Sevilla

El infiltrado: el hombre que destapó a la familia de «El Cuco»

En primer plano el infiltrado que consiguió desvelar los secretos de la familia de «El Cuco» y que podría dar un vuelco al «caso Marta del Castillo»
En primer plano el infiltrado que consiguió desvelar los secretos de la familia de «El Cuco» y que podría dar un vuelco al «caso Marta del Castillo»larazon

Las grabaciones de un hombre que se introdujo en el ambiente familiar revelan que la madre, Rosalía, usó su vehículo para trasladar el cadáver de Marta del Castillo.

Las canas, como las malas hierbas, le van creciendo aquí y allá, descontroladas. Tiene el pelo corto, como jamás se lo había visto, y aunque fibroso, ha ganado algún kilo de peso. Cuando le conocí, lucía una melena azabache que solía recogerse en una frondosa coleta. Se llama Óscar, aunque ahora todo el mundo le conoce como el «infiltrado». Hablamos por primera vez en enero de 2011, en Sevilla. Al terminar una sesión del juicio del Cuco, el menor implicado en la muerte de Marta del Castillo, me dediqué a brujulear por su barrio y hablando con unos y otros alguien me apuntó su número en una servilleta. Le llamé y nos citamos en el hotel en el que paraba yo aquellos días. A las diez de la noche en el bar del hall comenzamos a hablar. No sabía entonces que tenía ante mí a la persona que puede aportar algunas de las piezas para terminar de resolver el laberinto en que se ha convertido la investigación del asesinato de Marta del Castillo. Un flash saltó. Y luego otro y otro. Se giró nervioso. Su cara se tensó y sus ojos recelaron hasta que descubrió que le estaban haciendo unas fotos a Pitingo, el cantante de flamenco. La conversación se prolongó hasta la medianoche. «Tengo unos audios que deberías escuchar, pero los tengo en casa», me soltó. «¿De qué son?», le pregunté curioso. «Es mejor que los oigas y te hagas una idea». Acepté el plan. Me subí en su coche y comenzamos a devorar kilómetros.

«¿Es muy lejos?», le pregunté. «A unos 70 kilómetros de Sevilla». Tragué saliva y puse cara de circunstancias, aunque estaba en tensión. Un rato después llegamos a una casa de campo abandonada en mitad del monte. Se bajó del coche para abrir una verja negra. En cuanto el coche entró en el terreno tres perros de gran tamaño se arremolinaron en mi puerta ladrando como descosidos. «No me muevo hasta que te los lleves», le advertí. Óscar les dio una voz y se callaron. Me abrió la puerta y me acompañó a la casa. Entramos en el salón. «Siéntate y espérame un segundo. Ahora vuelvo». Revisé la estancia con los ojos. Me llamó la atención un ordenador en medio del salón sin ningún cable conectado, salvo el del enchufe. En una de las paredes, la chimenea, y sobre ella, seis catanas que construían una pirámide.

El miedo se me pasó cuando me puso unos cascos y me dijo: «Prepárate. Vas a escuchar a Rosalía, la madre del Cuco, a Ángel, el padre, y a mí. Me he tirado dos años conviviendo con ellos y lo he grabado todo». Los ojos se me abrieron como platos. «Lo primero que te voy a poner es las amenazas. Ellos me sugirieron que les diese una paliza a los padres de Marta del Castillo».

El sonido no era bueno, pero subí el volumen y apreté los cascos contra los oídos. Escuché lo siguiente:

ÁNGEL: Al papaíto ese lo tengo que trincar yo bien. Al papaíto de la Marta, cuando ya pase todo, y ya salga lo que sea y ya se enfríe el tema, el papaíto y el abuelo, un atraco en la calle. Un atraco. Le han dado un palo en la cabeza y le han dejado en un carro. ¡Qué mala suerte ha tenido ese hombre, coño! Primero le matan a la hija y después le atracan en cualquier lado. Nadie está libre que lo atraquen por la calle, ni tú ni yo, ni él. Pensarán ahí hay billetes, como sale tanto en la tele y es tan famoso, pues se habrán pensado que... A mí que me pregunten. Yo estaba en mi casa y no sé nada.

