Restringido

El Gran Wyoming: «En la tele nos limitamos a decir la verdad, y eso es raro»

El Gran Wyoming, presentador
El Gran Wyoming, presentadorlarazon

Conozco a Wyoming, Chechu para los amigos, desde hace «un millón de años». Coincidí con él allá por el primer Telemadrid (1992), cuando aquella televisión era la más moderna de España. Tanto como para albergar el primer «late nigth» –«La noche se mueve»–, cuando aún no se sabía ni qué era eso. «Fue el primero que se hizo aquí. Y tuvimos un éxito espectacular. Aunque también es verdad que nos quedábamos solos y no teníamos competencia, porque entonces la televisión acababa muy pronto. Lógicamente, lo quitaron». Me sorprende que Wyoming diga lo de «lógicamente lo quitaron» llevando ocho años en «El Intermedio», en La Sexta, sin que nadie lo toque, por más que la cadena haya cambiado de propietarios y haya quien se queje, pese a que él no lo quiera reconocer. «Es que nunca hemos tenido el menor problema. Todo lo que comentamos son noticias que ya se han publicado y que, en efecto, da vergüenza leerlas. Nos reímos de ello y hacemos bien. De todos modos, no gustarle a determinadas personas es un orgullo». Parece convencido y satisfecho de lo que dice, y no es para menos, porque ha conseguido lo que no todos los periodistas logran, que es trabajar en un programa con el que está de acuerdo y donde, asegura, «nos limitamos a decir la verdad. Y eso es raro». Le pregunto si la verdad es mejor decirla con humor y con respeto, y me responde que «no queda otra que decir las cosas con humor, porque la realidad es un desastre. En cuanto al respeto, hace mucho que se perdió. Lee las portadas de los periódicos y sabrás a qué me refiero. Por otro lado, los que desprecian de esa manera a los ciudadanos no me merecen el menor respeto y el día que el personal se lo pierda, nos irá mejor».

Wyoming está «desencadenado», y nunca mejor dicho. Hoy es el último día en el teatro Compac Gran Vía de Madrid de los tres pactados para su exitoso monólogo con ese título, «Desencadenado», junto a «Los insolventes». Es un monólogo con música, que no suele ser muy frecuente. «Es que llevamos con el grupo varios años dando vueltas por ahí y ya que está hecha la cosa, se aprovecha para dar una base musical, que siempre viene bien». Varios años, entonces, desencadenados, desatados... ¡A más de uno le habrá dado algo al escuchar a Wyoming en vivo! «Bueno, hablo de todo a las claras, sin problemas, fuera de lo políticamente correcto. Pero claro, como todo el mundo está callado porque le conviene... Así funciona la cosa. Luego cuando se cierra una televisión como Canal 9 todos dicen que estaban intoxicando a la gente por orden superior». Fuera del contenido, cuya línea editorial el espectador intuye si sigue a Wyoming en la tele, le pregunto por la moda de los monólogos. «Es un género que ha venido para quedarse», me cuenta. «Es muy común en todo el mundo. Aquí no había tradición porque venimos de un mundo donde estaba prohibido hablar en un escenario, sólo se podía representar un guión cerrado y aprobado previamente. Llegó esta generación, que ya se había educado con cómicos americanos, y se importó, pero es un género viejo». En realidad a Wyoming siempre le gustó esto del monólogo. Es más o menos lo que ha hecho siempre en todas partes, tras cambiar la medicina por el «show business»: contar historias. En la tele, en la música, en los escenarios y hasta en los bares. De hecho, durante cuatro de los ocho años que estuvo trabajando en un bar, todos los días, incluidos los domingos, contaba historias. Las historias le han llevado, además, a publicar varios libros, a participar en más de 40 películas como actor, a guionizar, a dirigir... No es raro que tenga los premios más importantes de la comunicación. «Es que soy muy mayor», dice. Pero sigue con las mismas ganas de pelea que cuando era joven, por mucho que acepte que esté todo inventado. «Probablemente lo está; pero el público es nuevo y hay que contárselo otra vez. El problema es el contrario, cuando se pasa página demasiado rápido».

Lo que se le debe estar pasando demasiado rápido a Wyoming es la vida, que no le ha dejado parar ni un segundo. La cuestión es si habrá hecho todo lo que quería hacer y habrá contado todo lo que quería contar. «No me ha dado casi ni tiempo a saber lo que quería hacer. He tenido mucha suerte, me han ofrecido los mejores proyectos que podía imaginar y me he plantado aquí, sin saber cómo ha pasado el tiempo. Por lo demás, yo hablo todos los días, es una necesidad vital; pero siempre he dicho más o menos lo mismo. Lo que pasa es que el margen de libertad se ha reducido, aunque no lo parezca, y ahora resulta que me he convertido en un radical de extrema izquierda. Hoy día luchar por que no nos roben la sanidad o la educación te convierte en un antisistema, yihadista y proetarra. Así está el tema». Vuelvo al monólogo y le pregunto a Wyoming qué tiene que tener para ser bueno. «Hay muchos estilos», dice. «Unos están basados en chistes; otros, en historias, y otros, como es mi caso, en el físico del artista». Está claro. No se me hubiera ocurrido otra cosa.

Para terminar, quiero saber qué tres bromas cabrían sobre Podemos, el PP y el PSOE en un monólogo de Wyoming. Ni media duda al contestar: «De Podemos, que parece mentira que algo tan elemental despierte tanta ira. Ha sido como un cebo donde demasiados se han delatado. Demasiados trincas temen perder la exclusiva. Del PP, que son insuperables. Nadie puede superar el número de los municipales a toda castaña por la Gran Vía detrás de la señora Aguirre, y ella, empeñada en que a qué viene tanto revuelo por aparcar en el carril bus. Ante tanta jeta no hay nada que hacer. Y del PSOE, que han probado por la vía del concurso de Míster España. A lo mejor creían que Rubalcaba no triunfaba porque era feo...».

Personal e intransferible

José Miguel Monzón Navarro, Wyoming, nació en Madrid en el año 55. Está soltero, tiene tres hijos, se siente orgulloso de la vida misma y no se acuerda de qué se arrepiente. Perdona a los amigos, con la edad olvida «hasta dónde he dejado las llaves», le gusta comer y beber «como a un cerdo», a una isla desierta se llevaría «una guitarra» y le cuesta irse a dormir. No recuerda lo que sueña, no sabe qué le gustaría ser de mayor porque «no se puede pedir más» y si volviera a nacer, «se daría con un canto en los dientes si le dieran la mitad del cariño que ha recibido».