Entrevista

Cardenal Müller: «Algunos se empeñan en dividir a la Iglesia enfrentando a los dos Papas»

El «ministro» del Papa alemán le define como «un hombre del logos»

Cardenal Gerhard Muller
Cardenal Gerhard MullerPaul HaringLa Razón

El cardenal germano Gerhard Müller fue, sin duda, el colaborador más estrecho de Benedicto XVI en la recta final de su pontificado. No en vano, en julio de 2012, le nombró prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el «Ministerio» vaticano que el propio Ratzinger dirigió con Juan Pablo II. A los 75 años y tras ser jubilado por Francisco de su cargo en la Curia Romana, sigue ejerciendo de discípulo, conocedor al dedillo del pensamiento y, sobre todo amigo, de un Papa emérito que ahora le ha dejado algo huérfano.

Si tuviera que definir con una palabra a Benedicto XVI, ¿con cuál se quedaría?

Creo que, antes o después, se le reconocerá como un nuevo Padre de la Iglesia para nuestro tiempo. Precisamente su pensamiento bebe de las fuentes de San Agustín, de San Buenaventura y de San Tomás de Aquino. Su intelectualidad fuera de serie en muchos aspectos le sitúa en una de las cumbres de la investigación y de la reflexión profunda en el seno de la Iglesia católica. En especial, destacaría de él su apuesta por una teología afectiva, convirtiéndose en el gran predicador del amor de Dios.

Él nos ha acercado a Dios a la vez con la profundidad y la sencillez de sus exposiciones. Nos hizo ver cómo la fe cristiana no es una teoría abstracta sobre el mundo o sobre el ser, tampoco un mero reglamento moral, sino encuentro personal en el Espíritu Santo a través de Jesucristo, el Hijo de Dios, el encuentro con una persona, no una figura mitológica, pero tampoco solo un personaje histórico. Así lo expone en sus tres libros sobre Jesús de Nazaret.

En general, Benedicto XVI ha sido capaz de elaborar una síntesis entre la trascendencia y la inmanencia del ser humano. La fe es una verdad revelada y no solo un contacto psicológico con una persona. De la misma manera, Dios no es de los filósofos y las religiones. Esto no nos no excluye el conocimiento natural de Dios ni la síntesis de la teología, pero los cristianos creemos a través de la luz de la fe en el Dios que se dio a conocer a través de los profetas y por medio de su Hijo. A todo esto, nos ayudó Benedicto XVI.

Desde que fue elegido Papa, tuvo que enfrentarse a no pocas críticas y prejuicios que le situaban como un guardián férreo de la ortodoxia. ¿Cree que el tiempo le ha dado la razón y hará justicia con él?

Actualmente cualquier juicio que se emite en los diferentes foros públicos está netamente politizado y todo busca encajarse en las categorías de la izquierda y la derecha con consecuencias catastróficas para la humanidad, como antesala de los totalitarismos. Para mí, caer en este simplismo es un fracaso de la inteligencia humana, porque el hecho de pensar comienza precisamente con la apertura a los matices, con estar abierto al diálogo.

Benedicto XVI fue víctima de esta concepción de la realidad cuando fue elegido sucesor de Pedro, pero con su carácter sereno y firme ha sido capaz de demostrar que trascendía cualquier etiqueta. Pero, sobre todo, ha escapado a cualquier categoría de poder, precisamente cuando a él le llegan a acusar de querer tener poder, cuando él mismo se presentó ante el mundo como un «humilde obrero en la viña del Señor».

El poder está completamente desligado de la moral y del pensamiento filosófico y teológico. Eso hace que los políticos acaben definiendo la historia y manipulando los hechos según su propia interpretación. Yo no necesito un Pedro Sánchez para interpretar la realidad, para eso están los filósofos como Platón o Aristóteles, o los grandes teólogos como Joseph Ratzinger. Los pensadores tendrían que ser nuestros verdaderos interlocutores entre la realidad y el mundo de las ideas y la trascendencia.

