Cuenca
La ventaja de vivir en el pueblo
La Razón conoce tres casos de éxito de jóvenes que han iniciado sus negocios en el ámbito rural. Todos dicen que no volverían a la ciudad por nada del mundo
“Nos metimos en la antigua casa cuartel de la Guardia Civil, que estaba deshabitada y el alcalde nos dio todo tipo de facilidades. Al lado de nuestra vivienda, hemos rehabilitado otras dos casas más que nos sirven de taller y almacén. Los seis primeros meses no hemos pagado nada por el alquiler... No hay mucha vivienda en la Serranía de Cuenca, pero en Tragacete ha sido todo mucho más fácil”.
Elena Saiz vive con su marido, Emilio Fernández, en este pueblo de la Alta Serranía conquense, donde ambos desarrollan sus negocios. Emilio se dedica a una empresa de recreación y piezas históricas que se llama Nothern Traders (Mercader del Norte) y Elena ha puesto en marcha Plan B Residuo Cero, negocio ecológico y sostenible, libre de plástico, que elabora productos reutilizables como discos desmaquillantes lavables, ecoenvoltorios de cera de abeja, cepillos de dientes de bambú o jabones y champú sólidos.
“Lo importante es tener una buena conexión de Internet. Contamos con ADSL y muy pronto llegará la fibra óptica. Tenemos también servicios de paquetería... Yo era psicóloga y nos vinimos al pueblo en busca de los orígenes... Hubo un momento en que se solaparon mis dos actividades, pero ya he decidido centrarme en mi negocio... Ganas en tiempo, te liberas de estrés... Puede que te falte una tienda para comprar tofu en un momento dado, pero lo suples con creces con las botas puestas haciendo senderismo”. Llegaron a Tragecete hace seis meses de la mano del programa “Hola, Pueblo”, que patrocina, entre otros, la Diputación de Cuenca.
Paula Calleja vive en Molina de Aragón, “el pueblo de mi chico”, tiene 39 años, tres niños y un negocio que se llama Redplantea, proyecto relacionado con la jardinería que se desarrolla en un vivero instalado en el polígono industrial de esta localidad guadalajareña. “Cuando me preguntan los clientes dónde estoy, les digo que pongan el telediario en invierno, que ahí salimos... Hemos aguantado temperaturas de hasta 27 grados bajo cero”.
Paula era interina pero decidió abandonar la ciudad para sacar adelante su proyecto. “Aprendemos todos los días... Este invierno hemos sabido que es preferible no quitar la nieve de las plantas... Los clientes saben que la planta que aguanta en Molina, cómo no lo va a hacer en Mataró”. El entorno donde vive lo ha adaptado a sus niños, que “son casi independientes... Algún día cogen bolsas y salen alrededor a coger fresas... Eso es imposible en la ciudad”.
Paula, aunque nacida en Madrid, sabía que quería pueblo. “Cuando era pequeña, me regañaban en el cole porque me subía a los árboles y estaba siempre fuera... Mi padre me envió a Canadá a ver si se me pasaba con un tío mío y fue como darle azúcar a un diabético... La calidad de vida que hay aquí, nadie te la tiene que explicar... La catas, y engancha... En Madrid, ibas a Urgencias y te llevabas el juego de la oca y un bocata, porque no sabías cuándo volverías... Aquí, en Molina, es el propio médico quien te llama para preguntarte cómo están los niños”.
Y Antonio. Antonio Pellón, un crack, un portento, un prodigio de Cuenca, que ha vuelto al Almonacid del Marquesado de su madre. “Trabajé veinte años en una multinacional y me inscribí en ADE... Al hacer el TFG (trabajo fin de grado), creé mi propia start up y presenté resultados reales... Desarrollé mi empresa de forma verdadera y llevé al tribunal mis dos primeros productos, de los que hice cien mil unidades que vendí en Amazon”.
Su empresa se llama Aldous Bio, de alimentación saludable y ecológica. “No tenía ni idea de algas, pero vi que eran tendencia en Internet... Nuestra metodología es buena y enseguida detecté esta tendencia... Mi mujer me dijo que por qué no vendía lentejas, que esas se venden en todo el mundo”. Sin embargo, ahora está en veintidós países y factura millón y medio de euros.
“He recibido propuestas para irme a Valencia, de donde son algunos inversores míos, pero no lo dejo. La administración aquí es muy próxima y cercana... Hay que implicarse con ella como ella se ha implicado con nosotros, dándonos facilidades”. Y así fue cómo este hombre de 43 años cambió las telecomunicaciones de Madrid por la alimentación en el pueblo de su madre. Tres casos para reflexionar. Servicios, proximidad, tiempo y valentía.
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