Covid-19

Hasta las Meninas tendrían covid

Hay que esperar que la totalidad de la población acabe infectada

Rubén Moreno Es Senador Por El Pp Y Ex Secretario General de Sanidad

Nosotros somos el resultado de una compleja interacción entre nuestra herencia genética y el medio ambiente que nos rodea a lo largo de nuestra vida. Si uno visita la sala 12 del Museo del Prado y se detiene ante el retrato de «Las Meninas» o «La familia de Felipe IV», de Diego Velázquez, son inmediatamente perceptibles en los retratados algunos trastornos genéticos como el enanismo acondroplásico de Mari Bárbola, causado por mutaciones en el gen FGFR3; o el enanismo hipofisario de Nicolasito Pertusato originado por mutaciones en uno de al menos tres genes (GH1, GHRHR, BTK). Menos perceptible es el resultado de un coeficiente de endogamia creciente de los Austrias, solo refrescado ligeramente en el caso de Felipe IV por el parentesco con Ana de Hungría, pero elevado de nuevo, por el matrimonio con su sobrina Mariana de Austria, al grado de catastrófico para la dinastía en la figura de su hijo Carlos II el hechizado. El centro del cuadro lo ocupa la infanta Margarita Teresa, hermana del anterior, que resultó más agraciada que él en la ruleta de la herencia genética, aunque a diferencia de éste, aún contribuiría a aumentar más la consanguinidad de la familia al casarse con su tío y primo al mismo tiempo Leopoldo I de Austria. Pero, a pesar de su mejor suerte, tampoco parece que Margarita se librara de alguna alteración en sus genes, aunque no fuera vía herencia. A Margarita se le supone un síndrome de McCune-Albright producido por una mutación al azar en algunas células (mosaicismo) siendo un embrión todavía, en el gen GNAS1 que funciona en glándulas y huesos. El síndrome se caracteriza por manchas irregulares en la piel de color café con leche (tendría más, pero al menos se ve una en la sien derecha); displasia fibrosa ósea, que puede facilitar las fracturas, y trastornos endocrinos, de los que, el más frecuente es la pubertad precoz con una primera menstruación en las niñas que puede producirse incluso antes de cumplir el año de edad. La forma de cortar la menstruación en esa época era tomando arcilla masticando trocitos de barro que la menina María Agustina Sarmiento le ofrece a la infanta en forma de pequeño búcaro para producirle la opilación. Entre la anemia y la arcilla, la infanta, de tan solo cinco años entonces, muestra una tez llamativamente blanca, y unos ojos saltones (exoftalmos) producto probablemente de un hipertiroidismo como parte de su trastorno endocrino.

Hoy, como en 1656, los genes y el ambiente no solo determinan cómo somos nosotros, también cómo son los virus, y más importante aún, como interaccionamos con ellos. Los estudios del genoma humano en los casos de enfermedades infecciosas son escasos por muchas razones, pero en la covid-19 sí pudieron hacerse antes de que apareciese la variante Ómicron. Se localizaron 13 lugares en nuestro genoma que se asocian, 4 de ellos a una mayor susceptibilidad a la infección por SARS-CoV-2, y los 9 restantes a una mayor gravedad de la enfermedad. En esos 13 lugares hay más de 40 genes candidatos con funciones inmunes o pulmonares, lo que explicaría el efecto del virus en el sistema respiratorio.

Pero, en este juego no solo participa nuestro genoma y cómo interacciona con el del virus, importa también y mucho, el genoma del propio virus. Si las mutaciones en nuestro genoma suelen ser negativas para nuestra salud como se ve en el cuadro de «Las meninas», en los virus pueden ser una oportunidad de mejora. Desde su aparición, Ómicron ha reemplazado a Delta como la variante más frecuente del SARS-CoV-2 en todo el mundo, volviendo a infectar incluso a personas doblemente vacunadas. De las 37 mutaciones que tienen los genes de la espiga de Ómicron respecto al virus original, unas le harían menos eficaz que Delta para entrar en nuestras células (como K417N), mientras que otras compensan esa desventaja, por lo que Ómicron no pierde eficiencia respecto a Delta por esa vía. Pero lo que hace imbatible a Ómicron es su mayor capacidad para evadir nuestro sistema de defensa por anticuerpos, lo que le confiere esa rápida velocidad de propagación. Afortunadamente, sea por la inmunidad natural por una infección previa o por la vacunación, el riesgo de infección grave por Ómicron se ha reducido en un 50-60%. Aun así, el 1,14% de los casos son hospitalizados, el 0,16% requieren UCI y el 0,06% mueren. Con todo, de lo que no cabe duda es que, dado el extraordinario grado de eficiencia de Ómicron para transmitirse, hay que esperar que la totalidad de la población acabe infectada. En otras palabras, y con independencia de su perfil genómico, si los personajes de la obra de Velázquez levantaran la cabeza, hasta las Meninas tendrían covid. Eso sí, si hubiesen sido correctamente vacunadas, probablemente no tendrían que ir al Hospital General y de la Pasión que estaba en Atocha, entre otras cosas porque no estaba pensado ni para el bufón Calabacillas que no debió ser persona menor en la corte de Felipe IV a juzgar por el elevado sueldo que recibía y el derecho a carruaje, mula y acémila que le correspondía. Todos habrían sido tratados por los Médicos de Cámara de Su Majestad, Miguel de Alva y Pedro de Chavarri, los mismos que le diagnosticaron a Velázquez una «terciana sincopal minuta sutil» (hoy una pancreopatía aguda o peritonitis) que acabaría con su vida a las dos de la tarde del viernes 6 de agosto de 1660, cuatro años después de acabar «Las Meninas». Pero de todos los demás, de haber existido entonces Ómicron y sus vacunas, con o sin la aquiescencia de los Médicos de Cámara de Su Majestad, hasta Calabacillas se hubiese vacunado.

Rubén Moreno es senador por el PP y ex secretario general de Sanidad