Sociedad
Capacitados para mantener a su familia
Las personas con discapacidad intelectual empiezan a ocupar un papel más activo en la sociedad. Muchas viven de manera independiente gracias a su trabajo, tienen hijos, pareja...
Las personas con discapacidad intelectual empiezan a ocupar un papel más activo en la sociedad. Muchas viven de manera independiente gracias a su trabajo, tienen hijos, pareja...
«Siempre he tenido claro que ni iba a ser puta ni me iba a dedicar a ello», arranca Maribel a contar su vida con contundencia. «Una persona tiene muy claro lo bueno y lo malo y yo sé lo que quiero». Tiene 31 años y cría a su hija Lara, de 10 años, ella sola ayudada de una «constelación» de amigas que se han cruzado por su camino para echarle la mano que necesitaba. «Soy una niña abandonada y hace 14 años que no veo a mis cinco hermanos». Lo dice sin aparente dolor después de toda una vida en centros de menores donde aprendió a ser una superviviente. «Allí entraban a tu habitación cuando no estabas y, si les gustaba una camiseta tuya, te la robaban, pero yo sabía cómo esquivar los problemas», dice con seguridad.
El hecho de ser una persona con una discapacidad intelectual no ha sido un obstáculo en su camino para sacar adelante a su hija ella sola con una determinación admirable. «Quise tener a mi hija para que me “sujetara”. Vagaba de un lado a otro. Un día estaba en Madrid y otro en Barcelona. Me escapaba de los centros de menores, robé para vivir, me metí en hoteles (de okupa)... He sido muy mala. Una vez, cuando me encontraba embarazada de ocho meses durmiendo en un parque, pensé qué vida sería esa para mi hija. ¿Esto es lo que quiero para ella?, me pregunté. Así que llamó por teléfono a las educadoras que tanto la habían ayudado de la Residencia para jóvenes en riesgo de exclusión de El Ruedo, en Madrid, que le abrieron una vez más las puertas de par en par para que tuviera a su pequeña en las mejores y más dignas condiciones.
¿Y el padre de la niña? «Pues mi novio era un hombre pegado a una litrona. Desapareció el día en el que estando embarazada le dije que no podía seguir siendo un borracho. Llegó con tres litros de cerveza. Se bebió dos y cuando quedaba la última botella le dije: o la cerveza o yo. Él prefirió arrimarse a la cerveza. También me dijo que me iba a dar 5.000 euros para la niña, que nunca llegaron a mis manos. Ahí se acabó todo. La niña lleva sólo mis apellidos. ¿Para qué quieres llevar el apellido de un padre que no te ha dado nada?» Lo dice sin resentimiento y con la entereza de quien se ha hecho fuerte en la dificultad y ha digerido el cúmulo de contrariedades a las que se a enfrentado a lo largo de su vida.
Maribel ahora está contenta. Después de encontrar la «sujeción» que anhelaba con su hija Lara, decidió ponerse a trabajar para sacarla adelante. Buscó trabajo como empaquetadora de los cubiertos del catering del aeropuerto. «Me pagaban poco, así que busqué trabajo en otra empresa de restauración como ayudante de cocina y office, en la que estuve empleada durante tres años y medio». Realizó un curso de cocina y acabó encontrando empleo como ayudante de cocina en el «Fun bar» de la Fundación Carmen Pardo-Valcarce. Allí lleva contratada cuatro años. Los ingresos que obtiene por su trabajo le permiten vivir con su hija de manera independiente en un piso del Ivima.
Ahora que Maribel hace repaso de su vida le vienen a la cabeza dos nombres: Michelle y Lidia, dos educadoras de uno de los centros de menores por los que ha pasado. «Ellas me han ayudado muchísimo en la vida. Son de esa gente buena que lo da todo...». Maribel está orgullosa de su hija Lara, que ahora tiene diez años. «Lo único que quiero es que estudie mucho, mucho y que saque muy buenas notas, termine la ESO y consiga un buen trabajo. Yo estuve sola pero mi hija no. Me tiene a mí. Y, sobre todo, lo importante es no perder la esperanza. Si la pierdes...no queda nada».
La Fundación Carmen Pardo Valcarce viene trabajando desde hace tiempo en proyectos formativos, entre ellos uno que recibe el nombre de Campvs, que nace de la necesidad detectada en la Fundación y, más en concreto, desde su oficina de empleo, de dar continuidad a la formación de los jóvenes con discapacidad intelectual (DI) una vez finalizada su educación reglada u obligatoria. «Esta etapa coincide con edades entre los 17-21 años, en la que estos jóvenes no están preparados para dar el salto a la vida laboral y profesional, con lo que resulta necesario acceder a una formación de carácter superior con un mayor grado de competencia personal, social y profesional», aseguran desde la fundación. Su presidenta, Almudena Martorell, explica que las personas con discapacidad intelectual están ocupando un lugar cada vez más activo en la sociedad y eso es muy importante. Muchos viven solos, tienen hijos y pareja. La sociedad ha evolucionado y va cambiando su mirada».
Un síntoma claro de que las cosas están cambiando es que la Fundación consiguió en 2015 que un total de 30 jóvenes con discapacidad intelectual consiguieran vivir de manera independiente después de recibir formación necesaria para el desarrollo de un trabajo.
Otro ejemplo claro de esa transformación que empieza a apreciarse es el caso de Alejandro, de 39 años, otro joven con DI que se siente orgulloso de que su familia salga adelante gracias a los ingresos económicos que obtiene como carpintero en una de las empresas de la Pardo Valcarce, la única vía de ingresos de su familia después de que su padre falleciera hace unos meses. Su madre es ama de casa y su hermano, de 42 años, que trabajó durante el «boom» de la construcción como gruista, se encuentra ahora en paro.
Es habilidoso y muy meticuloso con su trabajo. De hecho, está considerado como uno de los mejores profesionales de la madera que tiene la empresa. Ha hecho multitud de muebles que han llegado a exponerse en la Feria del mueble de París Maison & Object.
A Alejandro le gusta estar en forma. Después de trabajar acude diariamente al gimnasio. Pero ahora con lo que sueña es con la posibilidad de poder formar su propia familia.
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