Los nuevos desafíos
Tras la pandemia y la guerra, el bioataque
El uso indebido de material biológico amenaza con producir la próxima gran crisis mundial
Una pandemia, una guerra a las puertas de la Europa occidental, una crisis energética y económica global… A nadie le acusarían de pesimismo irracional si se preguntara... ¿qué más nos puede pasar?
Pesimistas u optimistas, la pregunta se la han hecho los investigadores de la Universidad de Oxford James Smith y Jonas Sandbrink y han puesto el foco en el que podría ser el próximo motivo de una crisis internacional: el mal uso de la biotecnología.
En un análisis publicado por la revista «PLOS Biology» aseguran que «el riesgo de una utilización dañina de los avances biotecnológicos, de manera accidental o deliberada, está creciendo rápidamente en los últimos años». Muchas de las investigaciones que se realizan en el terreno de la manipulación de organismos vivos o de material genético se publican ahora en condiciones abiertas y de libre disposición –lo que técnicamente se denomina «open science»–. Con ello se facilita la transmisión del conocimiento pero también se abre la puerta a que el mismo llegue a manos de personas o instituciones con perversas intenciones.
Por eso, cada vez más expertos insisten en la necesidad de revisar los protocolos de bioseguridad y adaptarlos a las nuevas corrientes de transmisión abierta de la información científica. Si no, estaremos abonando el terreno para que el próximo desastre no sea una pandemia o una quiebra del suministro de componentes, sino un accidente, o un ataque, de carácter biotecnológico.
Los autores del trabajo han arrojado una mirada serena pero realista a un problema que acompaña a la ciencia desde el advenimiento de la física nuclear: el conflicto entre transparencia y seguridad. Cuando un avance científico alberga el potencial para ser utilizado para causar daño, pero su desarrollo es fundamental para causar un gran bien a la humanidad, ¿qué debe primar: la capacidad de transmisión rápida y eficiente del conocimiento o el control de la información para evitar que caiga en manos equivocadas?
En la actualidad, en laboratorios de todo el planeta se trabaja con material biológico muy sensible. Información genética de especies invasoras, virus y bacterias mejoradas para infectar más a sus víctimas, versiones transgénicas de animales que sirven de modelo para el desarrollo de fármacos, microorganismos capaces de reducir la radiactividad de un suelo contaminado o descomponer materiales tóxicos…
Todo ese material y el conocimiento extraído de su estudio está cada vez en más manos.
Hace décadas lograr las modificaciones necesarias para que un microorganismo produzca una enfermedad, por ejemplo, requería años de investigación y una inversión millonaria. Hoy, las herramientas de inteligencia artificial y gestión de datos permiten acelerar y abaratar el proceso de manera exponencial. La fabricación de un «arma biotecnológica» es cada vez más sencilla. Con el avance de la ciencia se ha realizado un proceso de desarrollo tan rápido que sitúa la biotecnología en un terreno hasta ahora inédito. Es como si se hubiera facilitado la fabricación doméstica de bombas nucleares.
Existen muchos ejemplos, recogidos en el trabajo de los investigadores de Oxford, de riesgos reales en el campo de la bioseguridad. En 1977, un brote global de gripe H1N1 parece que fue causado por la fuga accidental de una cepa vírica antigua que estaba siendo usada en investigación de vacunas en la Unión Soviética. En 2015, las autoridades sanitarias de Estados Unidos reconocieron que habían estado enviando durante cerca de 10 años cepas de ántrax activo a 8 países en lugar de cepas inactivas e inocuas como creían estar haciendo.
A menudo se producen accidentes que resultan en la exposición de una o varias personas a patógenos guardados en laboratorios de alta seguridad. La inmensa mayoría de los casos responden a errores humanos. Sin ir más lejos, entre 2003 y 2004 se produjeron tres incidentes diferentes en varios laboratorios con material que contenía virus SARS-CoV-1. Seis personas, como mínimo, fueron infectadas. En aquella ocasión la infección se detuvo a tiempo y no proliferó hasta convertirse en pandemia pero, ¿ocurrió algo parecido con la última pandemia de SARS-CoV-2?
En el entorno de una guerra o un conflicto internacional, la liberación consciente de patógenos puede convertirse en una tentación. La Unión Soviética mantuvo durante décadas un programa de investigación para conocer cómo suministrar agentes infecciosos de la peste, la viruela o la gripe a gran escala. En 2001, varios edificios oficiales de Estados Unidos recibieron un ataque con sobres que contenían muestras de Antrax.
El problema reside en que la misma tecnología que se usa para generar una vacuna o un tratamiento contra el cáncer es la necesaria para componer un arma biológica.
Técnicamente se denomina «material de doble uso preocupante» (Dual Use of Concern) a los agentes creados en laboratorio que tienen una gran potencial para curan una enfermedad, desintoxicar un terreno o solucionar un problema pero también suponen una grave amenaza.
El mundo actual ha permitido que gran parte de la información relacionada con ese material se publique en medios online, pre-prints y revistas no revisadas. Que se viralice por redes sociales y se comparta en espacios públicos.
Los autores de Oxford alertan: «Ese es el caldo de cultivo ideal para el desastre. Se hace imperativo crear nuevos sistemas de control que aprovechen las virtudes de la comunicación abierta pero garantice que el uso de este conocimiento no cae en cualquier mano».
Puede que estemos ante la primera alerta de una amenaza real futura. Del manejo de la información biotecnológica dependerá la aparición de la próxima crisis que llene las portadas de los periódicos en los años venideros.
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