Marta Robles
Conrado Giménez Agrela, presidente de la Fundación Madrina: “Tengo que pedirle ayuda a Dios todos los días, y veo los milagros”
Conrado Giménez Agrela, presidente de la Fundación Madrina, lleva casi dos décadas ayudando a niños desfavorecidos y a sus madres.
Conrado Giménez Agrela, presidente de la Fundación Madrina, lleva casi dos décadas ayudando a niños desfavorecidos y a sus madres.
La sede de la Fundación Madrina es un mini universo de puertas abiertas y caras sonrientes. Allí acuden niños y mamás para recibir atención médica y formación diversa (desde clases de inglés a cursos de corte y confección) o, simplemente, para comer y hacer acopio de todas las cosas básicas imprescindibles para el cuidado de los más pequeños, que cuestan tanto. A toda la algarabía de las risas y bromas de las jovencísimas madres y sus críos se une la del batallón de voluntarios (más voluntarias), que llegan de los colegios, aún con el uniforme, y se encargan de los chiquitines para que sus mamás puedan aprender lo que sea que les lleve a poder encontrar un trabajo digno. Al frente de este lío maravilloso, un hombre, en el buen sentido de la palabra, bueno. Conrado Giménez Agrela.
–Lleva ya 18 años al frente de esta fundación, ¿no?
–Hará 18 en diciembre. La monté después de un accidente casi mortal que me hizo reflexionar y me alejó del banco en el que trabajaba. Ahí vi que necesitaba que Dios me mostrara el camino y me enseñara lo que quería que hiciera. Decidí dar el salto y hacer voluntariado con la madre Teresa de Calcuta y después irme a las misiones en Perú. Allí estuve con los niños de la calle, a los que abandonan desde los dos años. Eran niños duros que no lloraban cuando se caían. ¿Para qué iban a hacerlo si no tenían una madre que les consolara? Después me fui a la zona de Cuzco, a 4.000 km de altura, y vi a madres desangrándose después de dar a luz. En ese momento pensé que teníamos que trabajar por las madres y los hijos.
–¿Con qué dinero montó la Fundación Madrina?
–Empecé tirando de mis ahorros, porque al salir del banco, donde tenía muy buena posición, me dieron una indemnización fuerte. Ahora vivo de la Providencia.
–¿Lo dejó todo?
–Quería hacer otras cosas: la tesis, dar clases... Pero esto te absorbe las 24 horas.
–Hubo tres chicas que tuvieron mucho que ver con su empeño, ¿no?
–Tres adolescentes: Lucía, una española de La Moraleja que estaba embarazada y desesperada; Carla, que pensaba en el suicidio (me dijo que yo era su hada madrina, y de ahí salió el nombre de la fundación) y Sandra, una nigeriana que se prostituía cerca del santuario de la Virgen de Schoensttat, al que yo iba los sábados. Allí había muchas chicas nigerianas engañadas. Crías de 15 años, muchas de ellas madres, a las que les hacían vudú y las amenazaban con quitarles la casa y matar a sus familias. Yo convencí a Sandra después de un día de oración, con todas las nigerianas cogidas de la mano, mientras los tíos esperaban para acceder a sus servicios, insultándome. Al final Sandra se convirtió en catequista del Santuario. Las demás, siempre que me veían me decían: «Por favor, sácame de aquí».
–Sé que no tiene vocación de cura, pero, ¿es muy creyente?
–Bueno, es que ahora vivimos casi de la Providencia y tengo que pedirle ayuda a Dios todos los días. Y veo los milagros. Hay cosas increíbles...
–¿Cuál es el objetivo de la Fundación?
–Empezamos con el banco del bebé, el banco de alimentos y, luego, ya con la propia fundación. Intervenimos sobre todo en los casos de adolescentes, que son los de mayor riesgo. Tenemos un call center que atiende cerca de 30.000 llamadas de emergencia al año, con 300 derivaciones de servicios sociales al mes. Atendemos casi todos los casos de España y otros de distintos sitios del mundo, tenemos pisos donde acogemos a las madres que no tienen dónde ir y también este centro que es sanitario, social, de empleo y emprendimiento, con todos los servicios que una madre y un niño puedan necesitar.
–¿Y por qué no van a la Seguridad Social?
–A muchas madres no las atienden en la Seguridad Social.
–¿Por qué?
–Pues porque no tienen papeles.
–¡Pero es ilegal que no las atiendan...!
–Cuando van acompañadas de una persona española sí las ven y les hacen el DNI a los niños que nacen aquí – es obligatorio hacérselo aunque sus madres no tengan papeles–; pero si no las acompañamos, las marean en los hospitales: las mandan de urgencias a los centros de salud, no les hacen los DNI a los niños... Al final, muchas veces tenemos que hacerles nosotros ecografías de emergencia y luchar contra los obstáculos administrativos que les ponen.
–¿Y los Servicios Sociales?
–Pues..., a las embarazadas adolescentes las intervenimos directamente porque Servicios Sociales tiene la manía de quitarles los niños.
–Supongo que será si no pueden hacerse cargo de ellos pero, ¿no los pueden recuperar más tarde?
–En teoría, solo te pueden quitar los niños si los maltratas o los abandonas, pero hemos tenido casos de chicas (varias españolas) que se vuelven vulnerables porque pierden el trabajo, les quitan la casa y se encuentran en la calle. Entonces Servicios Sociales les dicen que se quedan con los niños, pero que ellas tienen que buscarse la vida.
–¿Y sus familias?
–Muchas familias abandonan a las madres adolescentes en los hospitales. O me las dejan aquí. Chicas de todas partes, de cualquier estrato social. Cuando tienes un niño acabas en vulnerabilidad, porque si la familia te abandona no tienes herramientas para salir adelante. Aquí llegan chicas de 19 años que piden un par de horas de trabajo más para poder sacar a sus hijos adelante y que no se los quiten... Yo las acojo en los pisos para que eso no suceda. Su lucha es tremenda. Tenemos acogidas casi cinco mil madres y unos quince mil niños todos muy pequeñitos. Las más jóvenes dejan el colegio porque les hacen «bullying» los compañeros y hasta los profesores, que las consideran mal ejemplo por estar embarazadas. Y hay de todo. ¡Tuve hasta una médico a la que su marido la abandonó cuando decidió abortar y luego le quitó el niño!
¿Cómo dais abasto para tantas historias y necesidades? Acabo de ver a una chica con su hijo que lo primero que pide es comer...
Es que, por ejemplo, Cruz Roja o CEAR acogen a los asilados, pero no les dan leche o pañales para los niños. Nosotros buscamos empresas, particulares... Padrinos y madrinas que den la ayuda que puedan. Nuestros pisos no le cuestan nada, pero solo acogemos a quienes no pueden pagar nada. Si tienen otra posibilidad intentamos mandarlas a otros sitios... Buscamos donaciones económicas e incluso de carne y pescado para que puedan comerlos, porque el banco de alimentos nos da legumbres pero no carne y pescado que son muy caros...
personal e intransferible
Conrado Giménez Agrela es madrileño. No está casado ni tiene hijos: «Las madres de la fundación dicen que ni se me ocurra casarme, porque piensan que las puedo abandonar». Está orgulloso «de mi madre, que tuvo siete hijos, cuando le dijeron que no podía». Le hacen reír «los niños» y llorar «las madres que lloran». Come «lo que sobra del banco».
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