Educación
Directivos que salvan a jóvenes de ser «ninis»
Cuatro estudiantes abocados al fracaso escolar siguen adelante tras recibir «coaching» por parte del mando de una empresa. El 84% de los participantes en el Proyecto Coach ha aprobado el curso con buena nota y ocho de cada diez siguen estudiando al año siguiente. «Muchos no creen en sí mismos»
Cuatro estudiantes abocados al fracaso escolar siguen adelante tras recibir «coaching» por parte del mando de una empresa.
Iván dejó de ir al colegio un año; ahora se debate entre dedicarse profesionalmente al deporte o a la arquitectura. María repitió 4º de Primaria y ya en la ESO acumulaba suspensos; ahora quiere estudiar el grado de Administración y Dirección de Empresas. Alexandra repitió 2º de la ESO, pero estudiará el grado de Jardín de Infancia porque le apasionan los niños y quiere trabajar en una guardería. Y a Frankling, que apenas lleva unos meses en España y que hace bien poco quería regresar a su Honduras natal, le encantaría trabajar en el departamento de Recursos Humanos de una empresa. Estos cuatro jóvenes han vivido en el alambre educativo. Su futuro era una moneda al aire: tenían tantas posibilidades de que saliera «cara», seguir con sus estudios, como de que saliera «cruz», abandonarlos definitivamente. Hoy pueden decir que han dado un paso al frente. Y en ese camino han contado con un guía que jamás habrían sospechado: el directivo de una gran empresa.
Se trata del Proyecto Coach, creado por la Fundación Exit, una organización sin ánimo de lucro que vela por la inclusión laboral de jóvenes en riesgo de exclusión social. «Lo que intentamos es trasladar las herramientas de la empresa al mundo de los jóvenes en situación de vulnerabilidad. Si el ‘‘coaching’’ funciona bien con los directivos y repercute en el crecimiento de las empresas, también puede funcionar en un joven», explica Esther Lillo, directora de la Fundación en Madrid y responsable del proyecto.
¿Cómo funciona? Un mando medio o superior de la empresa se cita con el joven en su colegio o instituto para un primer contacto. Después, el estudiante se traslada a la empresa, donde el directivo le explica su funcionamiento, le da a conocer las condiciones del mundo laboral y, lo más importante, ambos establecen un plan de objetivos profesionales «reales y medibles». «Por ejemplo, aprobar este año y matricularme el siguiente, aprender inglés... U objetivos personales, como cortar con el novio o la novia. Se crean relaciones muy intensas. Cuando un chico o una chica pasa a ser “nini”, puede tirar del otro: “Quédate conmigo, no vayas a clase, es un rollo...”». Alrededor de 40 empresas participan en el proyecto, con al menos un directivo ejerciendo de «coach» del menor. Y todo ello en apenas seis sesiones repartidas en dos meses que pueden ser cruciales para su futuro.
En cuanto al joven, se trata en su mayoría de chicos y chicas de entre 16 y 19 años «que no han superado la ESO, que han pasado a módulos de FP y que están en ese canto de la hoja entre el abandono o integrarse en el sistema», explica Lillo. Teniendo en cuenta que nuestra tasa de abandono escolar roza el 22%, que en los ya extintos Programas de Cualificación Profesional Inicial (PCPI) «veíamos que la media de fracaso y abandono es del 50%» y que «con una FP Básica se está abocado a no encontrar trabajo», participantes no faltan. Así, son «jóvenes no muy motivados; sí que tienen ganas de hacer algo, pero no saben lo que quieren. Muchos no creen en sí mismos». Los datos del Proyecto Coach parecen avalar el método: un 84% llega al final del curso y lo aprueba con buena nota; y de éstos, un 85% quiere seguir estudiando al año siguiente.
En definitiva, se trata de motivarlos, mejorar su autoestima y orientarlos para su futuro profesional. Justo lo que Sara de Urrutia, directora de Cultura y Comunicación Corporativa de Idiso, ha logrado con Iván Carrasco. Iván, que tiene 18 años, se vio obligado hace dos años a dejar las clases debido a un problema personal en su centro. Estudia un módulo de FP de Carpintería mientras acaba los estudios de Secundaria. Hace diariamente dos horas y media de ida y de vuelta en autobús para ir a clase, desde el pequeño pueblo de Tarancón (Cuenca) en el que vive hasta la Asociación Cultural Norte Joven Fuencarral, donde recibe clases. «Cuando hablaba sobre sí mismo era muy limitante. Tenía una visión muy opaca de sus fortalezas. Yo le decía: “Eres muy educado”. Y él respondía: “No, no lo soy”. Tenía una serie de coletillas: “Creo...”, “lo intento...”. Le frenaba una visión negativa sobre sí mismo. En todas las sesiones fui muy exigente con él porque vi que era un chaval capaz de dar mucho más. Es inteligentísimo», explica De Urrutia. Y es que, en una empresa es así. «Cuando tienes un equipo, tu misión es sacar de ellos lo que pueden dar, sin pasarte ni ser demasiado suave».
