Haití
La fórmula química de los muertos vivientes
La ciencia se apunta a la moda de los zombis
Confieso que me atraen los zombis. Así que ando como loco por que se reanuden las entregas de la serie «The walking dead», que anuncia para el 13 de octubre una cuarta temporada de caminantes más fiel al cómic que le ha dado origen. Parece que los muertos vivientes están de moda. También en las primeras semanas de octubre Jaume Balagueró estrena la cuarta parte de «REC», la aportación más reciente del cine español a zombilandia. Los cadáveres comedores de carne han inspirado a la empresa del automóvil Hyundai a crear una ilusoria línea de coches preparados para un «Apocalipsis Z» como el de la trepidante película de Brad Pitt que hemos visto este verano... Están de moda los no muertos. ¿Pero qué pintan en unas páginas de ciencia como éstas?
Hay que reconocer que el poder icónico de este supuesto misterio, junto a la capacidad de popularización del cine de serie B y no tan B, ha podido configurar una de las imágenes más espeluznantes a la que un ser humano pueda enfrentarse: legiones de muertos vivientes, putrefactos y malolientes, acercándose con lentitud inexorable en busca de su próxima víctima.
El mito zombi no pasaría de ser un recurso facilón para películas de terror si no tuviera interesantes raíces antropológicas. Sin duda, la creencia en la zombificación que perdura en ciertas manifestaciones del vudú en Haití nos rescata huellas de una religiosidad primitiva, profundamente conmovida por la muerte, atraída por lo oculto y con gran capacidad de manejo de los estados alterados de la conciencia humana.
De hecho, el vudú es una suerte de enciclopedia de la sugestión, una panoplia de técnicas, aderezos, sustancias, escenarios, sonidos, ambientes capaces de llevar al sujeto impresionable casi a cualquier estado mental... incluso a la muerte. En 1942, el médico Walter Cannon propuso por primera vez el término «voodoo death» o muerte por vudú para explicar los casos de fallecimientos repentinos y, entonces, inexplicables, de personas que se habían sometido a ritos de magia negra, espiritismo o vudú. Cannon pensaba que la acumulación de respuestas bioquímicas (tensión arterial, aumento de emisión de ciertas hormonas...) como consecuencia de un estado de estrés extremo (la palabra estrés aún no había sido inventada para tales efectos) puede producir un accidente vascular grave que conduzca a la muerte. Hoy sabemos que, efectivamente, nuestro organismos responde a las situaciones de tensión supina generando respuestas físicas que preparan el cuerpo para un supuesto combate. Se aumenta la cantidad de azúcar en sangre, el corazón acelera su pulso, los vasos sanguíneos tienden a contraerse, se dilatan las vías respiratorias y recibimos un aporte extra de hormonas activadoras como la adrenalina.
Todos los seres humanos generamos respuestas similares. Pero en entornos especialmente sugestionadores, las consecuencias pueden ser fatales. Poblaciones especialmente supersticiosas, sometidas a la tradición secular y generadoras de prácticas de sugestión colectiva o trance son más propensas a que los efectos de la magia negra o el vudú se extremen. En este entorno, no es de extrañar que los grupos de fuerte religiosidad tradicional como los de Haití produzcan creencias como la de los zombis: en medio de un rito de alta capacidad de enajenación, un sujeto sugestionado probablemente con la ayuda de sustancias químicas sufre los efectos neurológicos de la exposición al estrés. Entra en un estado similar a la catatonia y queda para siempre dañado en su capacidad de percepción de la realidad o muere.
El mito de los zombis ha llamado la atención a muchos investigadores. Entre ellos, a algunos etnólogos que han creído encontrar, incluso, la fórmula química de los muertos vivientes. Uno de los más famosos es el etnobotánico de Harvard Wade Davis, autor de la obra «La serpiente y el arco iris», que fue llevada con éxito al cine. Davis investigó el fenómeno zombi en Haití y analizó algunas de las sustancias utilizadas en los rituales de magia negra. Entre ellas, prestó especial atención al llamado «coup de poudre» (golpe de polvo), una pócima que se espolvorea sobre la piel y parece generar estados de catatonia. Su componente principal es la tetrodotoxina, famosa por encontrarse en el hígado del fugu o pez globo japonés y por ser una de las sustancias más mortíferas conocidas.
Un adulto puede morir si consume menos de un miligramo. Este agente boquea los canales de sodio de las células, produciendo insensibilidad nerviosa y parálisis muscular. La persona que la ingiere puede experimentar convulsiones, alteraciones cognitivas y un estado de parálisis total, aun siendo plenamente consciente. Este producto por sí solo no es, sin embargo, suficiente para explicar el fenómeno de los «muertos vivientes» de los que informa la cultura tradicional haitiana. Davis considera que el uso de estas sustancias, junto a los ritos increíblemente violentos del folclore popular, son un caldo de cultivo perfecto para la aparición de brotes psicóticos y alteraciones de la función cognitiva que justifican la creencias en los zombies. Una vez más, el secreto está en la mente y el círculo parece cerrado: ponga usted en el recipiente un entorno fuertemente atizado por una religiosidad tradicional, cercana al animismo y folclórica; añada el poder de persuasión de un buen gurú local; introduzca unas gotas de sustancias químicas de efectos insospechados en el organismo, un poco de miedo y un mucho de ignorancia y tendrá el mejor caldo de cultivo para que una comunidad empiece a fantasear sobre la existencia de cadáveres que se levantan y contagian su putrefacción a diestro y siniestro. La explicación científica es algo más aburrida que las películas, pero es incuestionable.
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