Opinión
Vindicando al Deán de Toledo
Gran estupor ha causado a no pocos el vídeo rodado en la Catedral de Toledo por el rapero y cantante madrileño C-Tangana. Las escenas rodadas en el templo primado, cargadas de sensualidad y vulgaridad, han sido comentadas «ad nauseam» en radios, televisiones, blogs, redes sociales y ese largo etcétera que ya conocemos. El resultado de esta «tangana», palabra apropiadísima para el caso ya que la RAE la define como alboroto o escándalo, ha sido dimisión del Deán de la Catedral, don Juan Miguel Ferrer Grenesche.
A quienes conocemos a don Juan Miguel nos ha causado profunda tristeza lo ocurrido. Y es por ello que querría brevemente vindicar su nombre, que ha estado de boca en boca, por teles y pantallas, casi siempre con escaso tino y muchas veces con una aversión injustificada que sorprende.
Don Juan Miguel Ferrer es un sacerdote nacido en Madrid pero toledano de adopción desde hace décadas. Como muchos otros compañeros, llegó a Toledo para estudiar en el seminario «nuevo y libre» que aquel gigante, el Cardenal Marcelo González Martín, puso en marcha tras la desbandada generalizada y los desórdenes continuos de estos centros en los años 70. En aquella espiritualidad recia y firme se formó, y en la Catedral que hoy ha protagonizado el escándalo, se ordenó sacerdote en 1986. Desde ese momento, los arzobispos primados, en base a su valía personal, le catapultaron a puestos de responsabilidad: vicario general de la diócesis y rector del seminario mayor, entre otros. Ostenta las dignidades, además, de canónigo-capellán mozárabe y prelado de honor de Su Santidad.
Siendo una estrella emergente en el clero toledano, marchó a Roma llamado por Benedicto XVI para ejercer una alta responsabilidad en la Curia Vaticana. Durante seis años fue subsecretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos en Roma, donde es recordado con gran afecto y donde pudo demostrar sus dotes como liturgista, muchas de las cuales había adquirido en la misma ciudad, donde se doctoró en 1991.
Sin embargo, los nuevos vientos –huracanes quizá– de Roma, no fueron favorables para don Juan Miguel Ferrer. Inexplicablemente olvidado, volvió a su diócesis de origen, Toledo, donde, más de un año después, fue nombrado deán por sus compañeros canónigos. Desde entonces no ha parado de trabajar para dignificar la catedral en todos los aspectos que se pueda imaginar: litúrgicos, artísticos, medios de comunicación, redes sociales y un larguísimo etcétera.
En estos años en Toledo, don Juan Miguel no ha sido promovido al episcopado como muchos esperábamos. Su espiritualidad, sus formas, su manera de pensar no son las del «huracán» actual. Lamentablemente. Infelizmente. Con el mismo estupor del que hablaba al principio, muchos nos preguntamos qué revolución solapada está ocurriendo en la Iglesia, qué «primavera» es esta que algunos nos presentan y que otros consideramos una glaciación de la que difícilmente se va a sobreponer esta institución milenaria... Y mientras estas preguntas rondan nuestras mentes, mientras tanto, un sacerdote probo e irreprochable ve rodar su cargo entre los aplausos de propios y extraños.
Don Juan Miguel Ferrer ha asumido su error y, en un país en el que nadie se va de su cargo, ha decidido dejar paso a otros. Omnia in bonum. Todo es para bien. Ahí se resume lo que piensa él ahora. Ojalá otros muchos, el que esto firma el primero, tuviéramos esa lucidez, esa paz en el alma y esa altura de miras.
Gracias, querido Deán.
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