Ciencias humanas
¿Dónde nacen la ansiedad y el miedo?
Científicos del Irving Medical Center (San Francisco) descubren las células responsables de que padezcamos temores y ansiedad. Por el momento, se han encontrado sólo en ratones, pero podrían hallarse también en el hipotálamo del ser humano.
La ansiedad y el miedo son necesarios para vivir. Son pulsiones básicas que nos acompañan desde que somos Homo sapiens. Sin ellas no habríamos aprendido jamás a huir de un depredador, no habríamos mantenido los sentidos alerta ante una amenaza ni habríamos buscado refugio cuando nos asaltan las inclemencias.
En las sociedades contemporáneas, ambas emociones se han vuelto, en buena medida, patologías; es decir, se han cronificado. Ya no ocurren sólo como mecanismo de defensa ante situaciones de riesgo, nos asaltan a todas horas por motivos minúsculos. La patología mental más extendida en la sociedad es la ansiedad crónica. El miedo y las fobias también abundan.
¿Pero por qué tenemos miedo? ¿Por qué nos asalta la congoja en algunas ocasiones? ¿Qué hace que se nos erice el bello y nos suden las manos cuando pasamos por un callejón oscuro, que nos tiemble la voz ante una llamada del jefe o que nos agobie hasta extremos patológicos el futuro?
Un equipo de científicos del Irving Medical Center, perteneciente a la Universidad de California en San Francisco, acaba de detectar un paquete de células que podría ser la responsable de generar ese estado.
De momento, se ha descubierto su presencia en el cerebro de los ratones, en el interior de su hipocampo. Pero se sabe que estas mismas células podría encontrarse en el hipocampo de los seres humanos también.
Estas células han mostrado un carácter muy peculiar: sólo se activan cuando el animal se encuentra en un ambiente hostil y su activación es la antesala de un comportamiento ansioso o temeroso.
Para un ratón, un ambiente hostil es sencillamente un área abierta, donde se encuentre más expuesto al ataque de los depredadores. Basta depositar a un animalito de estos en ese entorno para que empiece a morirse de miedo.
Una forma de simular este estado es situar al animal en una plataforma elevada, sin contacto directo con el suelo. Si pierde sensación táctil de tocar la tierra se activarán los mecanismos del miedo igualmente.
Para conocer las bases celulares de esta sensación, los investigadores de San Francisco utilizaron microscopios insertados en el cerebro de los animales. De ese modo se pudo recoger la actividad de cientos de células localizadas en el hipocampo mientras las cobayas vivían una vida normal en sus ambientes.
Cada vez que al sujeto de investigación se le sometía a una situación que genera ansiedad o miedo, se detectaba la misma actividad en un set concreto de neuronas.
La intensidad de la actividad neuronal estaba directamente relacionada con la respuesta temerosa del ratón: más actividad, más miedo.
Pero la investigación fue más allá. Utilizando técnicas de optogenética (es decir, aplicando microestímulos de luz directamente a las células interesantes para activarlas o inhibirlas) los científicos pudieron regular externamente la sensación de ansiedad de los ratones. De algún modo fueron capaces de convertir en «valientes» a los ratoncillos más temerosos.
Los animales a los que se había inhibido el trabajo de esas células, paseaban por entornos abiertos y se subían a las plataformas elevadas como si nada.
No es la primera vez que se descubre un centro biológico relacionado con el temor. Científicos del University College de Cork, en Gran Bretaña, han descubierto recientemente que el microbioma puede jugar un papel más importante de lo que creíamos en la generación de miedo.
En su experimento, observaron que los ratones que se habían criado en un entorno estéril libre de bacterias y microorganismos, no mostraban ninguna reacción ante estímulos que se suponía que tenían que asustarles. Pero, en cambio, después de pasar un período de tiempo expuestos a un ambiente natural (y, por tanto, repleto de microorganismos) si mostraban esas reacciones de miedo. Ya, en 2011, un experimento realizado en la Universidad McMasters de Canadá, puso de manifiesto que ratones a los que se les podía considerar «cobardes», se volvían más audaces después de trasplantarles el microbioma de otros ejemplares más aventureros. Y lo mismo ocurría a la inversa. Otros muchos experimentos han contribuido a poner de manifiesto que el microbioma interactúa de alguna manera con nuestro cerebro e influye a la hora de moldear nuestras respuestas emocionales.
Pero ahora sabemos cuáles son las células del cerebro que tienen la llave de entrada para estas emociones tan poco deseadas.
Este tipo de investigaciones tiene una doble utilidad. Evidentemente nos ayuda a entender mejor una de las pulsiones más universales y a comprender las redes neuronales que están implicadas en ella. Pero también podría aplicarse para la creación de futuras terapias contra la ansiedad crónica o las fobias.
En la actualidad, las terapias ansiolíticas no terminan de ser suficientes para controlar la epidemia mundial de ansiedad que padecemos. Atacar molecularmente a estas células recién descubiertas podría ayudar a soñar con una generación de humanos menos temerosos y menos estresados.
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