Día Mundial

De la diálisis con 18 años a una vida «normal» por el trasplante de riñón

Tras un año de parón «pegada» a una máquina, Judith resurgió en plena juventud gracias a su donante

Judith Baigorri juntos con sus perritos
Judith Baigorri juntos con sus perritosCEDIDALA RAZÓN

Su trabajo resulta casi tan invisible como necesario y buena prueba de ello es que, cuando su labor flaquea, el «perfecto» castillo de naipes de nuestro organismo se tambalea de modo que hasta puede llegar a derrumbarse. Hablamos del riñón, un órgano tan vital que este jueves 13 de marzo conmemora su Día Mundial. Bien lo sabe Judith Baigorri, quien lleva lidiando con problemas renales desde su infancia. «Nací con problemas renales y con cinco años ya me hicieron una urostomía. Aprendí a vivir con ello y nunca supuso un impedimento para hacer una vida relativamente normal», reconoce la joven navarra, que ahora tiene 36 años.

A punto de cumplir los 18, todo cambió. «Empecé a sentirme muy cansada. No le di importancia porque lo achaqué al ajetreo diario de viajar desde Tafalla hasta Pamplona para estudiar», recuerda. Sin embargo, unos análisis de sangre confirmaron que uno de sus riñones no funcionaba y el otro ya estaba al límite. «Me ingresaron para intentar que remontaran, pero fue imposible y no quedó más remedio que pasar a hacer diálisis. Aquello fue un punto de inflexión en mi vida, porque durante un año, cada dos días, tenía que pasar hasta cuatro horas conectada a una máquina», recuerda Judith, a quien se le ofreció la posibilidad de realizar diálisis domiciliaria, pero eso implicaba renunciar a vivir con su perrito, por lo que tuvo clara la decisión.

Vivir pegada a una máquina en plena juventud no resulta sencillo, de ahí que el trasplante de riñón se convirtiera en el mayor anhelo de Judith y de su familia. «Para recibir la donación no se deben tener contraindicaciones como, por ejemplo, una enfermedad tumoral, metástasis, patologías cardiacas importantes o alguna infección que pueda contraindicar el trasplante. Ni siquiera la edad es ya un impedimento para que alguien reciba un riñón, que puede trasplantarse incluso pasados los 80 años, pues lo que más importa es la situación clínica del paciente», explica la doctora Paloma Martín, nefróloga en la Clínica Universidad de Navarra.

La llamada de la felicidad

El caso de Judith era todo lo contrario, pues su juventud la convertía en una aspirante a trasplantada muy especial, ansiosa de comerse la vida con «normalidad», su gran aspiración. «Durante ese año de diálisis me llamaron en dos ocasiones, pero hasta la tercera no fue la vencida. Las dos primeras veces me quedé como segunda opción e intenté que eso no se convirtiera en un drama», reconoce. La llamada de Nefrología de la Clínica Universidad de Navarra llegó el 21 de junio de 2008, justo al cumplir un año de su diagnóstico. «Es una fecha mágica para mí. Aquella tarde estaba cenando en casa con mi hermano y una amiga y fue ella quien cogió el teléfono. Esta vez era yo la primera candidata al trasplante y eso lo cambiaba todo. Al colgar les dije: ¡Tengo un riñón! Fue un momento increíble que resulta difícil de describir», confiesa.

Enormemente agradecida a la familia que decidió donar ese riñón, Judith pasó por el quirófano convencida de que aquello le cambiaba la vida. Y así fue. «En una semana ya estaba en casa», relata emocionada. No es para menos, pues tal y como apunta la doctora Martín, «cada vez tenemos más herramientas para evitar el rechazo y, a nivel técnico, ya somos capaces de preservar y optimizar mucho mejor los órganos. Hay un proceso de mejora técnica y asistencial que está dando respuesta a los desafíos que van surgiendo para que el trasplante sea una alternativa lo más disponible posible».

La duración de un riñón trasplantado «suele superar los 15 años, pero hay casos de pacientes en los que perdura más de 40, gracias a un seguimiento estrecho y al compromiso de quien lo recibe de seguir bien el tratamiento», asegura la doctora Martín.

Consciente de ello, y a pesar de las limitaciones de salud con las que convive Judith, reconoce con una gran sonrisa que «soy una privilegiada. Gracias a ese riñón he podido disfrutar de una vida ‘‘normal’’, y esa normalidad es el mejor regalo del mundo».