Matthieu Ricard, Cristophe Andre y Alexandre Jollien

Los secretos del hombre más feliz del mundo (y sus amigos)

Preguntamos a un monje budista, un psiquiatra y un filósofo, autores del libro que ha arrasado en Francia, qué hacen para estar bien

En 2004 supimos quién es el hombre más feliz del mundo. La Universidad de Wisconsin realizó un estudio sobre el cerebro del monje budista Matthtieu Ricard (Aix les Bains, 1946) a través de 256 electrodos instalados en su cráneo. El resultado fue un nivel récord de actividad en la corteza cerebral prefrontal izquierda, asociada a las emociones positivas. Después de que la Academia Nacional de Ciencias de EE UU publicara las conclusiones, se desató la locura. Todo el mundo quería saber cuál era su secreto, qué había que hacer para ser como él.

Ricard, maestro de meditación e hijo del filósofo francés Jean François Revel, lleva desde entonces hablando y escribiendo lo que para él es la felicidad y, lo que es más importante, cómo llegar a ese estado. Su último trabajo, “¡Viva la libertad!” (editorial Arpa), se ha convertido en un súper ventas en Francia. Escrito a seis manos con sus mejores amigos, el filósofo Alexandre Jollien y el psiquiatra Christophe André, la obra es un compendio de reflexiones sobre cómo desarrollar la libertad interior, antesala de la verdadera paz.

Los tres pensadores se encerraron en una cabaña de madera, en el corazón de Los Alpes, para pasar unos días de vacaciones entre paseos y fondues y terminaron pariendo este libro, producto de sus inspiradas conversaciones. LA RAZÓN ha entrevistado a los tres sobre los principales temas que tratan en el libro justo en un momento en que la pandemia ha puesto contra las cuerdas la consecución de la felicidad en el mundo entero.

Según explica Ricard a través del correo electrónico, la Covid-19 ha constreñido nuestros movimientos, pero no tiene por qué afectar al interior de cada uno: “Es verdad que no siempre controlamos lo que ocurre fuera, pero cualquiera pueda conquistar su libertad mental deshaciéndose de obstáculos como la rumiación excesiva, la esperanza o el miedo compulsivos, la hostilidad... Nuestra cabeza puede ser el mejor amigo o el enemigo más temido. Hay que dejar ir las proyecciones, las fabricaciones, y cultivar el amor y la compasión. No conozco a ninguna persona con buen corazón que no sea resiliente y sereno”. Ricard, que pasó el confinamiento entre Nepal y el campo francés, cree que el mayor palo en la rueda suele venir de la “distorsión de la realidad y del empeño por imponer a la vida nuestras expectativas”, lo que suele terminar mal porque perdemos lo que el fundador de los jesuitas llamaba la “capacidad de discernimiento” y acabamos haciendo la vida imposible a los demás.

De izq. a dcha, Alenxandre Jollien, Mathieu Ricard y Christophe André durante su retiro invernal
De izq. a dcha, Alenxandre Jollien, Mathieu Ricard y Christophe André durante su retiro invernalLa RazónLa Razón

La buena noticia es que esto de la felicidad “se puede entrenar”. ¿Cómo lo hace el hombre más feliz del mundo?: “Como cualquier habilidad, requiere práctica. Uno puede tratar de pasar un rato cada día meditando en soledad o participar en retiros más largos de silencio. Hay estudios de neurociencia que demuestran que una práctica de 20 minutos cinco veces a la semana produce cambios en el cerebro en solo un mes”.

El psiquiatra Christophe André está considerado uno de los mayores expertos en Francia en trastornos de ansiedad y depresión. Él cree que nos la jugamos, sobre todo, en la atención a los detalles: “Saborea todos los pequeños placeres que puedas: un rayo de sol, un buen rato con tus amigos... Y deja entrar esos momentos de felicidad en tu cuerpo, en tu mente, en lo más profundo de ti. Te darán energía para afrontar la adversidad”. Coincide con su amigo budista en que el camino del silencio y la soledad “son las únicas formas de escuchar el susurro de nuestras almas. Esto es lo que nos ofrece, por ejemplo, la meditación, los paseos solitarios en la naturaleza, etc. Estos desvíos a través de la calma son tan imprescindibles como los desvíos por uno mismo”.

