era el cardenal Ratzinger.En el plano de la liturgia, sus orientaciones y escritos, pero sobre todo sus celebraciones públicas, han devuelto a muchos sacerdotes y al pueblo cristiano el sentido del misterio que esas celebraciones encierran. La piedad de todos ha quedado enriquecida y orientada a la vivencia de la fe y al amor más pleno a Dios que se ofrece en el altar.

Después de una encíclica sobre la caridad y otra sobre la esperanza, en vez de redactar una sobre la fe, nos ha dado un año de la fe y una gran lección de vida de fe renunciando al pontificado por motivos de salud, mostrando la seguridad de que llegará, de la mano del Espíritu Santo, un Papa con más energías que continuará la tarea. Como hombre de gran talla intelectual, hay que agradecerle la hondura de sus juicios y el coraje de su coherencia a la hora del gobierno de la Iglesia. Sin miedo ni respetos humanos, ha actuado con mano firme y con extrema caridad. Agradecerle su esfuerzo de comunicación del Evangelio y de la nueva evangelización, adaptándose a públicos tan variados como le han escuchado y entre quienes se ha hecho querer. Sus viajes y en especial la JMJ de Madrid constituyeron un esfuerzo considerable que nunca olvidaremos. Su trabajo por el ecumenismo ha sido constante, sin olvidar lo que falta en ese camino. En suma, el ejercicio del ministerio petrino, que se sustancia en velar por la unidad de la fe y la comunión con los obispos del mundo entero, ha quedado colmado. Misión cumplida, podríamos decir, pero Su Santidad la continuará los años que Dios quiera dejarlo entre nosotros unido a la cruz y en vigilia constante de oración por la Iglesia y el mundo.