Un encuentro personal
Un faro orientador
Tuve la dicha de alojarle en una casa de las Cruzadas de Santa María cerca del Retiro y de hacerle de chófer durante esta estancia en Madrid
España ha sido destino de varias visitas de nuestro querido Benedicto XVI, como Papa y como prefecto. Entre otras, en febrero del año 2000 vino a Madrid para impartir una conferencia en el Palacio de congresos, en el marco de un congreso internacional sobre la encíclica Fides et ratio que organizaba la Facultad de Teología San Dámaso. Las previsiones se vieron desbordadas por más de 3.000 asistentes, y casi 1.000 la siguieron fuera por medio de pantallas. En esa ocasión tuve la dicha de alojarle en una casa de las Cruzadas de Santa María cerca del Retiro y de hacerle de chófer durante esta estancia en Madrid. Me enriqueció su bondad.
La conferencia que impartió llevaba por título «Fe, verdad y cultura. Reflexiones a propósito de la encíclica Fides et ratio». En palabras suyas, la intención con la que San Juan Pablo II la había escrito era «rehabilitar la pregunta por la verdad en un mundo marcado por el relativismo; en la situación de la ciencia actual, […] hacer valer dicha cuestión como tarea racional y científica, porque en caso contrario la fe pierde el aire en que respira. La encíclica querría sencillamente animar de nuevo a la aventura de la verdad».
Tal ha sido su propia propuesta, pues «sólo si la fe cristiana es verdad, afecta a todos los hombres» y tiene algo que decirles. Y mostrando en cuánta medida ha estado siempre en permanente diálogo con todos los que se preguntan sobre sí mismos, su origen y su futuro. Da la palabra en esa conferencia a numerosos escritores o filósofos agnósticos o no católicos: U. Eco, Flores d’Arcais, Lessing, Troeltsch, Haecker… quienes confesaban que la razón moderna no responde a las secretas aspiraciones de todo hombre –sea creyente o no–, por otro lado las más propias de su ser hombre. El vacío, la angostura se deben a la auto-limitación que la razón se ha impuesto a sí misma.
Si la Filosofía apaga totalmente este diálogo con el pensamiento de la fe, acaba en una «seriedad que se va vaciando de contenido» (Jaspers). Y apuntaba el Cardenal: «Al final se ve impelida a renunciar a la cuestión de la verdad y esto significa darse a sí misma por perdida». Sus desafíos son superar el envoltorio cultural, el de las palabras, dar con los contenidos verdaderos. Sólo la verdad protege al hombre de la dictadura de lo manipulable, y le devuelve su dignidad. El más serio problema es, sin duda, el relativismo (la tolerancia mal entendida cae en él). Y apuntó a la conciencia como capacidad del hombre para la verdad, añadiendo con esa mansedumbre tan suya: «Nunca es anacrónica la confianza en buscar la verdad y en encontrarla».
Peter Seewald contaba recientemente de una conversación con él sobre su larga vida, que quizá se debiera a que Dios quisiera hacer de él un signo para nuestro tiempo. Profunda gratitud sentimos ante esta providencial estrella que Dios ha encendido para iluminar la oscuridad de nuestro mundo, para quien quiera dejarse guiar por ella.
✕
Accede a tu cuenta para comentar