Violencia de género

«Con un cuchillo de sierra troceé su cuerpo en siete partes, las metí en bolsas y las distribuí por la ciudad»

LA RAZÓN accede a la confesión de Dave Verbist, que reconoció haber descuartizando a una mujer y que estranguló y quemó a una joven danesa diez días después de haberle alquilado un piso en Madrid.

Anne Strande, una de las víctimas, de 27 años, llevaba sólo diez días en España cuando alquiló un apartamento a su asesino
Anne Strande, una de las víctimas, de 27 años, llevaba sólo diez días en España cuando alquiló un apartamento a su asesinolarazon

LA RAZÓN accede a la confesión de Dave Verbist, que reconoció haber descuartizando a una mujer y que estranguló y quemó a una joven danesa diez días después de haberle alquilado un piso en Madrid.

Este lunes en la Audiencia Provincial de Madrid se abren las puertas al horror. Un monstruo se sienta en el banquillo de los acusados. Se llama Dave Verbist, belga de 35 años. La policía frenó su trayectoria criminal el 18 de junio de 2014. Cinco días antes, los bomberos, tras sofocar un incendio en el segundo piso de la calle Barcelona 2 de Madrid, encontraron sobre la cama de la habitación principal el cuerpo sin vida de una joven. A pesar de estar casi carbonizada, la identificaron como Anne Strande, danesa de 27 años. Llevaba viviendo en España diez días. Llena de ilusión por su nuevo destino laboral, decidió alquilar un piso en una zona bulliciosa, justo a la espalda de la Puerta del Sol. El destino hizo que el hombre que se encargó de enseñarle la casa fuera Dave Verbist, su futuro asesino.

«Cuando acabé de trabajar me fui al bar La Boca. Bebí y esnifé gramo y medio de cocaína». Así comienza su confesión a la que ha tenido acceso LA RAZÓN. «Estuve allí desde las siete de la tarde hasta las dos de la madrugada. Cuando llegué a casa me metí en la cama. Al poco rato me levanté, cogí un cable del router que tenía en el salón y salí a la calle». Vivía a cinco portales de distancia de la joven. «Bajé descalzo, tan sólo con un pantalón azul y una camiseta. En el bolsillo llevaba las llaves de la casa de Anne, el juego de seguridad que guardamos en la empresa de alquiler. Abrí la puerta. Cruce el salón y entré en su habitación. La vi durmiendo. Estaba tumbada de lado, con la espalda hacia la puerta. Un antifaz cubría sus ojos. A los pies de la cama vi un ventilador metálico que funcionaba al máximo rendimiento. Me senté en la cama. Ella notó mi peso y se despertó. Aproveché para rodearle el cuello con el cable. Se defendió, forcejeamos y acabamos en el suelo. También se cayó una lámpara de la mesilla, que, al chocar con el parqué, se encendió. Reconocí a la chica a la que había entregado las llaves del piso unos días antes. Apreté fuerte el cable hasta que la mujer dejó de moverse. La subí a la cama y la coloqué boca abajo. Llevaba puesta una blusa y unas braguitas. Encendí la luz del pasillo. En la cocina, al lado del fregadero, encontré unas cerillas y una botella de aceite para hacer fuego. La rocié de aceite. Encendí una de las cerillas sobre su cabeza y arrojé el resto sobre la cama. Del colchón salieron humo y llamas. La tapé con un edredón que estaba a sus pies. Apagué la luz y cerré la puerta de la habitación». Antes de salir, Verbist cogió la botella de aceite y la arrojó en la primera papelera que encontró al bajar del apartamento.

«Llegué a mi casa sobre las cuatro de la madrugada. Fue entrar en mi habitación y desmayarme al lado de la cama. Me desperté una hora después y llamé a Laia, mi novia, que estaba en Barcelona. Hablamos durante dos horas y media. A las seis de la mañana, mientras charlaba con ella, empecé a notar que olía a quemado y minutos después comencé a escuchar sirenas de la policía y de bomberos. Me asomé y les vi entrar en el portal del número 2 de mi calle, el de Anne. Le dije a Laia que iba a bajar a ver qué pasaba y ella me ordenó que ni se me ocurriera, ya que semanas antes me habían detenido en Madrid por un delito de agresión sexual. A las siete y media me quedé dormido. Me levanté una hora más tarde y me fui a trabajar».

La Policía cree que el asesino se obsesionó con la belleza de Anne desde que la conoció y que la acosó en varias ocasiones. Ella le amenazó con denunciarle ante la jefa de la empresa de alquiler de apartamentos, que casualmente era Laia, la novia de Verbist, y él silenció su queja para siempre. Así se lo confesó el asesino a un amigo que se lo trasladó a los investigadores. «Me tengo que ir del país porque he hecho cosas muy malas. ¿Te has enterado de lo que ha pasado con la chica extranjera? He sido yo», contó que le dijo. Pero no fue la única muerte violenta que le reveló. «En Gerona hice igual, la tuve que trocear. Me tengo que ir del país, las cámaras me vieron».

Los policías del Grupo V de homicidios de Madrid no insistieron en el móvil del crimen de Anne porque necesitaban datos de la segunda víctima y él se los dio: «También maté a otra mujer. Ocurrió cuando viví en Gerona. Una noche salí con mi compañero de piso a tomar algo. Mientras jugábamos al billar se nos acercó una chica. Dijo que se llamaba Montse. Empezamos a hablar y la noche se fue animando. Esnifamos cocaína y bebimos, primero en el bar y luego en mi casa. A eso de las seis de la madrugada mi amigo se fue a dormir a su habitación y ella y yo comenzamos a mantener relaciones sexuales. Me propuso que le apretara el cuello, que la estrangulara, mientras practicábamos el coito. Dijo que la excitaba mucho. Utilicé un cable. Apreté un poco pero ella me pedía más y más y yo lo hacía. De repente Montse dejó de hablar y me pareció que tenía una actitud muy pasiva. Pensé que algo raro había ocurrido. Solté el cable y me percaté de que tenía la cara azul y no respiraba. Supe que estaba muerta. Desperté a mi amigo que vino a mi habitación y vio a la chica muerta. Le comenté que quería llamar a la Policía, pero él sugirió que podía haber otra solución. Cuando se fue, arrastré el cadáver hasta la bañera. Con un cuchillo de sierra troceé su cuerpo en siete partes. Las envolví en papel de periódico, las metí en bolsas y las empecé a distribuir por las afueras de la ciudad. Si me llevan allí puedo decir en qué sitios dejé los trozos», se ofreció antes de concluir.