"Punto caliente" migratorio

El Papa, en Lesbos: «El Mare Nostrum no puede ser un Mare Mortuum»

Francisco viaja por segunda vez a la isla griega para visibilizar el drama migratorio: «Detengamos el naufragio de la civilización»

El Papa Francisco, ayer, saluda a una de las menores del campamento para refugiados de Moria
El Papa Francisco, ayer, saluda a una de las menores del campamento para refugiados de MoriaVATICAN MEDIA HANDOUTEFE

Permaneció en la isla de Lesbos pocas horas, pero Francisco no las olvidará. Estrechó tantas manos, vio tantos ojos tristes, besó a cuantos niños se le acercaban, compartió muchas esperanzas… Y pronunció uno de sus discursos más radicales, en el sentido estrictamente cristiano de la palabra, sobre el problema de la crisis migratoria. «No dejemos que el Mare Nostrum se convierta en un desolador Mare Mortuum (mar de muertos) ni que este lugar de encuentro se vuelva en un escenario de conflictos. No permitamos que este ‘mar de los recuerdos’ se transforme en el ‘mar del olvido’. Les suplico, detengamos este naufragio de civilización», entonó el Obispo de Roma dirigiéndose tanto a las autoridades como a los migrantes en una carpa desde la que se vislumbraba el Mediterráneo, un enclave que dista apenas diez kilómetros de la costa turca y que se ha convertido en uno de los principales focos de tráfico de personas del continente europeo.

El de ayer fue, sin duda, el epicentro del 35º viaje del pontificado del primer Papa argentino de la historia del que ha sido uno de los dramas que han marcado estos ocho años de su pastoreo en Roma, pero sobre todo, de ese periplo por todo el planeta que le ha llevado a presentarse en esas periferias en las que convertirse en altavoz de los que se ven obligados a huir de su tierra por culpa del hambre, la persecución o la guerra.

En el campamento de Moria, uno de los más grandes de la isla griega, la jornada había comenzado muy pronto, apenas despuntada el alba. Todas las medidas de seguridad ya estaban en marcha desde días antes, pero se intensificaron en vísperas de la llegada del Papa. Los 2.500 ‘residentes’ –la mayoría de ellos afganos, pero también provenientes de otros países africanos o asiáticos– se habían endomingado dentro de sus modestísimas posibilidades.

El Papa no dudó en referirse a las aguas que contemplaba como un «frío cementerio sin lápidas». Una expresión que, por encima del juego retórico, contenía una crudeza prosaica que habla de más de 1.650 fallecidos solo en 2021 en las travesías de barcazas y cayucos.

A la vista está que el discurso papal no tiene desperdicio y merecería detenerse en cada una de sus reflexiones, tanto en aquellas en las ahonda en las causas del destierro forzado como en las propuestas para salir de este problema enquistado. Yo escogería esta frase: «Superemos la parálisis del miedo, la indiferencia que mata, el cínico desinterés que con guantes de seda condena a muerte a quienes son marginados». «Enfrentémonos desde su raíz al pensamiento dominante –expuso a continuación–, que gira en torno al propio yo, a los propios egoísmos personales y nacionales que se convierten en medida y criterio de todo».

Para Francisco, esta tragedia no se puede abordar de forma unilateral ni mucho menos aislada. «Es un problema del mundo, una crisis humanitaria que concierne a todos», entonó el pontífice argentino, que advirtió de que cualquier propuesta «fragmentada» se torna en «inadecuada», como sucede con las vacunas o con el cambio climático. «Está en juego el futuro de todos, que sólo será sereno si está integrado», alertó, convencido de que «cuando se rechaza a os pobres, se rechaza la paz».

Fue en este punto cuando su alocución se adentró en un análisis más político para sentenciar que «cierres y nacionalismos llevan a consecuencias desastrosas». «Es una ilusión pensar que basta con salvaguardarnos a nosotros mismos, defendiéndonos de los más débiles que llaman a la puerta», clamó. Como alternativa, planteó «políticas más amplias» frente al «continuo rebote de responsabilidades, que no se delegue siempre a los otros la cuestión migratoria, como si a ninguno le importara y fuese sólo una carga inútil que alguno se ve obligado a soportar».

La ciudad de Mitilene –capital de la isla del mar Egeo– mostraba ayer una cierta indiferencia ante la segunda venida de tan ilustre huésped ya que soportan, en buena parte, los inconvenientes de la vecindad con el eufemísticamente llamado Centro de Recepción e Identificación de Refugiados. Hay que reconocerles, sin embargo, que no han protagonizado ninguna marcha de rechazo ni antes ni durante la vista. Es más, a la entrada de la población pudimos incluso ver una pancarta de bienvenida a Francisco.

En este sentido, no dudó en hacer un guiño a la presidenta de la República helénica, Katerina Sakellaropoulou, parafraseando una expresión previa suya. «Que Europa haga lo mismo», repitió Francisco para reivindicar una acogida digna para migrantes y refugiados. El Papa sabe que recibir a población extranjera puede generar desconfianza. «Ciertamente, los temores y las inseguridades, las dificultades y los peligros son comprensibles», admitió sumándolo a las dificultades económicas generadas por la pandemia. Pero insistió en que esta desazón existente no se resuelve «levantando barreas» sino «uniendo fuerzas» y abordando «las causas profundas».

«Es triste escuchar que el uso de fondos comunes se propone como solución para construir muros, para construir alambres de púas», dejó caer el Papa, que no dudó en dirigirse a los líderes políticos que criminalizan per se a los migrantes: «Es fácil arrastrar a la opinión pública, fomentando el miedo al otro». A ellos les lanzó una pregunta: «¿Por qué, en cambio, con el mismo tono, no se habla de la explotación de los pobres, o de las guerras olvidadas y a menudo generosamente financiadas, o de los acuerdos económicos que se hacen a costa de la gente, o de las maniobras ocultas para traficar armas y hacer que prolifere su comercio?».

Es más, no dudó en apuntar a los responsables públicos presumen de defender la doctrina católica, pero mantienen al margen del catecismo al que viene de fuera: «Ofendemos a Dios, despreciando al hombre creado a su imagen, dejándolo a merced de las olas, en la marea de la indiferencia, a veces justificada incluso en nombre de presuntos valores cristianos».

Pero no tuvo solo palabras críticas para las autoridades, sino también para esa ciudadanía a la que ya recriminó en días anteriores su capacidad para «anestesiarse» ante las emergencias.

«Si queremos recomenzar, miremos el rostro de los niños. Hallemos la valentía de avergonzarnos ante ellos, que son inocentes y son el futuro», expuso con serenidad y contundencia, a la vez que invitó a todos a que «no escapemos rápidamente de las crudas imágenes de sus pequeños cuerpos sin vida en las playa».

Llegados a este punto, Francisco remató su discurso reclamando a uno y a otros «acciones concertadas», con una conciencia preclara de que «no hay respuestas fáciles para problemas complejos».