Gestación subrogada
«Para mí, los niños no vienen de París, sino de Kiev»
Aunque polémica, la gestación subrogada supone la única solución para muchas personas que quieren formar una familia
La gestación subrogada (aquella en la que una mujer accede a engendrar al hijo de otra persona o pareja) ha estado desde siempre en medio de intensos debates entre quienes se oponen frontalmente a esta práctica y quienes la defienden. En nuestro país la ley no la permite, aunque cada año se inscriben entre 700 y 1.000 bebés nacidos de gestación por sustitución.
Una sentencia del Tribunal Supremo ha señalado recientemente que los contratos de gestación subrogada son nulos porque vulneran los derechos fundamentales de la mujer gestante y del niño gestado. También indicaba que el reconocimiento de la filiación a la madre no biológica debe hacerse mediante la adopción. Polémicas aparte, la realidad es que este método supone la respuesta para personas que tienen problemas físicos o de salud que les impide gestar, y que de otro modo no podrían ser padres.
Ese fue el caso de Ana Reyes y su marido Fernando, que consiguieron ver por fin cumplido su sueño de aumentar su familia después de sufrir dolorosos reveses que se prolongaron durante más de cinco años. La pareja llegó a la gestación subrogada tras cuatro abortos. En el primer embarazo, cuando les dijeron que no había latido, «fue un palo tremendo, recuerdo la cara de mi marido. No se me olvidará en la vida. Fue muy duro», afirma Ana. Después de otros tres abortos y debido a un problema físico decidieron recurrir a la fecundación in vitro.
En este caso fueron otros «tres intentos fallidos», y desde el punto de vista económico, «un dineral». Pero lo peor era no lograr el objetivo: «Cada vez que te baja la regla es una desesperación terrible», dice Ana.
La Odisea de Ana y Fernando
Un día, con el ánimo ya muy tocado por las decepciones acumuladas pero con el deseo de ser padres intacto, oyeron hablar sobre la gestación subrogada en televisión y decidieron probar. «Es nuestra última oportunidad», pensaron. Aunque en un primer momento miraron agencias de Estados Unidos «porque era la mejor opción», finalmente tuvieron que descartarlo porque no podían asumirlo económicamente. Tras mirar muchas agencias se decidieron por una que trabaja como intermediaria en Ucrania.
Por fin, después de completar todos los trámites, en 2017 consiguieron un embarazo. Pero todavía las cosas se iban a poner más oscuras. El 12 de agosto, la madre de Ana moría sin conocer a su nieto o nieta, y pocos días más les dijeron que el embarazo no había prosperado. «Fue un bombazo emocional», recuerda Ana. «Me llegué a plantear pararlo todo, estaba mal». Hubo otro intento con la misma madre, pero tampoco prosperó, por lo que, por consejo médico, decidieron cambiar de madre gestante.
Cuando conocieron a Natalia, una psicóloga de Kiev que ya era madre de un niño, «me encantó, lo primero que me dijo fue que quería ayudar a formar una familia como la que ella tenía», recuerda Ana. Esas palabras «supusieron muchísimo para mí», ya que la gustó que quisiera ayudar a otras personas, y que su motivación para ser madre de sustitución no fuera solo económica.
Esta vez todo marchó bien. Natalia, que ponía canciones y cuentos en español al feto, les enviaba las ecografías y la pareja se fue ilusionando. «Cuando me mandó la eco con el sonido del latido lloré como una magdalena», confiesa Ana. El 7 de diciembre de 2018 viajaron a Kiev. Alba nació el día 19, en San Nicolás. «El parto fue muy rápido, y lo más emocionante del mundo, cuando la tienes en brazos te tiembla todo. Fue maravilloso». Y añade que «no pude vivir el embarazo, pero es tu hijo». Con una sonrisa, recuerda que el momento más bonito «fue cuando le puse la niña en los brazos a mi marido, ver nuestra familia reunida».
De Kiev a Palencia
Ana es consciente de las críticas que tiene la gestación subrogada. A través de redes sociales ha recibido insultos, la han llamado «explotadora de mujeres» o «ladrona de niños», entre otros calificativos. «Pero no me oculto», afirma convencida, «para mí los niños no vienen de París, sino de Kiev». Sobre la sentencia del Supremo, afirma que «si esta práctica se regulase no habría explotación y sería garantista».
En una vuelta de tuerca más del destino, la vida ha querido que Natalia y esta pareja española vuelvan a cruzar sus caminos. Aunque tras el nacimiento seguían manteniendo contacto, éste se hizo más intenso cuando la situación en Ucrania se puso difícil. Así que al estallar la guerra ni se lo pensaron: les abrieron las puertas de su casa para escapar del horror.
Natalia, su marido y su hijo Yehor, de siete años, decidieron cruzar la frontera por Polonia. Él se quedó en Ucrania. Cuando llegaron, Alba les estaba esperando con un ramo de flores. Ahora viven todos juntos en su casa de Palencia. Les han ayudado a tramitar todo: el NIE, la tarjeta sanitaria, el empadronamiento, la Seguridad Social... y a escolarizarlos a los dos, para que Natalia pueda aprender español. Al no venir con ninguna ONG las ayudas se demoran. Ana se lamenta de que ella no pide nada para ellos, pero que Natalia «ni siquiera puede comprar unas chuches a su hijo». En esa incertidumbre están ahora, y mientras hablamos se oyen las risas de Alba y Yehor, disfrutando en compañía.
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