ROSALIA: (Entra en ese momento) ¿Cómo?

ANGEL.: que digo que cuando esto se enfríe al padre (de Marta del Castillo) cualquier día le dan un atraco en la calle. Todo el mundo está expuesto a eso.

ROSALIA: Tú con decir que estabas en tu casa...

ANGEL: Si yo estoy tranquilo en mi casa. Cualquier día para atracarlo le dan dos palos en la cabeza y lo dejan en un carro. ¡Qué mala suerte tiene ese hombre, primero la hija y luego él en un carro.

INFLTRADO: Jeje, se quiere cargar al padre de Marta.

ROSALIA.: A la que dejaba yo en un carro es a la madre, porque tiene mas guasa, tiene mas guasa aún que el padre.

ANGEL: ¿A penitas? (apodo que le dan a Eva Casanueva).

ROSALIA: Yo sí, yo te lo digo, yo me estoy volviendo que me parece a mí que un cacho de madera tiene más sentimiento que yo. Digo: ya me están tocando de tal forma los cojones, que ya me da exactamente igual. Y que me perdone Dios porque soy cristiana y que me perdone Dios pero es que ya me dan igual los padres de la niña como todos sus muertos.

Me quité los auriculares escandalizado y miré al «infiltrado» no dando crédito. Me entendió sin hablar: «Pues eso no es nada. Hay mucho más».

A las cinco de la mañana, incapaz de asimilar más datos, pedí a Óscar que me acercara de nuevo al hotel. Desde entonces hasta ahora nos hemos visto a hurtadillas decenas de veces. Una noche, meses después de aquel primer encuentro, en la habitación de otro alojamiento en Sevilla, presenté el «infiltrado a Antonio del Castillo. Estuvieron horas hablando, cambiando impresiones. Al terminar, y ya a solas, el padre de Marta, me advirtió de que comprobaría si de verdad había una persona empotrada en la familia del Cuco. Lo comprendí, son tantos los oportunistas que han llamado a su puerta, que siempre va con pies de plomo. Me llamó unos días después ilusionado: «Uno de los polis me reconoció que es cierto».

Hasta llegar a octubre de 2015, muchas otras cosas han ido ocurriendo. Siempre quise contar su historia y emitir los audios, pero por la razón que fuera no han visto la luz hasta ahora. Le grabé una entrevista a principios de septiembre y la emitimos en el programa «Espejo Público» de Antena 3. Desde ese momento, el «caso de Marta del Castillo» se está convulsionando en los medios, pero asombrosamente, el juez instructor no ha movido un músculo, ni tampoco los investigadores han hecho nada.

Este lunes, a las 10:00 de la mañana, el infiltrado y Antonio del Castillo acudirán a ver al magistrado Francisco de Asís Molina. «Ya que él no ha pedido las 600 horas de grabación se las vamos a llevar», anuncia el infiltrado.

Es probable que el juez ni los reciba y ellos lo saben, pero dejarán allí las grabaciones.

Hay cientos. «Si escuchas los audios, Rosalía, la madre del Cuco, se sitúa en la escena del crimen. Llega a reconocer que su coche fue el que se utilizó para el traslado del cuerpo y se jacta de que la Policía no investigó su teléfono.

También se la puede escuchar convencida de que el cuerpo no iba a aparecer en el río ni en el vertedero en el que se buscó. «Déjalos que busquen», decía refiriéndose a la Policía, «así se entretienen». «¿Cómo estaba tan segura de que no iban a hallarla?», se pregunta el infiltrado. Quizá el secreto del caso de Marta del Castillo lo escondan la madre del Cuco y su ex marido Ángel. ¿Alguien está dispuesto a preguntarles o se taparán los errores de este caso persistiendo en ellos?