Camino de Santiago

El criminal atávico

La Razón
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A menudo me piden opinión acerca del comportamiento criminal del ser humano. Se trata de una consulta tradicional en la profesión que evidencia el lógico interés por lo prohibido y la carga moral que arrastra el tema. La pregunta sería: ¿se pueden cometer crímenes u otras infracciones teniendo conciencia del mal causado? Sí, por supuesto. En la inmensa mayoría de los casos ocurre de ese modo. No es necesario padecer un desorden de identidad, ser un psicópata o un sociópata para ello. De hecho, los sujetos que sufren estas patologías son escasos en relación a los delitos perpetrados.

Ciertamente, hay desalmados que manifiestan en su conducta una socialización incorrecta. Una moralidad arbitraria y, a resultas, una vulneración de las pautas por las que se ha de regir en concordancia con la sociedad. Es decir, la inclinación por el mal. Una muestra de ello consistiría en la vieja duda de si debe ser condenado un semejante sólo por sus pensamientos crueles. Obviamente, no. Pero ahí están, sin que esa abstracción anule el discernimiento entre el bien y el mal.

Así, la maldad o predisposición del hombre respecto a su propia naturaleza humana es simple y llanamente la «malignidad» intrínseca que desde su nacimiento corteja al homo sapiens y lo convierte en muchas ocasiones en un lobo sapiens para los de su misma especie y el hábitat. Lo que los filósofos bautizaron como el criminal atávico o innatismo perverso.

Precisamente en estos días estoy asistiendo al juicio por el caso de la peregrina estadounidense Denise Thiem, asesinada por Miguel Ángel Muñoz cuando la mujer hacía el Camino de Santiago. Muñoz es un personaje depredador, descrito en criminología como «cazador» y «trampero». Desde la atalaya de su cabaña en el monte oteaba a los peregrinos y les preparaba emboscadas para abordarles. A Denise la golpeó en la cabeza, la degolló, le cortó las manos y finalmente la enterró, después de robarle el dinero. Cuando la Policía le detuvo, confesó el crimen ante la jueza, mostró arrepentimiento y declaró que reconocía el horror de su acción. Ahora, con una petición de 25 años de cárcel, lo niega todo y reclama la libre absolución por eximente psiquiátrica.

De antiguo se dice que quien persigue hacer daño siempre encuentra pretexto. No es necesario ser un demente. Así de escueto y turbador. Nada por otro lado que, como queda señalado, no esté en la genética atávica del hombre. Cabe, no obstante, lugar para la esperanza.

*Presidente de la Sociedad Científica Española de Criminología y profesor de Fenomenología Criminal de UNED-IUGM