Diálogos
«Las buenas personas nacen, los profesionales se hacen»
Fernando Jesús Santiago, presidente del Ilustre Colegio Oficial de Gestores Administrativos de Madrid, y el escritor David Hernández de la Fuente reflexionan sobre la educación
«Las buenas personas nacen. Los profesionales se hacen». Con esta frase comienza su charla Fernando Jesús Santiago Ollero, presidente del Ilustre Colegio Oficial de Gestores Administrativos de Madrid, con David Hernández de la Fuente, escritor y profesor universitario, experto en historia y profundo conocedor de lo que durante la conversación llamarán los «fundamentos». ¿Estamos ante una profunda crisis de valores? ¿Usamos adecuadamente la tecnología? ¿Por qué un país puede pasar de ser brillante e innovador durante una parte del siglo XX a la situación por la que estamos atravesando?
David: Esto que dices tiene sentido. Pero para ello debemos volver a apostar por la educación. Una educación en la que se mantenga una visión humanista, sobre todo en la etapa fundamental, la secundaria. Las reformas de los últimos años han sido catastróficas. No se puede aceptar que se haya puesto en peligro las lenguas clásicas, la filosofía o las artes: ahora, parece que quieren que se estudie la historia de España solo a partir de 1812. ¿Pero cómo vamos a quitar de nuestra historia la Hispania romana o Al-Andalus? Cuando París era una aldea, Córdoba era la metrópoli más populosa y con la ciencia más avanzada del planeta. En el siglo XVIII España mandaba expediciones botánicas y científicas a todo el planeta, éramos un país puntero. ¿Podemos olvidar la Ilustración?
Fernando: No quiero pensar que el objetivo sea que nuestros jóvenes no puedan comparar la etapa actual con esa etapa brillante de un país avanzado, pionero en ciencia, en literatura, en libre pensamiento. Y que sea esa la razón por la que están pensando en hurtar a nuestros chicos de saber sus orígenes.
David: Pese a todo soy optimista con los jóvenes. Incluso cuando los veo todo el rato con sus móviles. Pienso en que en su mano tienen acceso a todo lo que quieran, a la biblioteca de Alejandría, a las obras completas de Schubert, pero mi duda es: ¿Lo están aprovechando? Nuestra labor es enseñarles a sacar partido de la mejor época de la historia para el conocimiento.
Fernando: En uno de los capítulos de los Simpson, Bart le dice a su padre Homer: «Es difícil no hacer caso a la tele, ella ha invertido más tiempo que tú en nuestra educación». Si este comentario lo hiciéramos hoy a los padres y a los gobernantes, en muchos casos igual estábamos dando en la diana. Es evidente que los padres tienen menos tiempo, sacar una casa adelante requiere un gran esfuerzo. Pero, ¿qué me dices de la tele? Si la tele es la que dedica más tiempo a nuestros jóvenes, ¿en qué ocupa ese tiempo?
David: Echo de menos una televisión pública con una visión más educativa. Con la televisión privada no puedo meterme, buscan maximizar su beneficio. Pero el beneficio de la televisión pública es mejorar la educación de su ciudadanía. Hoy, dominan los «reality shows» y subproductos varios, concursos de canciones y gastronomía. Busquemos programas culturales de referencia: nada. ¿Dónde quedaron los programas de libros, teatro o música? Pensemos en «A fondo», «La Clave», «Estudio 1»... Había debates entre intelectuales, entrevistas a grandes personajes. ¿Por qué no invertir en ese tipo de programas?
Fernando: Pienso luego existo. De vez en cuando repaso esta serie de programas en los que nos podíamos encontrar con Eduardo Punset, Soledad Puértolas, Álvaro Pombo, Margarita Salas, Gonzalo Suárez… Pregunta entre los jóvenes quiénes son, a ver qué te dicen. En un momento en el que los jóvenes no ven la tele como la veíamos nosotros, que tienen acceso a todos los programas del mundo, en el idioma que más les guste, a la hora que quieran, en el dispositivo que desean y donde se encuentren más confortables, no hay una televisión pública que les aporte conocimiento y valores, como bien dices. Hay que preguntar si la venta tan brutal de «telebasura» es causa o consecuencia. Yo creo que es consecuencia, y que tenemos la obligación de revertir esta situación. Como dice Javier Goyeneche, hay que dejar de preguntarse qué planeta le vamos a dejar a nuestros hijos y empezar a preguntarse qué hijos le vamos a dejar a nuestro planeta.
