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Petra, 82 años, Día de la Madre en soledad

Una anciana relata su vida cotidiana en una residencia de mayores

Petra, de 84 años, pasa el día de la Madre en soledad
Petra, de 84 años, pasa el día de la Madre en soledadarchivoarchivo

Petra Serrano, 82 años, madre de dos hijos, unas enormes ganar de vivir, un envidiable sentido del humor y un deseo: pasar más tiempo en compañía de los suyos. Este Día de la Madre hubiera sido perfecto para cumplir ese anhelo, pero el maldito coronavirus se ha cruzado en su vida. En realidad lo hizo dos meses atrás, cuando la dirección de la residencia privada de mayores Casablanca, en el barrio madrileño de Villaverde, decidió confinar a todos los ancianos en sus habitaciones ante las mil incógnitas y muy escasas certezas del Covid-19. Desde entonces, Petra, al igual que los demás ancianos del centro, no ha salido ni una sola vez de los estrechos confines de su habitación, y solo ha cruzado un par de palabras cada día con los auxiliares que le llevan la comida o le ayudan a asearse. Hasta que ayer, bajo un confortable sol primaveral, salió, por fin, a los jardines de la residencia para darse un atracón de vitamina D. Esta es su historia.

Petra es menuda como un colibrí. Tiene la voz frágil y camina con la ayuda de un andador, pero las palabras le brotan enérgicas, sin el menor esfuerzo. “Mi segundo apellido es Caro, pero casi nunca lo digo. Imagínese la guasa, Serrano Caro. Como para poner una jamonería”, bromea. “Me gusta mucho tomar el sol, porque tiene vitamina D. Y aquí en la residencia es lo único que dan gratis”, dice con ingenua malicia. Asegura que, en general, está bien de salud, sobre todo, explica, para haber trabajado desde los 16 años, aunque confiesa algunos achaques: “Tengo cinco vértebras de la columna aplastadas, y por eso mido cinco centímetros menos que antes. Pero aparte de eso y de algo de artrosis, me encuentro bien”.

Después de ajustarse las gafas de sol y la mascarilla, asegura que es feliz en la residencia, a pesar de los dos meses de estricto confinamiento y de que, en un día tan especial como el de hoy, no va a poder estar en compañía de sus hijos y sus nietos, a los que adora. “Aquí no tengo que hacer la compra, no tengo que cocinar, ni lavar, ni planchar... La comida unos días te gusta más y otros te gusta menos, pero vivo muy bien. Además, mis hijos me llaman dos veces todos los días, así que siempre llevo el móvil encima, que es más viejo que yo”.

Este domingo tan especial nadie va a visitar a Petra en la residencia. Las visitas están prohibidas desde el pasado 6 de marzo, cuando todos los residentes fueron confinados a cal y canto en sus habitaciones. “Es muy triste. Les hemos condenado a estar dos meses encerrados por falta de test. Y el día que por fin se permitan las visitas, ni siquiera van a poder abrazarse con sus seres queridos”, se lamenta Ignacio Fernández-Cid, presidente de la patronal de las residencias de ancianos. “Desde la patronal compramos en el extranjero 20.000 test, pero siguen retenidos en el puerto de Barcelona por problemas administrativos. Y los que nos dio la Comunidad de Madrid solo son fiables en detectar positivos, pero cuando el diagnóstico es negativo tienen un margen de error de hasta el 40%”.

Petra nació en 1937, en plena guerra civil, y lamenta que algunos “aún vivan con el odio metido en el cuerpo” por lo acontecido en aquella contienda fratricida. Pero concede que es “muy doloroso no saber dónde está enterrado el cadáver de tu padre o de tu madre”. Vivió la infancia con su abuela, también Petra, en Torre de Esteban Hambrán (Toledo), hasta que, hecha ya una moza, vino a vivir a Madrid con sus padres. Fue entonces cuando supo que un vecino había delatado a su padre por ‘rojo’, recién acabada la guerra, por lo que fue condenado a la pena de muerte después de un juicio sumarísimo. Más tarde le conmutaron la pena capital por cadena perpetua, y en 1945 salió de la cárcel. “Todo esto lo sé por mi madre, porque él nunca quiso contarme nada. Mi padre me enseñó a no ser rencorosa, y mi abuela a ser humilde. Y yo aprendí que la vida hay que vivirla con alegría. Soy superpositiva y muy alegre”.

El año pasado, recuerda, celebró el Día de la Madre con su hija, “que tiene una peluquería”, con su hijo, “que es técnico informático”, y con sus nietos. “Este año me hubiera hecho muy feliz volver a repetir aquella comida con todos ellos, pero no me quejo. Aquí en la residencia nos tratan muy bien. Son buenas personas, y a veces me pregunto cómo tienen tanta paciencia para aguantarnos”. Tanto ella como su amiga Petra Crespo pertenecen a la Comisión de Residentes del centro de mayores, una suerte de ‘comité de empresa’ que se reúne periódicamente para poner en común quejas y sugerencias y, posteriormente, trasladarlas a la dirección de la residencia. “Aquí hay de todo, incluso algunos que se creen muy finos y te sueltan: ‘¡Es que yo pago, eh!’. Y yo les digo: ‘¡Claro, y yo estoy gratis aquí, no te fastidia!’. Y van y se cabrean conmigo”, confiesa divertida.