Nueva generación de consagradas

Cuando las monjas llevan los pantalones

La colombiana Gloria Liliana Franco es la presidenta de la CLAR, la plataforma que aglutina a todos los religiosos de América Latina y encarna a una nueva generación de consagradas… y preparadas

La presidenta de la Conferencia Latinoamericana de Religiosas y Religiosos, Gloria Liliana Franco
La presidenta de la Conferencia Latinoamericana de Religiosas y Religiosos, Gloria Liliana FrancoJesus G FeriaLa Razón

Cuando se topó con Francisco en el Vaticano durante el Sínodo de la Amazonía, le salió al paso con un chascarrillo de los suyos: «¿Y los hombres te hacen caso?». Ella recogió el guante y resolvió al segundo: «Sobre todo, los jesuitas». El Papa ignaciano no pudo contener la carcajada ante la retranca de esta religiosa de la Compañía de María. No era pregunta baladí la que lanzaba el pontífice argentino. Desde hace casi cuatro años Gloria Liliana Franco es la presidenta de la CLAR (Confederación Latinoamericana de Religiosas y Religiosos), la plataforma que aglutina a todas las monjas y frailes del continente. Esta colombiana de 51 años, sin pretenderlo, representa a una generación de consagradas, cualificadas en lo académico, sólidas en espiritualidad, aterrizadas en lo social y con un estilo renovado a la hora de llevar las riendas de la Iglesia. Trabajadora social y magister en teología bíblica, ultima su doctorado con una tesis de trasfondo femenino. Esta semana ha participado en Madrid en la Asamblea General de la Conferencia Española de Religiosos (Confer) que ha elegido como presidente al dominico Jesús Díaz Sariego.

«No siento que yo represente un nuevo liderazgo en la Iglesia, simplemente soy heredera de una Iglesia que siempre ha tenido rostro femenino», asevera. No en vano, la fundadora de su orden, santa Juana Lestonnac, fue pionera al fundar la primera orden que abrió escuelas para niñas en Europa. «La mujer debe salvar a la mujer», suscribía esta francesa al arrancar el siglo XVII, cuando no había rastro alguno de feminismo ni se lo esperaba. Con este legado a sus espaldas, Liliana no pica el cebo de entrar en debates sobre el sacerdocio femenino ni se pierde en reivindicaciones sobre cuotas de poder.: «No se busca un nuevo protagonismo, sino reconocer la necesidad de la mujer como sujeto activo, favoreciendo cauces de participación que permitan ayudar a soñar y decidir esa Iglesia que soñamos». De hecho, no le gusta eso de llevar la batuta ni la voz cantante, en tanto que dice solo sabe trabajar en equipo, en «sinodalidad», ese término que ha puesto tan de actualidad Francisco.

Cuando dio sus primeros pasos como novicia, ni por asomo se olía que acabaría con su vocación en una maleta, rubricando decisiones que afectan a otros tantos, acompañando a congregaciones en sus capítulos, iluminando congresos y encuentros… «Yo pensaba que sería maestra en una escuelita rural y me visualizaba creando grupos bíblicos de adultos, pero una mujer consagrada es ser para la disponibilidad… Y aquí estoy, no por méritos personales, sino fruto del don de Dios», expone con una humildad que le lleva a pensar ya en el día después del cargo. «Confío en que mi provincial me envíe a un lugar de frontera, bien a una nueva obra en la Amazonía o a una isla del Pacífico». Mientras tanto busca huecos en estaciones de trenes y en aviones «para que Dios habite, privilegiando los espacios de oración».

Eso sí, asume que «las mujeres que estamos al servicio de cualquier institución eclesial de una manera visible estamos llamadas a abrir nuevos caminos que entrelacen un tejido en la diversidad, no para empoderar, sino para generar nuevas relaciones y nuevos cauces de participación». Por eso va más allá de impulsar solo lo femenino. «Está claro que hay que promover una mayor toma de conciencia a la hora de valorar la misión de la mujer en la Iglesia por parte de los varones y de las jerarquías. Pero no solo de la mujer, sino de todo el Pueblo de Dios, no como un invento novedoso, sino porque así emana del bautismo y se recoge en el Concilio Vaticano II».

Llegados a este punto, no duda en echar mano del Evangelio: «El origen de la Iglesia está en la mujer, porque quien hizo el milagro de Pentecostés y quien propició la unidad en medio de la dispersión tras la muerte de Jesús fue María. Es la mujer la que permanece en pie junto a la Cruz hasta el final, ella representa la resistencia que se abre paso ante el miedo, ella hace posible lo comunitario frente a los individualismo».

Trayendo al presente sus lecturas bíblicas, añade otra cita que no deja lugar a duda: «En la base de la Iglesia, quien tiene el protagonismo es la mujer. No porque quiera mandar, sino porque es la primera en servir y en transmitir la fe». Y se remite, por un lado, a las madres y abuelas como portadoras del padrenuestro a sus hijos y nietos de generación en generación. Por otro, a las miles de religiosas «que son las únicas capaces de permanecer en lugares de guerras, de conflicto y de frontera». «Allí donde la vida es más vulnerable, son signo de fecundidad. Ese es el papel preponderante de la mujer creyente», apostilla.

Más allá de este argumentario, Liliana no se ha sentido ni discriminada ni un cero a la izquierda en un templo ni en sus sucedáneos. Solo lo presintió la primera vez que desembarcó en Roma para participar en una reunión curial. En aquel foro eminentemente masculino y clerical, solo había silla para dos mujeres. Durante los primeros minutos se sintió literalmente «invisible». Hasta que ellas y su compañera tomaron la palabra. No para reivindicarse, simplemente para exponer su punto de vista sobre el debate abierto. Fue entonces cuando el gesto de aquellos clérigos con falda comenzó a cambiar hacia los dos ponentes sin hábito.

Liliana lleva pantalones, camiseta a rayas y una coleta. No se muestra ni a favor ni en contra de la toca. «Cuando era muy joven y me preguntaron por esto, de forma espontánea contesté: «La credibilidad no la dan las formas sino el estilo de vida que tenemos asumido, la pasión de Jesús que nos habita». Eso sí, cada vez percibe más que la identifican como consagrada a pesar de ir ‘de paisano’. «Notan que soy monja porque ven que hay algo en mí diferente. En nuestra sociedad de hoy, tenemos muchas maneras de expresa nuestra consagración, nuestro signo de distinción tiene que ser la vida».