David: Es que estamos en una época en la que se ensalza la inmediatez, en la que se quieren réditos sin hacer nada. La falta de espíritu innovador y creativo es el resultado de las malas decisiones en educación. Las reformas en secundaria han cambiado historia, filosofía, latín y griego por gastronomía, fiscalidad, turismo o emprendeduría. No es sensato. Una educación que minimiza las áreas básicas no va a dar réditos realmente duraderos.
Fernando: Lo lógico es que los jóvenes se pregunten para qué les sirve esto. Hoy no lo ven y es normal. Pero los responsables de su educación, que sí sabemos para qué es útil volver a los básicos, es decir, a los clásicos, no deberíamos caer en la trampa de eliminar lo supuestamente superfluo. Me llama la atención el auge que el estudio de la filosofía está teniendo entre directivos de muy alto nivel. No son los únicos. Porque hay que aprender a escuchar, a entender los problemas de los demás, a sentir empatía. Y eso, las humanidades de toda la vida nos lo ofrecen. Y de eso va tu libro «El Hilo de Oro».
David: El título de mi libro es una evocación de la mitología, otra gran disciplina primordial para nuestros jóvenes: alude al hilo de oro que nos saca del laberinto del minotauro después de cumplir con una misión. Pero, en realidad, me refiero a varios laberintos modernos, como en el que estamos metidos por la pandemia. El laberinto que supone la crisis de valores.
Fernando: David, no hay crisis de valores, lo que no hay son valores.
David: Estamos en una encrucijada de la que tenemos que salir. Reaccionamos a lo inmediato, al bombardeo de los medios y las redes sociales, sin pararnos a pensar… Unas veces nos dicen que compremos test, que nos pongamos vacunas, que hagamos acopio de bombonas de gas porque va a haber un apagón…
Fernando: Esto me recuerda a un episodio de una serie («Merlín»). Es un experimento de la profesora que, explicando lo influenciables que somos y la falta de pensamiento crítico, propone a los alumnos que acuerden decir que la carpeta que sostiene ella, de color verde, es roja, para influenciar al próximo estudiante que llegue tarde. Y aunque este manifieste al final que sabía que era una broma, al final no se atreve a verbalizar lo que está viendo, porque va en contra de lo que piensa el resto.
David: Nos estamos gastando mucho dinero en autoayuda «new age», «coaches», «spin doctors» y demás barbarismos, pero si frecuentásemos más a los viejos maestros, los clásicos, seguro que nos sentiríamos mejor, que tendríamos menos problemas, que reconoceríamos mejor las falsedades, que aceptaríamos las contrariedades y sabríamos resolver con éxito las situaciones a las que nos enfrentamos. Obtendríamos lecciones muy importantes para nuestro día a día. Los clásicos nos hablan tanto de empresas como de la familia. En mis clases, aunque parezca que hablo a los alumnos del pasado, de Homero o Platón, en realidad les estoy hablando de cómo afrontar el futuro con lo que ellos nos cuentan.
Fernando: Mi temor es que vivamos demasiado del pasado. Creo que hay que aprender del pasado y vivir el presente preparando el futuro. Pero estamos en una sociedad, con unos gobernantes que nos hacen mirar siempre hacia atrás. Pero no para aprender, si no para meternos miedo. Ojo con lo que ocurrió en tal fecha con aquel personaje. Sus seguidores están entre nosotros… parece que vivimos de forma permanente en una película de miedo.
