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Cristina López Schlichting: «Para nosotros, los del 65, franco era inexistente, como papá noel»
La primera novela de la periodista, «Los días modernos», relata las experiencias de una niña de 10 años que descubre la España del «baby boom», la llegada del turismo y la televisión a color
Cristina López Schlichting se caracteriza por su vehemencia, su rigor profesional y sus principios, pero también por un sentido del humor extraordinario que le hace vivir y contar de otra manera. Tal vez por eso se decidió a escribir el relato de la infancia de muchos. El de otra España, donde, los de su generación, los de la EGB, el «baby boom» y el turismo de las suecas, vivíamos de otra manera gracias al esfuerzo de nuestros padres. «Los días modernos» (Plaza & Janés) es la primera aventura literaria de esta aguerrida periodista en la que cuenta, de una forma muy particular, lo que tantos vivimos como ella. «No había ninguna novela que relatara cómo había sido nuestra vida. Esa sobre nosotros que casi vivíamos al margen de Franco. Yo soy de 1965 y me sorprendía escuchando relatos del franquismo que eran reales, pero yo no percibía el modo en que se estaban describiendo. Los fusilamientos, las persecuciones, el hambre extrema, cosas reales pero propias de la gente que había nacido en los años 40 o 50», explica la periodista.
«Me preguntaba, ¿cómo es posible que si he nacido en el franquismo la mía fuera una memoria tan distinta? Al final, resulta que después de 1959, tras la visita a España de Eisenhower, se empieza a producir un cambio en la situación económica, nuestro país se vuelve más optimista; y los niños de aquella época vivimos conectados a EE UU a través de las series de televisión –«La casa de la pradera», «Starsky y Hutch», «Colombo»– también Eurovisión de forma muy personal y asistimos a un despegue económico traducido en las Nancy o el Madelman. Para nosotros Franco era una cosa lejana e inexistente, como Papá Noel», reflexiona.
Choque sentimental
Es verdad que la incipiente clase media de entonces, que Cristina describe con acierto, comenzó a respirar y a poderse permitir ciertos lujos como esas muñecas. Sin embargo, no era toda la población la que tenía ese privilegio. De hecho, la protagonista de la novela, Amelia, tiene su primer choque sentimental al descubrir que una de sus amigas comparte con ella colegio, pero no muñeca porque sus padres no se la pueden pagar. «Es ahí donde Amelia empieza a percibir la injusticia, y cuando se da cuenta de que no todo el mundo tiene la misma vida que ella. Eso es lo que la lleva a recorrer barrios marginales de gitanos donde vivirá insospechadas aventuras». La niña se embarca en un viaje hacia el descubrimiento que implica el ir cumpliendo años, con muchas desilusiones, las propias de la edad, pero también por un mundo que no era nada sencillo. «Empieza a ver montones de cosas que los mayores le han ido ocultando, quizá para evitarle el sufrimiento. Y a descubrirse a sí misma, su sexualidad, su percepción moral del mundo, y a darse cuenta de que la realidad monocorde que vive está llena de matices y de que al levantar las faldas de la madre o de la mesa camilla debajo ocurren cosas que jamás se imagina y que no siempre son positivas, porque incluso esconden injusticia y violencia».
Esta novela es una especie de crónica sentimental de un tiempo vivido que, hasta ahora, casi nunca se había reflejado así, con cierta ingenuidad, dejando a un lado el asunto político. «La parte que se refiere a la memoria la tengo incorporada a mi vida. No tanto la política, que no es la parte central de la obra, ni las circunstancias específicas de la niña; pero la memoria, insisto, es la de quienes nacimos en los años 60 y 70 y empezamos a ver un mundo novedoso en el que las cosas que hoy día los chavales consideran obvias a nosotros nos resultaban rarísimas. Que la tele saliese en color, que de repente en lugar de ropa de lana o de algodón la fibra constituyese el último grito, las faldas de tactel, los chándal de tergal, era otro lenguaje que auspiciaba una España que quería ser diferente. Es la transición económica y social que se hizo antes que la política y que vino de la mano del turismo en la costa y del «boom» inmobiliario. La sociedad estaba ya madura para convertirse en una sociedad centroeuropea».
Lógico, los americanos daban la mano a una España aislada y, aunque aún teníamos nuestra propia idiosincrasia, nos empezábamos a acostumbrar a la idea de que existía más mundo que el nuestro. «El aislamiento que procuró el final de la guerra, el no haber participado en el plan Marshall, se supera a partir del trato con los americanos y el hecho de que millones de personas empezaban a venir a la Costa Brava, a la Costa del Sol, a la Manga del Mar Menor. Así lo cuento en la novela. Y también que empiezan a superarse muchas formas de vivir, comienzan a llegar otras mujeres, otros hombres, otras ideas, otras músicas, otras modas, y eso saca a España de una especie de letargo». Y la coloca en el mundo. Un mundo, por cierto, en el que por entonces se veían ovnis cada jueves y cada martes. «Eso es muy curioso, sí. Pero como dices, no es exclusivamente nuestro. En aquellos años se veían en todas partes, incluso en EE UU, pero rara era la semana en la que un campesino manchego no hablase de que había sido abducido o que le habían quemado los rastrojos con una nave. Y la Prensa, por su parte, estaba repleta de platillos volantes».
Le pregunto a Cristina por la voluntad que le ha llevado a contar todo esto y entiendo en su respuesta que es una especie de homenaje, no sólo a quienes vivimos todo aquello de niños, sino también a nuestros mayores. «Espero que el libro entretenga y emocione a los que fuimos pequeños en aquella época y también a nuestros padres, que hicieron la emigración tan difícil a las ciudades –algo que también se recoge en la narración–, que habitaron los cinturones urbanos, que se mataron a trabajar en el pluriempleo para que sus hijos pudieran tener una carrera y cumplir los sueños que ellos no habían podido llevar a cabo. Y también para aquellos que tenían memoria de la guerra y querían que España fuese diferente».
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