
Opinión
Anillos de compromiso
Lo que gusta es exhibir lo que no se tiene en Instagram

No sé si esto de las modas en lo social va por países, más bien deberíamos inclinarnos a pensar que todos vamos al rebufo de la pauta que algunos inician si bien la experiencia en lo que comentaremos en estas líneas nos dice lo contrario. Un artículo en The Wall Street Journal asegura que las parejas en EEUU están optando por lo práctico, y en vez de un costosísimo brillante de compromiso comprado, a poder ser, en la joyería que aparece en aquella deliciosa e ingenua película protagonizada por Audrey Hepburn “Desayuno con diamantes”, los contrayentes van hacia una bicicleta de fibra de carbono, un IPod o algo que no durará siempre, como un brillante, pero que, de entrada, ni es tan costoso ni tampoco tan clásico. En un programa de radio escuchaba yo el otro día que una boda, por sencilla que sea y por mucho que se ajuste el número de invitados, no baja de los 50.000 euros. Como hoy día la gente se está casando a una edad en que ya hay independencia económica de los padres, se les libera en ocasiones a éstos –en edad ya de jubilación-, de asumir el pago de los gastos derivados de la ropa, la ceremonia y el banquete con cinco horas de barra libre, música en vivo o enlatada, pequeños recuerdos para repartir entre los convidados, fotos, filmación de los pequeños momentos, centros de mesa, menús impresos… y un sinfín de detalles de los cuales se ocupan las empresas organizadoras, o sea, las que tan cursimente han dado en llamar “wedding planner”, sin olvidar las pre bodas, las post bodas, el brunch del día siguiente, las despedidas de soltero, los desplazamientos y todo así. El informe parte de parejas de un estado como Georgia, cuya capital, Atlanta, goza de una vida holgada económicamente hablando, donde la tasa de desempleo es del 4,7%, algo que aquí nunca podremos tener ni en sueños. Lo que pasa es que los delirios de grandeza de nuestro país forman parte de nuestra idiosincrasia, y lo que gusta es exhibir lo que no se tiene en Instagram. O sea, las ridículas falsas apariencias.
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