Juan Luis Arsuaga

El rostro que nos convierte en humanos modernos

El análisis de los rasgos faciales de diferentes especies explica por qué el Homo sapiens se separa del resto de las especies y le convierte en único

Neandertal
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En las distintas recreaciones que se han hecho de la evolución de nuestra especie se han planteado diferentes versiones de cómo pudo haber sido el Homo antecesor o el neandertal, pero son pocos los estudios científicos que han analizado en profundidad cómo el rostro «esculpido» del hombre moderno le convierte en una especie única.

Como no podía ser de otra manera, ha sido un equipo de Atapuerca el responsable de analizar los detalles de cada cara y cómo las formas del mentón, de la frente o de la mandíbula son diferentes en función de la especie Homo que analicen. Para su estudio han cogido cuatro caras de la Sima de los Huesos de Atapuerca, que pertenecen al Homo heidelbergensis, aunque como explica uno de los principales investigadores, Juan Luis Arsuaga, director científico del Museo de la Evolución Humana (MEH): «ahora preferirnos referirnos a esos fósiles como ‘‘antepasados de los neandertales” (tienen 430.000 años)»; una «cara» de la Gran Dolina de Atapuerca (de hace 850.000 años) que es Homo antecessor, aparte de dos neandertales europeos y un Homo erectus africano.

Con su análisis han concluido que el Homo sapiens sigue un patrón histológico único en la evolución humana. Es decir, nuestros pómulos marcados no se encuentra en el rostro de ninguna de las especies que nos precedieron. Con este estudio, publicado en «Nature Communications», confirma que la especie humana actual es única, pero ¿significa también que nuestra capacidad cognitiva es mayor? «Este descubrimiento separa más a los neandertales del Homo sapiens o, mejor aún, separa a los sapiens de todas las demás especies que ha habido», afirma a LA RAZÓN Arsuaga. «No me atrevo a decir que tenga que ver con diferentes capacidades cognitivas, pero no es impensable», puntualiza.

Lo que han hecho los investigadores es buscar, a través de una lente microscópica con muchos aumentos, la manera de formarse el hueso por la actividad celular (las células óseas, las osteonas, no se conservan en un fósil, pero sí su actividad) para distinguir así las áreas en las que se está depositando hueso frente a las que lo reabsorben. La diferencia entre estos dos procesos hace que la cara humana moderna tenga relieve y que sea vertical en vez de proyectarse hacia adelante en un morro, como ocurre en las otras especies. Y es que, como explica el estudio, en los grandes simios sólo hay deposición de hueso y, por eso, toda su cara avanza durante el crecimiento.

De acuerdo con Arsuaga, «es posible que la cara moderna facilitara la comunicación no verbal, a través de la cual ‘‘leemos la mente’’ de los demás. Es una cara más compleja, más ‘‘expresiva’’». Pero el investigador considera que el tipo de piel y los músculos también fueran diferentes, lo que «desde luego haría que los neandertales y los humanos modernos se extrañaran mutuamente de la cara del otro», comenta.

Además de determinar las diferencias, también han podido determinar la importancia del Homo antecessor. «Es crucial para saber cuándo arranca la evolución del patrón moderno de anatomía facial. Es posible que en esa especie fósil ya existiera y la nuestra lo exagerase», sostiene el experto. El problema es que sólo cuentan con un fósil incompleto de la Gran Dolina y, por lo tanto, es difícil determinar sus rasgos con exactitud. Pero Arsuaga es optimista: «Cuando se excave el nivel de los fósiles humanos tendremos contestación» a si nuestro rostro seguirá cambiando.