Cáncer
Motivos para la esperanza: así son las líneas de investigación contra el cáncer más prometedoras
La inmunoterapia se erige como la salvación. Conseguir que nuestro organismo sea capaz de identificar las células tumorales y destruirlas centra la investigación
Si este artículo se hubiese publicado hace 20 años, probablemente comenzaría con esta frase: “El cáncer ha matado a seres humanos desde hace al menos 1,7 millones de años y lo seguirá haciendo durante otro millón de años más”.
Pero a día de hoy, la frase debe admitir una sutil corrección. “El cáncer ha matado a seres humanos desde hace 1,7 millones de años y es muy probable que no lo siga haciendo otro millón de años”. Los restos fósiles con un tumor más antiguos encontrados responden a un pie del paleolítico de hace casi 1.700.000 años. Desde entonces nunca hemos estado tan cerca de convertir este mal en una enfermedad crónica, posiblemente incurable pero raramente asesina. No sabemos cuándo ocurrirá, no sabemos si lo verán nuestros ojos o las generaciones venideras, pero algún día la ciencia conseguirá que la mayor parte de los cánceres hoy mortales dejen de serlo y se conviertan en una enfermedad cronificada.
Quienes albergan (albergamos) esa esperanza no lo hacemos basados en una vana ilusión. Algunos avances recientes en la investigación oncológica permiten aseverar que nunca la ciencia ha asediado con tanta virulencia a la temida enfermedad como en este comienzo del siglo XXI.
El último aldabonazo al portón que sostiene el castillo del cáncer acaba de ocurrir en los laboratorios que lidera el español Joan Massagué en Nueva York. Desde el Instituto Sloan Kettering de la Gran Manzana, el investigador anunció hace unas semanas el hallazgo del mecanismo celular que favorece las metástasis. El 90 por 100 de todas las muertes que se producen por cáncer se deben a la habilidad de las células tumorales de metastatizar, de salir de los confines del órgano que han dañado primariamente para colonizar otras partes del cuerpo. Sin metástasis la mortalidad del cáncer sería inmensamente menor. No es que se redujera en un 90 por 100 (algunos de los cánceres no metastásicos también terminarían matando) pero las tasas de mortalidad serían muy bajas. El esquipo de Massagué descubrió (tal como informó La Razón) que las células tumorales utilizan para colonizar otros órganos una estrategia molecular idéntica a la que usan las células sanas para reparar una herida. La base de esta estrategia es la molécula L1CAM, sobreproducida cuando una célula se desplaza para curar un tejido herido y cuando un tumor empieza a separarse de su entorno local para provocar metástasis. Es esa molécula quizás la diana a la que haya que atacar en el futuro para evitar que un cáncer primario se expanda por el organismo. El paso es, ya de por sí, uno de los avances más importantes jamás dados hacia la cronificación de la enfermedad.
Es evidente que, en cualquier caso, al cáncer no se le podrá combatir con una sola estrategia. La batalla contra esta patología exige avances en muchos frentes diferentes.
Uno de los frentes más prometedores es el del sistema inmunitario. El cáncer no deja de ser un cuerpo extraño, un amasijo de células que no deberían estar donde están. Y nuestro organismo está diseñado para atacar y expulsar los cuerpos extraños (como hace con las bacterias y los virus). La defensa no siempre es espontánea, pero hemos aprendido a enseñar a nuestro cuerpo a protegerse provocando una reacción inmunitaria hacia ciertos agentes patológicos: eso es una vacuna. Contra el cáncer, sin embargo, no hay vacunas… o no en el sentido que entendemos como tales, porque las células dañinas escapan al radar de nuestro sistema inmunitario, con como aviones espía indetectables. En 2018 se obtuvo la aprobación de la primera terapia inmunológica contra el cáncer a partir de tecnologías de células CAR-T. Consisten en extraer células del sistema inmunológico del paciente (células T) y modificarlas genéticamente para que aprendan a identificar y destruir células tumorales. El cáncer antes inadvertido se hace visible a nuestro sistema de defensa y las células del sistema inmunológico pueden combatirlo. El cuerpo aprende rechazar él mismo su cáncer. La transferencia adoptiva celular (es decir la utilización de estas células modificadas) no es más que una de las estrategias viables en inmunoterapia contra el cáncer. Del mismo modo que se puede activar al sistema inmunitario para combatir el cáncer, también se puede “desactivar” el mecanismo de defensa de los tumores. Siguiendo con el ejemplo del avión espía: para combatirlo podemos aprender a detectarlo o lograr que deje de ser invisible, iluminarlo. Esto segundo es lo que hacen las espectaculares terapias con inhibidores de punto de control. Recientemente se ha descubierto que algunas moléculas producidas por los tumores bloquean la acción de nuestro sistema inmunitario. Son células como PD-1 o CTLA_4. En realidad se descubrieron hace décadas, pero solo ahora la ciencia puede inhibirlas. Si se bloquea su acción, el cáncer es más fácilmente combatible por nuestro sistema natural de defensas.
La inmunoterapia es una de las áreas de investigación oncológica que más ha crecido en la última década. Aún tiene que superar algunos inconvenientes; solo es aplicable a una cuarta parte de los cánceres y presenta algunos problemas de efecto secundarios. Pero nadie duda de que es la apuesta más prometedora que se ha podido ofrecer en los últimos tiempos.
Menos avanzada pero no por eso menos excitante es la vía de investigación relacionada con el microbioma. En la última década, los científicos han descubierto que el microbioma humano, es decir la colección de microorganismos que viven en nuestro cuerpo, juega un papel importante en el desarrollo de muchas enfermedades y tal vez también del cáncer. El avance de las tecnologías de secuenciación genética ha permitido establecer que algunos de esos microorganismos pueden aumentar la susceptibilidad a padecer cierto tumores o pueden variar la reacción de cada individuo a las terapias. Incluso se ha descubierto en ensayos preclínicos que la inmunoterapia funciona mejor en individuos con un microbioma determinado. La investigación en este terreno aún está en pañales pero los retos próximos serán identificar que especies individuales de microorganismos afectan determinados fenotipos del cáncer. Sería como descubrir la huella de nuestra predisposición a la enfermedad escrita en los millones de bacterias que pululan por nuestros organismo.
Un último motivo para la esperanza reside en la epigenética. Conocemos muy bien las bases genéticas de muchos tumores (los genes implicados en su formación) Pero no conocemos tanto por qué esos mismos genes provocan la enfermedad en unas personas y en otras no. Las nuevas investigaciones al respecto tratan de identificar qué factores “encienden” o “apagan” la maquinaria genética del cáncer. No son factores que tienen que ver directamente con la naturaleza de los genes sino con el modo en que se expresan. Pongámoslo en palabras sencillas. Un joven puede tener una cierta predisposición al conflicto provocada por su carácter innato. Pero sólo en determinados ambientes desarrollará un comportamiento violento. El mismo joven, en otro entorno, parece un angelito. ¿Qué hace que los mismos genes pueden desencadenar un cáncer o no en diferentes circunstancias? El estudio de esos factores epigenéticos no solo permitirá entender mejor los mecanismos de la oncogénesis sino que permite generar medicamentos que los inhiban e impidan el “brote de ira” de temido cáncer.
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