Ciencias naturales
El pez cebra, posible clave de la autorregeneración
Este animal tarda ocho semanas en superar una lesión medular que en el caso de un paciente humano supondría una parálisis irremediable
Este animal tarda ocho semanas en superar una lesión medular que en el caso de un paciente humano supondría una parálisis irremediable
Mide poco más de tres centímetros y puede comprarse en cualquier acuario por tres euros. Sin embargo, el pez cebra (Danio rerio) es toda una joya para la ciencia. Hay muchos motivos por los que este vistoso animal de origen asiático que llena de color muchas peceras en todo el mundo se ha convertido en un fértil modelo de investigaciones. El ochenta por cien de sus genes están presentes también en el ser humano, lo que permite que las sustancias químicas probadas con éxito en él también sean trasladables en muchos casos a nuestra especie. Los embriones de estos pececillos tienen la piel transparente, por lo tanto los científicos pueden observar sin necesidad de disección la evolución de sus investigaciones. Para colmo, su capacidad reproductiva es inmensa: una hembra puede poner hasta doscientos huevos en cada puesta y no depende de un ciclo concreto de celo, es decir, es fértil todo el año. Así que los laboratorios pueden contar con gran cantidad de ejemplares a un coste muy bajo que, además, se desarrollan con gran rapidez (en 24 horas se han formado todos los órganos a partir de un huevo), con lo que no hay que esperar meses antes de poder investigar con ellos (como ocurre con otras especies de laboratorio). Sin duda son un gran aliado para el avance de la medicina.
Pero entre todas sus virtudes hay una que llama poderosamente la atención y que puede ser la fuente de grandes sorpresas: el pez cebra es uno de los casos más sorprendentes en la naturaleza de capacidad de autorregeneración. Cuando se le extirpa un órgano, en poco tiempo el animal es capaz de generar otro sustitutivo. Especialmente eficaz es su capacidad de regenerar la espina dorsal. Si se secciona por completo esta parte fundamental de sus sistema nervioso o motor (algo que en los seres humanos conduce a la parálisis irremediablemente), la médula se vuelve a conectar y el animal recupera la movilidad.
Para ello, en el interior de su espina dorsal surge una especie de puente celular confeccionado por las neuronas que se han visto separadas. Algunas de ellas, las primeras células gliales en recibir el daño, se estiran hasta diez veces su tamaño y buscan la conexión con sus compañeras al otro lado de la lesión. Es como si un grupo de niños amarrados a sus madres extendieran sus brazos todo lo posible para no separarse de ellas.
Una vez formado este puente, las células nerviosas lo aprovechan para establecer conexiones sobre él y comienzan a madurar. En cuestión de ocho semanas el tejido nervioso está prácticamente recuperado y el pez sale de su parálisis. No hay muchos modelos similares a este en la naturaleza. Por eso es tan importante conocer bien cómo funciona, más aún si tenemos en cuenta que las lesiones medulares graves carecen todavía de solución médica en humanos.
Un equipo de la Universidad de Duke ha encontrado ahora una de las claves moleculares del fantástico comportamiento del pez cebra. En un trabajo publicado ayer en la revista científica «Science», se ha identificado una proteína que activa el proceso de atorreparación tisular del animal.
Para lograr identificar esta sustancia, los investigadores rastrearon todos los genes del pez que experimentan un cambio de actividad después de una lesión en la espina dorsal. Encontraron doce genes que se activan de manera frenética tras el trauma y, de ellos, siete codifican para unas proteínas que son expulsadas por las células. Una de esas proteínas, el CTGF (Factor de Crecimiento del Tejido Conectivo), es segregada por las células gliales, precisamente las que forman ese primer puente alrededor de la lesión. Cuando los investigadores inhibieron el gen que lo produce, los peces fueron incapaces de curarse a sí mismos.
Resulta que el factor CTGF humano es en un noventa por cien idéntico al del pez cebra. A algunos peces se les inyectó precisamente la versión humana de la proteína y el resultado fue que se recuperaron también de manera excepcional.
Por desgracia, este factor no parece suficiente para poder curarnos a los seres humanos. Sin duda, las lesiones medulares en mamíferos son mucho más complejas. Pero el siguiente paso será experimentar, con las herramientas genéticas aprendidas de los peces, en ratones. Quizás de ese modo aprendamos qué hacen los animales acuáticos para activar el factor de crecimiento y qué no sabemos hacer los mamíferos.
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