Historia

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Bravo Portillo, el espía que lideró el hampa barcelonesa

Bravo Portillo colaboró con los alemanes y lideró la Banda Negra, que realizó atentados y se enfrentó a los anarquistas

Forenses y autoridades ante el cadáver de Manuel Bravo Portillo, asesinado en 1919 en las guerras callejeras de Barcelona
Forenses y autoridades ante el cadáver de Manuel Bravo Portillo, asesinado en 1919 en las guerras callejeras de Barcelonalarazon

Bravo Portillo colaboró con los alemanes y lideró la Banda Negra, que realizó atentados y se enfrentó a los anarquistas

n Barcelona, a finales de 1917, una corriente de alta tensión recorría la ciudad. En un turbulento contexto social, marcado por la Revolución Rusa, las facciones políticas más violentas se preparaban para apoderarse de la ciudad. Surgieron así los primeros grupos de pistoleros que iban a sembrar sus calles de muertos. ¿Cómo olvidar a la celebérrima Banda Negra y a su principal artífice, el jefe de policía y espía a sueldo de Alemania, Manuel Bravo Portillo? Fue un personaje casi folletinesco, del que se ignora aún el lugar exacto donde nació hacia 1876.

Sí se sabe a ciencia cierta que entró en el Cuerpo de Policía en 1908 y que fue destinado a Barcelona con el grado de inspector. Meses después, se desencadenó la Semana Trágica, la cual constituyó para él su bautismo de fuego, que le permitió destacar en la represión de los insurrectos. Pese al fracaso de este primer brote revolucionario, el movimiento sindical barcelonés siguió fortaleciéndose y la situación se complicó al estallar la I Guerra Mundial.

Bravo Portillo permaneció hasta entonces a las órdenes directas de José Millán Astray, destinado muchos años en el distrito de las Atarazanas como jefe de la Policía de Barcelona. La neutralidad española no afectó a Barcelona. A los problemas de desempleo, huelgas y desabastecimiento que asolaron a sus habitantes, se sumó que la Ciudad Condal se erigió en el centro de los servicios de espionaje de las principales potencias beligerantes.

Bravo Portillo quiso aprovecharse de ello y ofreció, ni corto ni perezoso, sus servicios a los alemanes. Podía ser útil, pues tenía poder y confidentes en las azarosas calles de la zona portuaria. De modo que se empleó a fondo en su nueva tarea. Parapetado en su puesto oficial, interceptó correspondencia, detuvo a partidarios de los aliados y registró con meticulosidad sus domicilios. Por las noches, se relajaba en los cabarets del sórdido Distrito Quinto, ataviado con bombín, chaleco de fantasía y su inseparable revólver camuflado en la pechera. Parecía un inocente «bon vivant».

Su colaboración con los alemanes no tuvo límites, aunque llegasen a relacionarle con el asesinato del industrial metalúrgico Josep Albert Barret y Moner, que producía espoletas para el Ejército francés. Se le acusó también de proporcionar información secreta a los submarinos germanos, gracias a la cual torpedearon con éxito a un barco de pabellón español mientras se dirigía a Estados Unidos. Como consecuencia de este último escándalo, Bravo Portillo fue destituido. El propio anarcosindicalista Ángel Pestaña le denunció en las páginas de «Solidaridad Obrera». No regresó ya jamás al cuerpo policial, pero continuó siendo el amo del espionaje en Barcelona. Un sector de los patronos catalanes, temerosos ante el clima de agitación política y convencidos de que las fuerzas del orden resultaban ineficaces, le contrataron para que frenase a los sindicalistas revolucionarios al precio que fuese.

Matones sin escrúpulos

Fue entonces cuando Bravo Portillo organizó un grupo de matones sin escrúpulos, reclutados entres sus contactos con el hampa, conocido como la Banda Negra. Estos sicarios cometieron todo tipo de atentados, aunque en su punto de mira estuvieron siempre los anarquistas. Irrumpió entonces en escena un aventurero internacional que se hacía llamar barón de Koenig. Pero ni era barón ni tenía nada que ver con Friedrich Koenig, inventor alemán de la imprenta de alta velocidad. El personaje en cuestión era un simple vagabundo sin patria, que para colmo permanecía en busca y captura en un puñado de países por sus múltiples fechorías. Aun así, Bravo Portillo quedó fascinado por la magnética personalidad del fraudulento barón, hasta el punto de cederle despacho propio para que le ayudase a cometer sus crímenes.

Barcelona se convirtió desde entonces en el Chicago de la Ley Seca, sin rascacielos, pero con dos bandos enfrentados que combatían con inusitada violencia. Bravo Portillo cayó finalmente bajo las balas enemigas, el 5 de septiembre de 1919, y Koenig se convirtió en jefe de la banda. Sus desmanes fueron aún peores. El falso barón no retrocedió jamás ante ningún obstáculo con tal de llevar a cabo sus siniestros designios. Extorsionó a empresarios a los que supuestamente protegía y ordenó incluso el asesinato del jefe de la patronal que pretendía librarse de él. Pero a esas alturas tenía ya los días contados. El Gobierno de Madrid, haciéndose eco de la indignación general, ordenó su expulsión de España y la disolución de la Banda Negra.

El espía judío de Hitler

El responsable de los servicios de espionaje del Káiser en Barcelona era el barón Ino von Rolland, un judío de Salónica llamado en realidad Isaac Ezratty. El MI5 británico le describió en 1918 como un tipo inteligente y en extremo peligroso, de quien dependían docenas de agentes e informantes en toda España, donde organizó infinidad de sabotajes y atentados. Como Bravo Portillo, él también era un cliente asiduo de burdeles. A la llegada de los nazis al poder siguió con su mismo desempeño, esta vez para Hitler.