Coronavirus

¿Confinar o no confinar? La última polémica Covid

La corriente «Great Barrington» apuesta por una vida sin restricciones protegiendo a los grupos de riesgo. Otros 68 científicos responden: «Una estrategia basada en la inmunidad de grupo está abocada al fracaso»

Una pareja toma el aperitivo en la azotea de su edificio durante el estado de alarma por la pandemia del coronavirus.
Una pareja toma el aperitivo en la azotea de su edificio durante el estado de alarma por la pandemia del coronavirus.Alejandro OleaLa Razón

Primero fueron solo tres. Luego unas cuantas docenas. Centenares. Y al final más de 17.000 científicos de todo el mundo se adhirieron a la Declaración de Great Barrington, posiblemente la propuesta de cambio de paradigma más radical en lo que llevamos de pandemia, que consiste en rechazar los grandes confinamientos, darle la vuelta como a un calcetín a las medidas más comúnmente aceptadas para combatir el virus y perseguir que se contagie el mayor número de personas posible en busca de la inmunidad de grupo.

En medio de la segunda ola, con imágenes de ciudades perimetradas, familias encerradas y locales de ocio clausurados procedentes de todo el mundo, la declaración de Great Barrignton (ciudad de Estados Unidos donde fue comunicada al mundo) parecía toda una provocación. No sirven de nada los confinamientos y los cierres masivos de actividad. Los firmantes de la declaración pedían la vuelta a las actividades tradicionales y al contacto social al menos entre la población más joven y la que no pertenece a ningún grupo de riego.

Semanas después, otro grupo de 68 científicos, esta vez en la revista «The Lancet», contraatacaba: «La idea de Great Barrington se basa en una peligrosa falacia y no tiene ningún soporte en la evidencia científica».

¿Confinamientos sí, confinamientos no? Quién tiene razón en la enésima polémica científica sobre la Covid-19. El envite de la primera ola condujo a millones de ciudadanos del planeta a encerrarse en casa. Y la curva bajó hasta el punto de que muchos países consideraron detenida la crisis. En la segunda ola, en centenares de localidades del planeta se han vuelto a practicar medidas de limitación de la movilidad y de distanciamiento. Pero ahora la pandemia parece escapar de nuevo al control. ¿Qué funcionó antes que ahora está fallando… si es que algún día algo terminó de funcionar bien?

La idea principal que subyacía a los grandes confinamientos era clara. Se requería reducir el aumento exponencial de casos para evitar colapsos en el sistema. Se dijo que las medidas serían coyunturales y que solo se aplicarían mientras las incidencias crecieran a un ritmo superior al que los recursos sanitarios pudieran afrontar. Pero lo cierto es que en muchos lugares como España, meses después de las medidas más drásticas, la incidencia de casos no deja de preocupar y la tentación de nuevos confinamientos permanece.

Daño irreparable

«Mantener las medidas extremas de manera indefinida hasta que llegue una vacuna, como parece que algunos pretenden, causará un daño irreparable y más aún en las personas de las clases más desfavorecidas», se decía en la declaración de Great Barrington. Los tres firmantes iniciales del texto, al que luego se adhirieron miles de expertos –Martin Kulldorf, de la Universidad de Harvard; Sunetra Gupta, de Oxford, y Jay Bhattacharya de Stanford– proponían una alternativa a los confinamientos: lo que llamaron «Protección dirigida». La idea era permitir a los grupos de población que presentan menores tasas de mortalidad por Covid retomar sus vidas normales, promoviendo la inmunidad de grupo entre ellos, mientras se extreman las precauciones con las poblaciones de riesgo. Por ejemplo, se podría aumentar el control de los contactos con personas mayores, enfermos o residentes, pero dejar que los jóvenes fueran a clase con normalidad. En uno de los ejemplos más polémicos de la declaración se proponía reclutar personal de atención a la población mayor entre jóvenes que han adquirido la inmunidad y aumentar en ellos los controles PCR para asegurar que ningún cuidador infectado entra en contacto con un anciano.

A medida que la población no de riesgo recobra su vida cotidiana también va aumentando el número de personas inmunizadas y por lo tanto de personas que pueden entrar en contacto con la población de riesgo.

Mientras llega la esperable inmunidad de grupo, según los defensores de esta teoría, a las personas más vulnerables se les debería mantener aisladas recibiendo cuidados de personal seguro. Se llegó a proponer que los familiares visitaran a sus abuelos en entornos abiertos y nunca en casa.En palabras de Kulldorff, «es evidente que la Covid-19 ataca más a las personas de más edad. Y sorprende que las medidas universales consistan en encerrar en casa a todo el mundo. Deberíamos centrarnos en proteger más a los mayores y dar más libertada a los jóvenes».

¿Suena razonable? Para otra gran parte de los inmunólogos, no. Los 68 científicos que han firmado su respuesta en «The Lancet» aseguran que «cualquier gestión de la pandemia basada en la inmunidad de grupo está condenada al fracaso». La transmisión incontrolada del virus en las poblaciones jóvenes está relacionada con un aumento de la morbilidad y la mortalidad en todos los demás grupos de edad.En primer lugar, porque no existe evidencia de que la inmunidad natural adquirida mediante la infección sea duradera. Los últimos datos no permiten asegurar duraciones de la respuesta inmune mucho mayores de tres meses.

Una estrategia como la de Great Barrington, según los expertos críticos, provocaría una extensión de la mortalidad a la larga y una cronificación de la pandemia convertida en una interminable sucesión de epidemias locales.

Por otro lado, no es fácil determinar cuál es la población de riesgo. La diversidad de manifestaciones de la Covid hace sugerir que existen grupos de riesgo repartidos entre todas las edades. Algunos estudios han determinado que hasta un 30% de la población podría estar en riesgo de una infección grave si es contagiada. Con esos datos, la práctica de provocar la inmunidad de grupo parece un suicidio.

Para terminar de aderezar la polémica, el Fondo Monetario Internacional acaba de declarar que los grandes confinamientos de la población son menos perjudiciales para la economía que las medidas más laxas. «A pesar de entrañar costes económicos a corto plazo, los confinamientos pueden allanar el camino hacia una recuperación más rápida al contener la expansión del virus y reducir la necesidad de distanciamiento social con el tiempo, lo que posiblemente tenga efectos positivos en general para la economía», afirma un reciente documento avalado por el FMI.

El principal argumento a favor de levantar las medidas de control estrictas es económico. Prolongar los cierres globales de actividad arrasa la economía, pero según el Fondo Monetario Internacional es mucho más perjudicial para las cuentas de una nación mantener las tasas de incidencia elevadas durante un largo periodo de tiempo.

Parece que la polémica entre confinar y no confinar no ha hecho más que empezar.