David: Es que mirar al pasado para aprender no es malo: tanto de los aciertos como de los errores. Conociendo los fundamentos, que se encuentran entre los clásicos, profundizando en materias de humanidades, leyendo a los filósofos antiguos, logramos grandes aprendizajes que nos permiten vivir bien el presente y preparar adecuadamente el futuro. Los filósofos antiguos, por ejemplo, Epicuro, nos dejaron grandes lecciones para vivir bien. Aprendizaje que nos permitiría tener una mejor sociedad, un mejor sistema político, y una mejor relación con nosotros mismos. Los más innovadores siempre han sido los que han acudido a las fuentes y han sabido innovar desde ellas. Somos, siguiendo ese famoso dicho medieval, «enanos a hombros de gigantes» Así avanza el conocimiento. Pero, ¿cómo innovar si no tenemos una cultura básica? ¿Cómo aprender a gestionar las emociones, las pasiones, el dolor? Los clásicos lo enseñan. Me gusta dar clases a alumnos de primero para ver cómo vienen desde el bachillerato. Y me gusta verlos cuando salen de la Universidad, a ver si han dado o no un cambio.
Fernando: Bueno, ese análisis permitiría evaluar si la educación universitaria ha tenido o no éxito. Pero ya sabes lo que se dice: alumnos del siglo XXI, profesores del siglo XX y programas del siglo XIX. ¿No te parece que deberíamos generar un cambio radical?
David: A eso te voy a contestar escuetamente reiterando lo que decíamos antes: soy optimista con los jóvenes, pero soy pesimista con las autoridades educativas. Y la universidad no es una fábrica de empleos. No lo olvidemos…
Fernando: Entendido. Déjame dar otra pequeña vuelta de tuerca a nuestra educación. Si nuestros abuelos escucharan hoy a los jóvenes no los entenderían. Bueno, ni a los mayores: «fake news», «mindfulness», resiliencia… ¿Esto es moderno realmente? ¿Demuestra cultura?
David: Estoy terminando un ensayo en el que trato precisamente de esta cuestión. Ahora se habla, por ejemplo, de «fake news» como si hubiéramos descubierto algo. Si fijamos nuestra vista en la historia antigua y los mitos, nos encontramos que la manipulación en la propaganda política a través de la desinformación ha existido siempre. Si hablamos de resiliencia, el más resiliente fue Marco Aurelio y todo el estoicismo. Y si hablamos de «mindfulness», podemos acudir a la meditación de Pitágoras o a la neoplatónica. En fin, es que lo copiamos todo de EE UU y del inglés en un seguidismo servil. Falta pensamiento original y creativo, como quería Ortega, no mera copia. Insisto, volver a las fuentes nos ayuda a ser más plenos como individuos y como colectivo.
Fernando: Vuelvo a donde empezamos. A la educación. A la gestión que los gobernantes están haciendo de la misma. A las peleas políticas que nada tienen que ver con lo que una sociedad necesita para ser fuerte. No somos creativos, no somos innovadores, no somos emprendedores, no hay valores, ¿qué hacemos?
David: Tres cosas: educación, educación y educación. Fernando, fíjate que, como decía al principio, venimos de una sociedad culta, destacada en lo científico, emprendedora. La primera mitad del siglo XX fue políticamente muy complicada, pero dio enormes frutos intelectuales: una «edad de plata» de nuestro país… Recordemos la generación del 14, la del 27, filósofos como Unamuno y Ortega, científicos, como Ramón y Cajal, Marañón o Severo Ochoa. ¿Qué nos ha pasado desde los 60? Lo teníamos todo para triunfar… La cultura del desarrollismo, del rédito fácil… los gobiernos demoliendo las humanidades desde entonces a hoy.
Fernando: Este afán de hoy por la especialización, por la superespecialización, cuando debemos promover a los generalistas. Porque solo un generalista es capaz de controlar a los especialistas.
David: Galeno decía que el mejor médico es el que también es un buen filósofo: ¿y qué mejor ejemplo que nuestro Gregorio Marañón? Él escribió sobre historia, filosofía, antropología. La conjunción entre medicina y humanidades, al hilo de la pandemia, está de vuelta. Hay que saber mirar al paciente –no solo a una pantalla–, cogerle las manos… Un médico humanista es un médico humano. El humanismo nos ayuda en todos los órdenes de la vida…
Fernando: Entonces, ¿qué tenemos que hacer?
David: Educación, educación, educación… La verdad es que no encuentro otra receta.
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