Coronavirus
Así será la vida después del coronavirus
Nuestro comité de expertos concluye que el hombre no cambiará y que si la pandemia se alarga arrastrará nuevos miedos
Nos creímos la especie elegida, sin saber bien ni cómo ni con qué propósito. Pero, siendo el mayor de todos los homínidos y los más inteligentes, nos perdemos hasta en el cálculo aritmético más elemental que evitaría nuestra ruina. Bien nos advirtió Machado que, por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre. No está de más recordarlo ahora que empiezan las cábalas sobre cómo será esa nueva sociedad que aflorará una vez que consigamos doblegar a Covid-19.
LA RAZÓN ha formado un comité de sabios para reflexionar sobre ello. ¿Emergerá un hombre nuevo? ¿Seremos más compasivos u hospitalarios? ¿Creceremos como humanidad? La esperanza de que la pandemia nos unirá está en todos los expertos consultados, pero con matices. Juan Carlos Siurana, profesor de Filosofía Moral en la Universidad de Valencia, avanza que un buen ciudadano no surge de un día para otro, sino que se forja a lo largo de una vida con buenas actuaciones y decisiones. «En las semanas de mayor impacto de la pandemia -dice-, hemos conocido hermosas historias de gente que ha sacado lo mejor de sí misma y de profesionales que han llegado a pagar con su propia vida por llevar adelante su servicio a la sociedad en condiciones que no garantizaban su seguridad. También historias de ciudadanos anónimos. Nos han emocionado los aplausos y hemos experimentado lo vulnerables que somos. Eso debería hacernos crecer en humildad y en humanidad».
Pero Siurana recuerda que la pandemia aún no ha terminado y es posible que veamos nuevas reacciones. «Si se producen nuevos brotes de contagio puede que aflore entonces otra dimensión de nuestra relación como sociedad. Habrá críticas de ciudadanos entre sí acusándose unos a otros de provocar un nuevo brote de la pandemia por haber organizado fiestas y por no haber respetado las distancias. Todo lo ganado en cuanto a unión como sociedad puede volverse frágil en ese escenario», advierte el filósofo.
Si los medicamentos estuvieran disponibles más rápido de lo previsto y la economía lograra recuperarse en un plazo razonable, quizás la población se olvidaría antes de las penurias sufrida. «Como el tiempo sea largo, nuestra sensación de fragilidad calará de manera más profunda. También porque sus efectos sobre la economía serán más profundos y duraderos», indica. En todo caso, en cuanto pase la pandemia y la economía se recupere, teme que el carácter de las personas se parecerá mucho al de antes. «El Covid-19 es una situación excepcional y cuando perdamos esa sensación, dispongamos de vacunas o medicamentos y pensemos que estamos preparados con material suficiente para afrontar otra pandemia similar, volveremos a la normalidad. Y en la nueva normalidad, los ciudadanos serán como han sido hasta ahora».
Igual que una golondrina no hace verano, tampoco un acto justo nos convierte en personas justas. «Decía Aristóteles que se aprende a ser justo practicando la justicia, y no solamente una vez, sino en una vida entera», insiste el filósofo. «No podemos esperar que por el hecho de haber realizado algunas acciones buenas en estos días de excepcionalidad esto se vaya a convertir en un hábito. Sería importante que viésemos reflejadas estas actitudes en las personas públicas, para que nos inspiren a imitarlas. Sería un gran avance».
Ramón Ortega Lozano, filósofo y profesor de Antropología de la Salud en la Universidad Nebrija, atisba en este nuevo escenario post Covid un nuevo modo de control social: el miedo. Teme que ese mismo miedo que promueve en la sociedad hábitos saludables y hace que se censuren conductas que suponen una amenaza en la aparición o propagación de enfermedades se pueda convertir también en herramienta de control. Pone como ejemplo las medidas de confinamiento o los estigmas y recuerda cómo la aparición del VIH excluyó a los individuos que padecían la enfermedad. «En esta pandemia que se ha instaurado de forma tan agresiva y sorpresiva, el pánico ha provocado actitudes tan deplorables como los avisos en portales o ascensores pidiendo a los profesionales de la salud y a los trabajadores de los sectores esenciales que no durmieran en la comunidad».
