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«Cabrón, qué haces aquí, vete a dormir al vertedero»
Casi la mitad de los «sintecho» ha sufrido algún tipo de agresión, humillación o intimidación. Un 28% de los ataques fue llevado a cabo por jóvenes que se encontraban de fiesta.
«Aporofobia» no aparece en el Diccionario de la RAE, aunque según la Fundéu es «un neologismo válido». Significa odio, miedo, repugnancia y hostilidad hacia los pobres, los que no tienen recursos y están desamparados, y, lamentablemente, el casi nulo uso y conocimiento de este término es inversamente proporcional a su puesta en práctica. Lo acaba de poner de manifiesto Hatento, un observatorio de delitos de odio contra personas sin hogar, que confirma en un informe que casi la mitad de los «sintecho» (47%) que viven en nuestras ciudades ha sufrido al menos una vez algún tipo de agresión o humillación. Aunque la mayoría de los afectados son hombres, por representar el 80% de las personas sin hogar, el estudio refleja que las mujeres tienen una mayor vulnerabilidad.
En concreto, los incidentes y delitos más repetidos son los insultos y el trato vejatorio (42,9%) y las agresiones físicas (40,8%) seguidos de acoso e intimidación (20,2%) y trato discriminatorio (16,7%). Cabe destacar que dos de cada tres agredidos sufrieron lesiones como contusiones, rotura de huegos o pérdida de piezas dentales. Joaquín, de 50 años, sabe bien de qué habla este estudio de Hatento: «Me dieron un porrazo en la cabeza con una barra de cobre forrada. Acabé con la arteria de la cabeza seccionada». También Rocío, de 40: «En los diez años que he vivido en la calle me han tratado, en vez de como persona y mujer, como objeto y como basura».
Según el relato de las víctimas, el 40,7% de los agresores llevaba algún tipo de elemento intimidatorio, mientras que en seis de cada diez situaciones se emitieron «mensajes especialmente ofensivos». El contenido de estos últimos es muy variado, aunque siguen patrones comunes como la expulsión de un espacio –«cabrón, qué haces aquí, vete de este pueblo», «vete a dormir al vertedero» o «fuera de aquí, tirado de mierda»–, las amenazas directas –«mañana vienes otra vez, que más lejos te mandamos», «te vamos a matar» o «si volvemos a verte por aquí, te quemamos vivo»–, y los insultos y calificaciones denigrantes –«Este muerto de hambre no tiene ni medio golpe», «eres una escoria humana», «mendigo de mierda», «vagabunda, guarra»–.
La mayor parte de estas acciones, un 63%, se llevan a cabo durante la noche y la madrugada, concretamente entre las 21 horas y las 08:00 horas del día siguiente y fundamentalmente en la calle, ya sea en una zona transitada (38,6%), en una zona aislada (20,20%) o en un espacio cerrado a pie de calle (14,9%).
Especialmente preocupante y revelador es el apartado del estudio dedicado a los agresores, porque un 70% son jóvenes menores 35 años, de los que un 13% tienen menos de 18 años. Por sexo, el 87% de los que protagonizan estos incidentes son hombres. Además, si atendemos a la tipología de personas responsables de los incidentes, cabe destacar que el grupo mayoritario es el de chicos jóvenes de fiesta (28,4%). «Tanto durante la realización de las entrevistas como de los grupos de discusión, las agresiones surgían de manera recurrente. Las personas sin hogar nos comentaban que se convierten en objeto de diversión de algunos chavales, que les insultan y les agreden», explica este trabajo. El segundo grupo agresor más numeroso son los vecinos del barrio en el que pernocta o habita el mendigo (12,8%), mientras que el tercero, con un 10,1% de los casos, servicios policiales. «Nos parece especialmente preocupante –apuntan desde Hatento–. Las identificaciones discriminatorias, el trato vejatorio, el daño de las pertenencias y las agresiones son algunas de las experiencias que comparten las personas entrevistadas». Otros agresores son personas con ideología nazi, propietarios o trabajadores de una empresa privada... Cabe destacar que un 18,3% de los agresores es imposible de identificar.
Otra cuestión sobre la que advierte este informe son los testigos, presentes en dos de cada tres casos, aunque la gran mayoría no hizo nada. «Estos datos podrían reflejar la indiferencia con la que la sociedad se enfrenta a la vulneración de los derechos de las personas sin hogar», explica. La conclusión es que no reciben ayuda, pero tampoco la piden, pues un 63% no acudió a ningún servicio tras la agresión, fundamentalmente por dos motivos: piensan que no sirve para nada y no confían en ellos. El 37% que sí pide ayuda lo hace fundamentalmente ante servicios policiales y sanitarios. Y no denuncia: sólo 15 personas de las 114 que contaron de manera detallada algún incidente o delito presentaron una denuncia, de los que ninguno informó de una sentencia condenatoria. De nuevo, las causas tienen que ver con la desconfianza en las instituciones judiciales y con el miedo a represalias.
Con estos datos, Hatento reclama que las medidas de seguridad que se ponen en marcha para el resto de la población también se desplieguen para las personas sin hogar. También piden que se promuevan campañas que acerquen la realidad de estas personas a la ciudadanía, «rompiendo estereotipos y fomentando la empatía».
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