Madrid 2020

Si gana Madrid, las cuentas no salen

La Razón
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Purgan los deportistas el pecado de la ambición por tomar el atajo que conduce directamente al éxito, que implica reconocimiento y, por supuesto, riqueza, dinero, vil metal. Consumen sustancias prohibidas para mejorar su rendimiento. Hacen trampas, conscientes; superan el límite de velocidad seguros de que pueden burlar al radar. Y los pillan. Castigo seguro, dos años o más de inhabilitación. En el Comité Olímpico Internacional, alias COI, bastantes de sus miembros –no todos porque generalizar es injusto– también caen en la tentación de tirar por el camino más corto para mejorar su rendimiento mercantil, los tejemanejes que se traen entre manos. Añagazas que urden con mentiras nada piadosas. Ponen velas a Dios y al diablo para mantenerse en una opulencia que sonroja. No juegan con su salud, sino con la de los incautos que depositan su confianza y sus dólares, euros o francos suizos en ellos; arrastran por la pendiente a crédulos y cándidos ciudadanos, deportistas, dirigentes como ellos y gobernantes de países empeñados en prosperar. Y les cobran, para empezar. Primero, la mordida. 150.000 euros por ser ciudad aspirante a organizar unos Juegos –es una meta volante–, y 500.000 más por mantenerte en la carretera, pasar por el esprint especial y llegar hasta la meta, también conocida con el pomposo nombre de Congreso del COI en su 125 sesión. Asumen someterse voluntariamente a la tortura, o farsa de las votaciones, apaño garantizado, bochornoso engañabobos previsto para mejorar el rendimiento económico de la organización. Dopaje administrativo. El Negocio.

Funcionan estos señores, amos del bien y del mal, con reglas no escritas, como esa bobada de la rotación de continentes. Se mean en la Carta Olímpica, una utopía que hace tiempo dejó de preservar los valores. Se reparten el bacalao en suites de hoteles cinco estrellas superlujo. No constan pruebas documentales. Sólo son sospechas, que provocan el trino de los turcos y la frustración y la rabia de los españoles, por tercera vez burlados, en esta ocasión, con nocturnidad y alevosía.

La victoria de Tokio no es una afrenta, entraba en los cálculos; el insulto es que sea Estambul el verdugo. Los antecedentes de Madrid2020 eran sobresalientes, pero débiles frente a los antecedentes penales de los jueces y parte. El Negocio es el Negocio; no lo dicen, pero lo piensan y actúan en consecuencia. Si llega a ganar Madrid y su mensaje de austeridad cala en futuros aspirantes, las cuentan no salen. En Madrid conservarían prebendas como las suites y los vehículos de alta gama, los vuelos en primera y el jaboneo de los gobernantes. Pero Madrid los ha asustado. Avistaron una revolución tácita, sin documentos, sólo con el precio justo y una tonelada de ideales, y movieron los hilos para frenarla. La austeridad no interesa, atenta contra el Negocio, contra el sistema.

Si las candidatas reducen la inversión y esgrimen el gasto razonable, a los señores de los anillos secuestrados les menguan los ingresos. Lo prioritario, después de guardar la Carta Olímpica en un baúl bajo siete llaves, es mantener el nivel de vida. Lo que importa, eso, y el Negocio. A menos ingresos, menos estrellas en el hotel. Y como Tokio garantizaba el confort para los próximos tres lustros, la decisión era elemental. Madrid no interesaba, ni su 80% de infraestructuras levantadas, ni sus éxitos deportivos, ni su austeridad. Y como no piensan cambiar las reglas, los Juegos, sus Juegos, ya no serán una competición deportiva, sino un negocio, el Negocio. En este escenario, el deportista que se dopa debería recibir la misma sanción que quienes practican sistemáticamente el dopaje administrativo; es decir, ninguna. Todos iguales, o que sean los deportistas quienes renueven el aire, establezcan las reglas y vuelvan a colocar en lugar preferente la Carta Olímpica, cuanto más lejos, mejor de esos sepulcros blanqueados envueltos en la bandera de los anillos. Ellos han elegido: entre el honor y el dinero, el Negocio es lo primero.