Así, el joven recibió un «baño de realidad». La prueba de fuego llegó cuando la directiva pidió a Iván que le ilustrara sobre «algo de lo que sepas mucho y de lo que yo no tenga ni idea». Y como el joven ayuda a su padre, de profesión agricultor, todos los días en la huerta, «hizo un trabajo espectacular sobre agricultura, muy bien estructurado, cuidadísimo... Lloré cuando lo vi. Le dije: “¿Te das cuenta de la cantidad de cosas que sabes y que nos puedes enseñar? Tú me estás enseñando a mí”». Para Iván «se ha abierto una nueva puerta, una oportunidad». Y cita a Nelson Mandela, con su célebre: «Somos capitanes de nuestro destino». Al joven «le encantan los deportes. Tuve que abandonar el fútbol, pero quiero practicar atletismo en Madrid. Me gustaría estudiar para ser ‘‘coach’’ deportivo o arquitecto», confiesa.
Frankling Steven lleva apenas nueve meses en España. Vino para estar con su madre, que desde hace nueve años vive en nuestro país. «No me gustaba estudiar. Quería regresar a Honduras. El ánimo se me venía abajo...», confiesa el joven, de 16 años, estudiante de 4º de la ESO en el Colegio Beata Mª Ana de Jesús. Contó con la ayuda de Carolina Bautista, responsable del área de Responsabilidad Social Corporativa y de Recursos Humanos en Endesa. «Yo hago “coaching” en la empresa, pero es muy diferente hacerlo a estos chicos que a los empleados, que ya tienen un compromiso. Cada día hay que poner el foco en algo que les interese», afirma Bautista. Frankling tuvo su examen a la hora de redactar su primer CV. «No lo hice muy bien...no puse ni foto», dice. Y también tuvo su primera «entrevista de trabajo». «Agachaba la mirada... y Carolina me repetía: “¡Véndete a ti mismo!”». A Frankling le encantaría trabajar precisamente en un departamento de Recursos Humanos... «¡o puestos más altos! Ahora sé que tengo que estudiar, tengo una base para el futuro. Mi madre está emocionada».
María Gómez, de 16 años, y Alexandra Fortuna, de 17, compartieron juntas la experiencia en LeasePlan. Ambas estudian en el Colegio Atenea de San Sebastián de los Reyes. «Íbamos a clase, nos esforzábamos... pero nuestros profesores veían que ni así lo sacábamos. Si seguía en 3º de la ESO no iba a pasar de ahí. Por eso hice FP», dice María, que ahora estudia el módulo de Administración y Gestión de Empresas. «Alguna aprobé...», dice Alexandra, compañera de clase de María, y también repetidora. Ambas contaron en LeasePlan con la ayuda de Javier Collazos, Area Mánager de Remarketing, e Isabel Gracia, responsable del Área de Exportaciones. Les enseñaron todos y cada uno de los departamentos de la empresa y la clave, cuentan, es que «saliera de ellas lo que realmente les interesaba». Y así fue: A María le gustó la Secretaría de Dirección y a Alexandra el departamento de Cobros, «¡donde está el dinero! Son las reclamaciones de cobros, hay que investigar cuando un cliente no te paga...», dice Gracia. Las jóvenes tuvieron que redactar un currículum, «que puede ser con experiencia laboral o sin ella. Contamos nuestros hobbies, que éramos pacientes, creativas... y lo que podíamos aportar a la empresa», relatan. María pidió prácticas en LeasePlan, pero tendrá que esperar, porque ahora no hay vacantes. Quiere seguir estudiando el grado de ADE. «¿Qué he aprendido? Me ha hecho recapacitar: para tener un buen puesto es necesario estudiar». Mientras, Alexandra, irá de cabeza al grado de Jardín de Infancia. No en vano, ya hace de «niñera» con sus hermanos pequeños. «Aprendí que tener responsabilidades no significa pasarlo mal». O como dice Esther Lillo, todo un cambio de percepción de sí mismas: «Pasan de decir: “Me llamo Juan y fracasé en 2º de la ESO” a “me llamo Juan y puedo conseguir lo que me proponga”».
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