Opinión
Ellas se quedan
No podía imaginar que ahí al lado –porque ahora todo está al lado– volverían a otro siglo. A un siglo atroz, quizá el peor de la historia de la humanidad –porque la humanidad ahora se entera de todo– en el que unos hombres siniestros, guiados por unos credos oscuros y pavorosamente interpretados, harían de un país un lugar para la muerte. En especial para la muerte anunciada de las mujeres. Es tan horrible lo que estamos viendo que las palabras pierden el sentido. No sé qué decir.
La impotencia se me ha agarrado como una garrapata y me taladra. Veo fotos, leo artículos, escucho noticias y no puedo creerlo. He firmado manifiestos, grito en las redes, comparto ilustraciones de cómo era el traje típico de la mujer afgana; todo color, toda sensualidad, y sigo con la misma certeza de que nada de eso sirve. ¿Qué puede hacer la gente sencilla ante la guerra? ¿Qué debemos escribir si las armas se carcajean de las palabras? ¿Qué hace el mundo entero para salvar a las mujeres de todo un país de la humillación, de la cárcel, de la muerte? Mandan aviones para sacar a unos cuántos, a los suyos y poco más. Pero ellas se quedan en la pira de los talibanes.
¿Es que están de vacaciones los presidentes del universo entero? Ya tenían que haber convocado algo, ya tenían que haber tomado una decisión de poderosos, que son los que conocen las claves del mal, los que saben qué artefactos utilizan esas mentes.
Mujeres afganas, no tengo ningún poder, pero si el dolor y la indignación sirven para algo, si pueden convertirse en algo bueno, el mío es enorme y es para vosotras.
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