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Opinión

Adoptar hijos

Las madres, fíjense, podemos estar mirando embobadas a nuestros muchachos casi con la misma fidelidad que los canes a sus humanos

Aumentan un 7,3% las adopciones internacionales por parte de familias españolas EUROPAPRESS

En unos meses se cumplirán veinticinco años desde que adopté a mi hijo. Escribí en aquel entonces un artículo en este diario titulado «Mi agosto divino». Acabábamos de llegar de Odesa y no podía estar más pletórica y enamorada. Completamente enamorada de mi niño de dos añitos, del que nunca he dejado de estar enamorada. No sé los padres, pero yo creo que las madres jamás nos desenamoramos de nuestros retoños, tengan la edad que tengan y sean como sean.

Las madres, fíjense, podemos estar mirando embobadas a nuestros muchachos casi con la misma fidelidad que los canes a sus humanos. Y es algo no solo biológico, como puede apreciarse, es un sentimiento de que por fin una criatura inocente ha llenado el vacío de tu corazón; y que tú, criatura maliciosa, volverás a ser buena gracias a tener que cuidar concienzudamente esa inocencia esplendorosa. Es un sentimiento, no una condición universal. Odesa, en una de esas invasiones bélicas psicópatas, seguirá siendo siempre para mí una ciudad bella de luz azulada, con sus escalinatas al cielo y su senda al mar negro. Ese mar en el que bañé por primera vez a mi hijo.

Ahora leo que apenas hay ya adopciones internacionales, concretamente 193 frente a las más de 3.000 que hubo en el año 2000, cuando yo tuve la suerte de que las fronteras estuvieran abiertas. Los países llamados del este ya no ofrecen sus niños en adopción, y yo me pregunto, ¿qué pasa entonces con todos esos pequeñines que llenan los orfanatos? Niños tocados por el desamor que no te revelaban al entregártelos; criaturitas que en brazos de padres con recursos amatorios y económicos pueden tener una vida como se merecen.

Dice también el Ministerio de la Infancia que hay muchas familias a la espera de un hijo. Estoy convencida de que estos niños son desde luego los más deseados, más largamente esperados y más afortunados en su tragedia.