Alimentación
El plátano puede extinguirse... por segunda vez
Una nueva variedad de hongo, de la familia fusarium, apareció en los años 90 y desde entonces ya ha afectado a miles de plantaciones de la variedad Cavendish en todo el mundo. Algo que ya ocurrió en los 60, cuando la pandemia mundial de otro hongo acabó con la producción de los plátanos más solicitados de la época, la especie Gros Michel
Una nueva variedad de hongo, de la familia fusarium, apareció en los años 90 y desde entonces ya ha afectado a miles de plantaciones de la variedad Cavendish en todo el mundo. Algo que ya ocurrió en los 60, cuando la pandemia mundial de otro hongo acabó con la producción de los plátanos más solicitados de la época, la especie Gros Michel
En el mundo se consumen cerca de 100.000 millones de plátanos cada año. A pesar de que existen más de cien variedades de esta fruta, la inmensa mayoría que comemos hoy en día pertenecen a una sola especie: la variedad Cavendish. Esto no dejaría de ser una anécdota para contar en las aburridas tardes de sobremesa estival si no fuera por un dramático detalle. Si algún virus, bacteria u hongo fuera capaz de atacar de raíz a las plantas productoras de plátanos Cavendish nos encontraríamos en un serio aprieto. Quizá a las puertas de la extinción definitiva de esta querida fruta, ya que no existe otra variedad producida en cantidades suficientes como para acometer la demanda mundial. La mala noticia es que ese microorganismo (en este caso, un hongo) existe y ya está atacando a los plátanos de todo el mundo. La buena noticia es que la ciencia lo sabe y trata de encontrar un remedio.
La primera pandemia
La presencia de infecciones transmitidas por el hongo Pseudocercospora fijiensis que afecta a los bananos y el deterioro de algunas condiciones de cultivo propiciado por el aumento de las temperaturas han puesto en grave aprieto a los productores de todo el mundo. Pero el principal culpable de lo que algunos llaman «el apocalipsis del plátano», es el propio sistema de producción secular. A lo largo de decenios, los agricultores han buscado una variedad de plátano dulce, fácil de consumir, sin pepitas, que aguante el transporte y el almacenamiento, que tenga un aspecto adecuado para el consumidor. La búsqueda del plátano perfecto encontró una solución en una variedad desarrollada por el jardinero inglés Joseph Paxton en 1830. Se trataba de un tipo de banana resistente a la mayoría de las plagas conocidas hasta la fecha. Se denominó plátano Cavendish y no gozó de gran fama hasta los años 60 del siglo pasado. Fue entonces cuando la pandemia global de un hongo (el mal de Panamá) acabó con buena parte de la producción del más solicitado hasta entonces, el Gros Michel. Aquel plátano, que los más mayores aún recordarán, era más grande y más dulce, pero casi se extinguió en su totalidad. Hubo de ser reemplazado por una variedad de Cavendish más resistente.
El éxito de esta última fue tal que hoy en día el 90% de la producción mundial, no es que pertenezca a la misma especie, sino que procede de la misma cepa genética. Casi todos los plátanos que comemos son clones, hermanos genéticamente idénticos.
Eso es una ventaja para la producción, pero también lo es para los malos de la película. Virus, bacterias, hongos, parásitos... tienen mucho más fácil acabar con la población entera: basta con que encuentren la cerradura genética de la variedad para penetrar en todas las plantaciones como el cuchillo en mantequilla caliente. La pérdida de variedad genética es una debilidad ante los atacantes.
Eso es exactamente lo que ha ocurrido. En los años 90 del siglo pasado una nueva variedad de hongo de la familia fusarium empezó a atacar algunos cultivos de plátano Cavendish en el Sudeste Asiático. En concreto, una cepa invasora llamada Tropical Race 4 (TR4) ha infectado ya miles de plantaciones: inhibe los canales de alimentación del fruto y lo deshidrata hasta matarlo. El patógeno vive en el suelo y no puede ser eliminado con fungicidas.
El sistema de producción del plátano no ayuda mucho. La mayor parte de los productores se decidan al monocultivo con una sola especie. Es como entregar a una familia de zorros un millar de gallinas atadas al suelo e indefensas: se las terminarán comiendo todas. Lo mismo hace el hongo con las plantaciones monovarietales, se siente a sus anchas para disfrutar del festín.
El plátano, para colmo, se produce mediante reproducción asexual. En sus orígenes, la mata del platanero generaba frutos con semillas. Pero estas semillas son duras e incomestibles. El plátano ha sido domesticado por el hombre (de hecho, es una planta que se cultiva desde el Neolítico) para generar frutos sin semillas. Se reproduce mediante esquejes a partir de los rizomas o de los brotes. De manera que prácticamente cada plátano es un clon idéntico del anterior. No hay variedad genética y por lo tanto es muy fácil para los patógenos atacar una gran población. Buena parte de los productores del planeta están realmente preocupados con la evolución de este patógeno, el TR4, que ha hallado el talón de Aquiles del Cavendish.
Otro mal que viene afectando a grandes extensiones de este alimento es la sigatoka, un hongo que tiñe de negro las hojas de la mata e impide que realicen la fotosíntesis. Se cree que en 2080 todos los plátanos de América Latina podrán ser susceptibles a este hongo.
¿Adiós al de Canarias?
En Canarias, donde también se cultiva de manera casi unánime esta variedad de plátano, la preocupación es algo menor. El actual clima canario no favorece la cantidad de humedad que el hongo necesita para sobrevivir. Además, los controles estrictos de la producción evitan que entre contaminación por algunas de las otras pandemias que afectan a la fruta. Los vientos saharianos pueden soplar a favor de la supervivencia de la especie de platanera enana pequeña que se da en las islas. Traen calor, pero no humedad.
En cualquier caso, desde 1960 el riesgo de padecer una plaga ha aumentado en un 44% en todo el planeta. Es posible que nos encontremos a las puertas de las segunda extinción del plátano (tras el fin de la variedad Gros Michel) Quizá solo la ciencia y el empleo de técnicas de edición genética que mejore la resistencia de las variedades pueda evitarlo.
La edición genética que podría salvar al Cavendish
Científicos de la Universidad de Queensland, Australia, han utilizado el sistema de edición del gen CRISPR-Cas9 para usar una guía diseñada para atacar el gen de la fitoeno desaturasa (PDS) en esta familia de plátano.
Su característica principal es que es capaz de seleccionar, añadir y eliminar genomas. La tecnología se inspira en el proceso natural de algunas bacterias que, con el fin de protegerse de los virus, cortan el ADN. En primer lugar, se ahorra un fragmento de ADN de un virus invasor en un patrón conocido como CRISPR. Y finalmente, si el virus vuelve a aparecer, las bacterias lo reconocen y entonces se activa una enzima llamada Cas9 para hacer un corte en el ADN y desactivar el virus.
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