Alcohol

«A los 16 bebía para pasarlo bien»

En España uno de cada tres jóvenes de 14 a 18 años reconoce haberse emborrachado en el último mes. Iván relata su caso: le costaba estudiar más, perdió un trabajo y todo eran peleas con su familia

«A los 16 bebía para pasarlo bien»
«A los 16 bebía para pasarlo bien»larazon

En España uno de cada tres jóvenes de 14 a 18 años reconoce haberse emborrachado en el último mes. Iván relata su caso: le costaba estudiar más, perdió un trabajo y todo eran peleas con su familia.

Hoy hace un año y cuatro meses que Iván probó su última gota de alcohol. Aunque no ha sido fácil, este joven de 24 años ha conseguido emprender el camino a la recuperación. Como muchos, Iván probó el alcohol siendo menor. «Fue con 16 años, un verano en el pueblo de mis abuelos. Un amigo trajo crema de orujo, me dijo que era más dulce que otras bebidas, que él ya la había probado» cuenta a LA RAZÓN. De vuelta a Madrid, Iván empieza a beber con sus amigos de manera puntual. «Quedábamos para salir por el centro y aprovechábamos para tomarnos unas cervezas o unos tintos de verano». No sentía la presión del grupo para beber, pero reconoce que influyeron otras cosas: «Yo era un chico muy tímido y, cuando bebía, notaba que me soltaba más, que me daba menos vergüenza hablar con las chicas. Me autoengañaba, como si el alcohol me hiciese más fuerte, más guapo, más gracioso. Sin duda, me hacía sentirme más seguro». Es una edad en la que todos buscamos encajar. «Yo pensaba que como los chicos se lo pasaban bien así, si no, estaría desplazado... Evidentemente, no era cierto, eran sólo cavilaciones mías».

Hasta entonces el consumo de bebidas alcohólicas era muy moderado. Eran bebidas con pocos grados, era un consumo reducido y de manera puntual, algún fin de semana.

Todo cambia cuando Iván estaba a punto de cumplir la mayoría. Su amigo Lorenzo cumplía los 18 unos meses antes. Con la excusa de festejar su cumpleaños, el grupo de amigos empezó a consumir bebidas con más graduación. «¡Venga, es tu cumpleaños, vamos a celebrarlo a lo grande!», decían, y con el DNI del cumpleañero, compraron una botella de ron para mezclar con refresco. Esa noche todos consumieron alcohol de 37 grados. Pocos meses después, llega el cumpleaños de Iván; y de nuevo, con la misma excusa, compraron una botella de alcohol.

Desde los 18 años y en adelante, cada fin de semana Iván salía con sus amigos y todos bebían. Empezaban con cerveza o con tinto de verano, para seguir con ron o vodka. «Cualquier mezcla que se nos ocurría se probaba, y si gustaba, repetíamos». Llegó un momento en el que las bebidas con menos grados «ya no me proporcionaban el efecto que yo quería. Consumía más».

El joven cuenta que en esa época le costaba el doble de lo normal estudiar. Ya con 19 años, su amigo Lorenzo le empezaba a mirar con preocupación. «Me dijo que tenía un problema con el alcohol pero, por aquel entonces, yo todavía pensaba que Lorenzo era un exagerado. La única diferencia radicaba en que cuando los amigos de Iván no querían beber más decían basta y no se tomaban otra. Yo sin embargo, no sabía decir que no». Cuenta que a veces dejaba de beber al mismo tiempo que el resto, pero en cuanto se separaban para volver cada uno a su casa, él se paraba a comprar otra cerveza. «No tenía límite» relata Iván. Siempre bebía hasta llegar a unos puntos de ebriedad graves. Sin embargo, desde los 19 años hasta los 22, sólo consumía los fines de semana.

Los problemas en casa no tardaron en llegar. «Discutía mucho con mis padres, eran todo peleas. Llegaba siempre borracho, muchas veces ni si quiera sabía como había llegado hasta mi casa... Llegó un momento que mis padres se hartaron. Pensamos que la mejor solución era que yo me fuese a Inglaterra». Allí llegó con 22 años para seguir estudiando Hostelería y trabajar. El problema es que allí no tenía control, «no había nadie que me esperase en la puerta al llegar a casa para vigilar cómo venía». El joven pasó a hacer lo mismo que en Madrid: «Beber desde que me despertaba hasta acostarme». Cuenta que perdió un trabajo, durmió en la calle, sufrió heridas que no recordaba cómo se las había hecho... Hasta que decidió volver a Madrid para no perder el rumbo. «Me tuvieron que pagar el vuelo porque todo el dinero que había ido ahorrando de mi sueldo me lo había fundido en alcohol». Un año después del periplo inglés y, sin haber cambiado mucho las costumbres, Iván toca fondo, pero decide poner remedio. «Abrí los ojos». Iván explica que él quería tener un futuro, vivir bien –o vivir a secas– . «Llamé a mi madre llorando. Le dije que tenía un problema y que teníamos que llamar a Alcohólicos Anónimos (AA)». Ese mismo día acudió a su primera reunión de lo que dice que «como a tantos otros, me ha salvado la vida». Hoy Iván ha terminado sus estudios de Hostelería, y desde que está con AA, ha completado un curso en diseño de páginas web.