Violencia callejera

Florita: una anciana de 84 años, última víctima de aporafobia

La «sintecho» fue asaltada por cuatro jóvenes que le dejaron semiinconsciente mientras dormía en Chamberí. Rechazó la asistencia médica y tampoco quiere denunciar.

Flor, víctima de la agresión
Flor, víctima de la agresiónlarazon

La «sintecho» fue asaltada por cuatro jóvenes que le dejaron semiinconsciente mientras dormía en Chamberí. Rechazó la asistencia médica y tampoco quiere denunciar.

Florita, de 84 años, es sólo una de las más de 2.000 «sintecho» que cada noche pernoctan en las calles de la capital. Una más de un colectivo que habitualmente es víctima de delitos de odio por su condición de personas sin hogar, llamado aporafobia: ella ha sido la última. La madrugada del pasado jueves, cuando se encontraba durmiendo junto a su pareja en su espacio habitual –muy cerca de la Glorieta de Bilbao– y coincidiendo con el Día de las personas sin hogar, un grupo de cuatro jóvenes se acercó hasta ellos portando botellas y comenzó a golpearles violentamente. Eran cerca de las 3:30 de la mañana y el hombre, de nacionalidad rumana igual que Flor, logró huir a la carrera. Fue entonces cuando, según el testimonio que dieron ayer los dos indigentes a varias asociaciones que ayudan a las personas que viven en la calle, los jóvenes se cebaron con ella propinándole golpes en cara y estómago hasta que la dejaron semiinconsciente.

Alarmados por el morado que apareció en el contorno de los ojos de Florita, por la mañana varios vecinos de la calle Cardenal Cisneros avisaron a la Policía Municipal y a Emergencias. En un primer momento, a las once de la mañana, la mujer se negó a ser atendida y a identificarse, aseguraron fuentes de Emergencias del Ayuntamiento de Madrid. A las siete de la tarde los efectivos municipales lo intentaron otra vez con el mismo resultado. Flor, aseguraron las mismas fuentes, es una de las personas que el Samur Social tiene controladas y que no acepta nunca recursos sociales. Ayer, de nuevo, los pusieron a su disposición tras comprobar que los hematomas de los ojos no correspondían a un problema más agudo. También los agentes municipales de la Unidad de Diversidad se entrevistaron con la «sintecho» para ofrecerle la posibilidad de interponer una denuncia. Ante su negativa, abrieron de oficio un parte porque en este caso podría haberse producido un delito de aporofobia –el que se produce contra las personas sin recursos– que está recogido entre los delitos de odio.

Mientras sus hematomas mejoran, los vecinos de Chamberí se han volcado con la anciana a la que han llevado comida, medicinas, ropa y hasta le han pagado varias noches de hotel para que se recupere de la agresión.

La Fundación RAIS y el Observatorio Hatento, que contabiliza los delitos de odio sufridos por personas sin hogar, condenaron ayer la «brutal» agresión y llamaron a una «urgente e imprescindible» reforma del Código Penal que reconozca la especial situación de vulnerabilidad –basada en la intolerancia y los prejuicios– en la que viven estas personas. Según Hatento, el 47 % de las personas sin hogar afirma haber sufrido un incidente o delito de odio y casi un 25% dice haber sido víctimas de agresiones de carácter físico basadas en la intolerancia hacia su situación de exclusión. En un 28,4% de las experiencias analizadas por este observatorio los agresores fueron chicos jóvenes. Ambos pidieron que se investigue esta agresión como un presunto delito de odio y se han puesto en contacto con la Fiscalía de Madrid. Por su parte, la delegada del Gobierno en Madrid, Concepción Dancausa, escribió un tuit en el que se mostró «indignada con la cobarde agresión» y anunció que la Policía Nacional ya está investigando los hechos para llevar a los culpables ante la Justicia.

Según el Instituto Nacional de Estadística, el 26% de las mujeres sin hogar están en esa situación por haber sufrido violencia. Florita no quiere ofrecer a nadie de fuera de su entorno los detalles que le llevaron a acabar en la calle. Pronto volverá a pernoctar al raso en Chamberí con todas las alertas puestas para no volver a ser víctima de nuevo de un alsalto.