También achaca a la falta de autoconocimiento como uno de los venenos que tomamos sin darnos cuenta porque “la falta de vida interior nos impide comprender el motivo de nuestras emociones, de nuestros juicios. Y entonces nos convertimos en la marioneta de las circunstancias”. André da la receta para lograr retirarse unos minutos al día: “Básicamente, si sustituyes la mitad del tiempo que pasas en las redes sociales por tiempo dedicado a sentir tu respiración, tu cuerpo, a observar tus pensamientos y tus emociones, progresarás rápidamente”.

Los dos están de acuerdo en que hay motivos de esperanza hasta para los más recalcitrantes gracias a los hallazgos de la neurociencia. Aunque tenemos un cerebro diseñado para cuando nuestra especie tenía que jugársela a diario para comer o enterarse de lo que ocurría, lo que nos hace “abalanzarnos” sobre las cosas con ansia, también se ha descubierto que “es posible modificar gradualmente estos viejos circuitos innatos de tentación permanente a través de nuestros esfuerzos. Nuestro cerebro puede transformarse, pero solo se consigue con trabajo, ya sea en psicoterapia o a través de técnicas como la meditación. Es la único forma”.

El tercer mosquetero de “¡Viva la libertad!”, Alexandre Jollien, lo ha tenido siempre muy difícil. Filósofo y escritor, nació con una parálisis cerebral y de los tres a los veinte años vivió internado en una institución para personas con discapacidad. Pero logró darle la vuelta a buena parte de ese destino que pintaba tan mal y encuentra esa felicidad esquiva para la mayoría con “la práctica de una vida espiritualidad, cultivando amistades espirituales y desarrollando una vida más generosa”. También se inspira en filósofos como Sócrates, Spinoza, Nietzsche, Chögyam Trungpa y muchas personas anónimas “que no necesariamente son considerados como sabios, pero que lo son de verdad”.

Para él la piedra en el zapato siempre fue la misma, el miedo, pero también el deseo: “El miedo a perder, el miedo a ser juzgado, a ser rechazado y también el deseo que puede ser enorme, el deseo de ser tranquilizado, de ser reconfortado, la necesidad de afecto... Pero ahí también podemos hacer fuego de toda la madera y todo puede convertirse en un trampolín hacia una mayor libertad”. La meditación es, asimismo, una de sus armas, “lo esencial para mí es la fidelidad a la práctica, todos los días, sin excepción”, aunque fracasa cuando “se aborda como una especie de varita mágica comercial que lo arregla todo o de manera individualista. Puede ciertamente ayudar a hacerse amigo de uno mismo y a domesticar la soledad para convertirla en un espacio de paz. Pero, una vez más, cada uno debe hallar su propia manera”.

La compasión la ve este filósofo contemporáneo como “una gran palabra, aunque al mismo tiempo puede ser un verdadero pastel de crema, cursi. Chögyam Trungpa, el maestro tibetano que escribió ‘‘Training the Mind´´ da indicaciones muy concretas: pon siempre al otro antes que a ti mismo. Es contraintuitivo, es contrario a nuestro instinto de conservación, pero es eminentemente útil. En primer lugar, contrarresta nuestra tiránica necesidad de ser siempre el primero y, paradójicamente, comprometerse con el altruismo es eminentemente liberador y beneficioso incluso para uno mismo, aunque no sea ese el objetivo. Así que la compasión es ante todo, quizás, los pequeños gestos cotidianos. Nunca difundas el odio, y si está ahí, lo diagnosticas, lo detectas y lo desactivas”.