Los políticos, en cambio, deberían abordar problemas como el paro de los jóvenes y la subida del precio de los alimentos, y no meterse en la antropología, menospreciando la capacidad de los ciudadanos para pensar por sí mismo tratándoles como súbditos y esclavos.

Benedicto XVI sí trató a los católicos como adultos y no precisamente como creyentes adolescentes…

El Papa era, sobre todo, un hombre del logos. Y por eso hablaba con esa madurez a todos sus interlocutores, poniendo siempre el énfasis en la libertad de la persona a la hora de profesar sus creencias. Por eso, insistía una y otra vez en que la fe no era ni una convención ni una tradición externa o un conjunto de costumbres.

Nos han enseñado que la fe es una decisión personal que solo puede darse cuando la persona humana la elige libremente, dando así su vida como respuesta ante un Dios que se nos ha revelado dándonos a su Hijo. Así pues, los católicos no somos soldados de un ejército que tienen que obedecer ciegamente a los oficiales. La Iglesia es una comunidad, una comunión de hombres y mujeres libres. Esta libertad religiosa, antropológica y política es más necesaria que nunca hoy en Europa.

A lo largo de la historia de la humanidad, y especialmente en los últimos tiempos de la historia de la Iglesia, han aflorado diversas tendencias hostiles al cristianismo, tales como: el laicismo, el materialismo, la posmodernidad, el liberalismo extremo o el ateísmo. Ninguna de estas tendencias, y sobre todo el ateísmo, tienen razón de ser ni ahora ni en el futuro. Sin Dios no hay sentido digno y pleno de la vida humana. No nos dejemos engañar por el ateísmo militante que nos acecha, que persigue la descristianización de Europa y despoja así a nuestro continente de sus raíces religiosas y morales.

Y todo, en una Iglesia que atravesaba y atraviesa por una crisis de credibilidad y de seguimiento en Europa…

He hablado muchas veces con el Santo Padre sobre la crisis actual de la Iglesia y coincido con él en que la superación de esta crisis es posible gracias a una profunda renovación de la teología ya una espiritualidad sacerdotal viva. La nueva evangelización, especialmente en los países de la Europa cristiana, no es posible sin un renovado celo apostólico en la predicación de la Palabra, en la pastoral y en el amor activo al prójimo.

¿Cómo era Benedicto XVI como jefe? ¿Muy exigente?

Conmigo nunca ha sido necesario que fuera duro, porque yo también soy muy riguroso en el trabajo. El Papa siempre actuaba con una enorme delicadeza, desde una comunicación extremadamente fraternal, aunque era determinante en sus planteamientos. Y

o le estoy muy agradecido por la confianza que siempre depositó en mí al nombrarme prefecto para la Doctrina de la Fe. Sobre todo, teniendo en cuenta que él capitaneo esta Congregación durante el pontificado de Juan Pablo II. El brillante pontificado de Benedicto XVI puede hacernos olvidar esa etapa junto al Papa polaco, cuando fue una pieza fundamental para él.

Ahí está, por ejemplo, su trabajo para que saliera adelante la Declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe «Dominus Iesus» en el año 2000 que permitió alertar de un pluralismo eclesiológico que no es más que la consecuencia catastrófica de la ambigüedad sobre la persona de Jesús.

Además de su superior jerárquico, consiguió labrar una relación de amistad…

Creo que mutuamente nos hemos considerado buenos amigos. Algo ayuda que nos pudiéramos comunicar con naturalidad en alemán…

¿Qué les diría a quienes contraponen el pontificado de Benedicto XVI al de Francisco?

Algunos están interesados en sus propios intereses de poder y están empeñados en dividir a la Iglesia enfrentando a los dos Papas. A la vista está que son dos personajes muy diferentes, tanto en su trayectoria vital y en su carrera eclesial como en su pensamiento.

Benedicto XVI es un clásico profesor alemán de universidad, mientras que Francisco es un pastor que viene de otro país con otra cultura. Mientras uno es un académico, el otro es un hombre práctico interesado en otros problemas del mundo de hoy, como el cambio climático, las guerras, lo social… Los dos son dignos sucesores de Pedro, que comparten una misma fe: «Tú eres Cristo, el hijo de Dios vivo».