Ortega no descarta que algo similar pueda pasar con aquellas actuaciones y actitudes que violen la instauración de los nuevos hábitos de protección de la salud: «¿Será posible que estigmaticemos a los contagiados? ¿Habrá una especie de control y vigilancia social mediante mecanismos creados por la misma sociedad? El miedo es un mal ingrediente para el crecimiento de las sociedades y espero que nos alejemos de las actuaciones desmedidas». Por otra parte, confía en que de la pandemia asome una sociedad más responsable con el enfermo y el vulnerable, pero también con aquellos que han tenido que enfrentarse a la enfermedad con pocos recursos y unas medidas de protección inadecuadas. «Hemos sobrecargado nuestro sistema sanitario y, por este motivo, es fundamental que como sociedad actuemos con responsabilidad. El mantener la distancia social será tan reconfortante para los profesionales de la salud como lo son los aplausos desde nuestros balcones. Ellos han librado una verdadera guerra durante este tiempo y, pese a sus esfuerzos, han tenido que presenciar la muerte de muchos pacientes e incluso la de algunos de sus compañeros. Ahora nos toca devolver todo eso».
Según Siurana, esta nueva sociedad solamente saldrá fortalecida si los gobiernos toman medidas para prevenir futuras situaciones similares: industrias estratégicas, inteligencia artificial y programas informáticos. «Seguramente esto generarán dilemas éticos relacionados con el control de los datos personales de los ciudadanos y debates relacionados con las decisiones que tomen los robots que puedan atender a personas». ¿Ese mundo tecnológico nos hará mejores? «Ni mejores, ni más libres, ni más igualitarios, ni más solidarios, ni más respetuosos o dialogantes. Eso solo será posible si nos formamos éticamente y comprendemos qué es una sociedad más justa que otra y cómo podemos contribuir a ella en entornos no excepcionales. Una pandemia no nos enseña qué es el bien, no nos hace más reflexivos».
Contra otros pronósticos más optimistas, estos expertos creen que una parte de la ciudadanía puede volverse más intolerante, dado que un hecho que impacta en la parte psicológica puede acrecentar las emociones más bajas. El psicólogo Juan Moisés de la Serna vislumbra ciudades post Covid muy similares a las que han ido saliendo de la cuarentena China, con un buen pico de problemas de ansiedad y depresión y el riesgo latente del suicidio. Son varias las razones que le llevan a pensar así, pero sobre todo el repunte de ciudadanos incapaces de adaptarse a las nuevas circunstancias sociales y económicas y la falta de profesionales que deberían cuidar nuestra salud mental.
Nuestro comité de expertos alerta de las consecuencias que puede tener el tono festivo e infantil que ha tomado la pandemia. «Hay muchas imágenes de sanitarios aplaudiendo, pero ¿dónde se refleja el miedo, la soledad, el llanto, la muerte individual, única, irrepetible, no la de un contador estadístico?», denuncia Javier Urra. La crisis sanitaria va a dar paso a una crisis económica y también social que, a su vez, conllevará una crisis en el planteamiento existencial y en nuestro equilibrio psicológico. ¿Dónde están el dolor y el sufrimiento? «Están acallados -responde el psicológo-, sin cauce para su profunda expresión. Se percibe un mecanismo de huida, de negación o defensivo. Escuchamos un silenciado pensamiento de indefensión aprendida, ¿qué le vamos a hacer?, y un posicionamiento equívocamente darwinista al creer que la enfermedad acaba solo con los más vulnerables. Y entonces deberíamos preguntarnos qué nos lleva al confinamiento. ¿Es civismo o es miedo?».
Admite que las canciones y la solidaridad -tan necesarias- son más gustosas, pero menos comprometidas. “Y este nuevo futuro será de aquellos que se comprometan y muestren capacidad para afrontar los desafíos existenciales, la complejidad, la incertidumbre y una realidad que, como estamos observando, es mutante. Ojalá mostremos adaptación, pero no por necesidad, sino por convicción, para reconducir nuestra vida personal, social y material”.
Que va a haber un antes y un después es innegable y de poco servirá mirar hacia un agradable pasado. Según apunta la psicóloga Rojas Marcos, “para algunos sí será positivo, un momento de crecimiento personal y de reflexión, conexión y toma de decisiones vitales. Sin embargo, para otros será un momento de desgarro y desgaste emocional; una experiencia traumática que rebosa de sufrimiento. Sea cual sea el recuerdo que nos deje el Covid-19 en nuestra memoria emocional, todos hemos aprendido sobre nosotros mismos y la importancia de priorizar lo que verdaderamente es importante en nuestra vida”.
Ese deseo de aprendizaje y de avance es el que hoy está en boca de todos, pero ¿lo veremos? “Aunque alabo el deseo -contesta Urra-, no creo que asistamos a una mejora individual, ni estructural del mundo, lo cual no es óbice para afirmar que la especie humana sigue evolucionando. Confiaremos en que aplique su mayor capacidad para autorregularse y limitarse, en lugar de poner en riesgo irreversible la vida del planeta que le acoge”.
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