La Palma
«No sé cómo será la vida rodeada de lava, en tierra de nadie»
El volcán ha convertido la casa de Marta en una isla incomunicada a la que aún no llegan la luz ni el agua
Entre la desgracia de haber perdido la casa bajo la lava y la suerte de que tu vivienda se haya librado, hay un camino intermedio. Es el que le ha tocado a Marta Montelongo. Su hogar se ha convertido en una isla en este mar negro de carreteras de acceso sepultadas y vecindarios diezmados. Que la vida será muy diferente cuando pueda retomarla es lo único que tiene claro a estas alturas.
El pasado 19 de septiembre, el mismo día que despertaba el volcán de Cumbre Vieja, Marta dejó atrás su hogar junto a su marido y sus dos hijos, de 11 y 15 años, sin saber si iba a volver a verlo en pie. Solo una vez pudo regresar, fue el 11 de octubre. Desde entonces, los drones han sido los únicos que le han enseñado de cerca cómo ha quedado la zona a la que un día de estos le permitirán regresar.
La casa de Marta es una de las seis del mismo cogollo que han respetado las coladas en La Laguna, lindando con Todoque, aunque solo tres estaban ocupadas. Ahí vivía también la prima de su marido y, en frente, su vecino Mario. El resto de habitantes, más de una veintena, ha perdido el techo bajo el manto negro. Tal y como se aprecia en la fotografía que ilustra este reportaje, la carretera que va desde la rotonda está impracticable.
Desde Tazacorte, donde sigue «refugiada» en casa de la jefa de su padre, no alcanza a imaginar la nueva rutina: «Es que no sé cómo será la vida rodeada de lava. Abrir una ventana y ver el muro de la colada, tener la vista de otra pared negra en el patio de atrás... No hay luz, ni agua, creo que ni siquiera el cartero va a pasar por allí». En conversación telefónica con este periódico, esta mujer de 46 años dice que su hija trata de quitar hierro al asunto diciendo que «pondremos unas floritas por todas partes para cambiar el color».
En medio de este drama subyace cierta sensación de culpa. Como si la queja estuviera mal vista porque hay gente que ha corrido peor suerte, que ya ni casa tienen. Por eso, Marta se cuida de decir según qué cosas en los grupos de whatsapp, porque la sensibilidad está a flor de piel y no quiere meter la para. En ocasiones, no puede evitar pensar que quizá habría sido más práctico tener que empezar de cero en otro sitio más habitable, aunque es un pensamiento que se guarda para ella.
«Sé que vivir en medio de la lava no va a ser tarea fácil, pero no queda otra. Hay gente que se ha quedado sin nada y, a fin de cuentas, somos afortunados. Tenemos que volver, decir otra cosa sería egoísta». Sin embargo, no ve muy claro el horizonte: «Es como quedarte varado, veo imposible que vuelvan a hacer entera la carretera de La Laguna a Puerto Naos, harían falta millones de euros, pero es que antes de la erupción todo el mundo pasaba por ahí».
Desde que estallara el «bicho», una conversación que se repite entre los palmeros es si van a permitirles construir, o no, sobre las coladas. Según Marta, «hay muchos en mi situación que prefieren que les expropien porque son mayores y no quieren esperar a que la zona vuelva a estar lista para vivir. En mi caso, les sale mejor que vuelva a que me tengan que comprar una casa nueva».
Ella ha recibido en total 5.500 euros en ayudas del Cabildo canario y del Ayuntamiento. Es un dinero que aún no ha gastado porque hasta ahora no han tenido que pagar alquiler, aunque le va a tocar mudarse pronto. Desconoce por completo cuándo les dejarán volver a la que fue su casa desde que se casó, hace 22 años. Una parcela que su marido heredó del padre. «De verdad que nadie nos dice nada de nada, mañana teníamos una reunión para hablar de esto y nos la han cancelado, al parecer por la emergencia de la covid. Me di de alta en el Registro único, como todos, pero desde que me fui solo me entero de cómo está la casa por la fotos del satélite o cuando cuelgan las de los drones. A lo mejor está todo lleno de ratas».
Hace unos días, una información publicada en el diario palmero «El Time» les hizo albergar esperanzas. Habían comenzado los trabajos de las excavadoras en la zona del Cruce de La Laguna para retirar parte de la lava solidificada sobre el campo de coladas y abrir camino hacia un «islote» («kipuka», en lenguaje técnico), el cogollo de viviendas de Marta. Pero aún no han tenido notificación oficial alguna.
Además de la casa, el trabajo de esta palmera en las oficinas de una empresa empaquetadora de aguacates también ha quedado como congelado en el tiempo. El polígono industrial entre La Laguna y Todoque donde desarrollaba su labor de administrativa permanece en pie aunque inaccesible. No sabe cuándo la llamarán, de momento sigue en Erte. Su marido, de baja por una enfermedad visual, trabajaba en otra platanera en la zona de exclusión enterrada ahora en la ceniza negra del volcán: «Con lo que teníamos nos daba para vivir, nosotros somos sencillitos. Vamos tirando. No nos morimos de hambre pero tenemos que trabajar».
La semana que viene se cumplen cuatro meses desde que Marta desmontara todo lo que le dio tiempo antes de salir pitando. «Me llevé todo lo que pude meter en el camión menos los sillones del salón, hasta todo el material para hacer ‘’scrap’', que es una de mis pasiones. También vacié los cuartos de los chicos y de mi suegra solo saqué la máquina de coser y la lavadora. A mis hijos les di a elegir y los dos se llevaron el material del colegio, el ordenador y la almohada. Ahora tenemos todo regado por mil sitios, en casas de amigos, porque donde estamos ahora no lo hemos podido traer. Los armarios están llenos de la ropa de la dueña y lo nuestro está metido en maletas».
La primera remesa de retornados fue autorizada el pasado tres de enero. Cerca de un millar de personas pudo volver a meter la llave en la cerradura de sus casas después de que el Pevolca (Plan de Emergencias Volcánicas de Canarias) considerara que el suelo donde se levantan es seguro. En total fueron liberadas 345 hectáreas de la zona de exclusión. Fue solo el principio. Aún quedan muchos palmeros por regresar; al menos 500 siguen durmiendo cada noche en una habitación de hotel y alrededor de 40 en centros sociosanitarios.
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