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Elsa Punset: «Tenemos entre un 7 y un 8 en felicidad, pero podemos mejorarlo»
Publica «Felices», libro en el que hace un recorrido por la historia de la felicidad y donde da algunas de las pautas para intentar alcanzarla.
Si hay algún nexo entre las distintas civilizaciones que han poblado nuestro mundo, ése es el de la búsqueda de la felicidad. En «Felices» (Ed. Destino), Elsa Punset nos propone un viaje en el tiempo y en el espacio en el que rastrea todas aquellas tradiciones, pensamientos y rituales que han llevado a la humanidad a ese estado de dicha. Ahora bien, ¿tenemos ahora lo mismo los españoles fuerzas para ser felices?
–Desde fuera, parece que se nos tiene a los españoles como un pueblo festivo. Sin embargo, da la impresión de que somos los primeros en destacar lo infelices que somos. ¿Tiene esta percepción?
–Los españoles nos consideramos bastante felices. De hecho, el World Happiness Report de 2017 -un informe mundial sobre felicidad que publica la ONU- nos sitúa en el escalón 34 de un total de 155 países. Colectivamente, nos ponemos entre un 7 y un 8, en una escala de felicidad de 10. ¡No está nada mal! ¿Y qué es lo que más valoramos? Destacan por ejemplo el optimismo, disfrutar de los amigos y la familia y tener ideales y principios sólidos. ¡Fíjate que estamos hablando de cosas que están al alcance de todos y que podemos mejorar con un poco de esfuerzo! Creo que a menudo, cuando nos sentimos infelices sin que medie un evento traumático, se trata de ponerse manos a la obra para reforzar ámbitos que sí depende, en buena medida, de las estrategias y motivaciones de cada persona. Y lo cierto es que nuestra cultura no favorece la introspección, el autoconocimiento y la enseñanza de estrategias concretas o habilidades para la vida. ¡Allí nos queda camino por recorrer!
–Uno de los ejercicios que propone es el de puntuar del 0 al 10 nuestra felicidad. ¿Qué nota le pondría a la felicidad de los españoles?
–La nota colectiva, que hemos mencionado hace un momento, nos la da el CIS- entre un 7 y en 8 en una escala de felicidad que va del 0 al 10. La nota individual de felicidad se la pone cada uno, ya que la felicidad es una percepción personal, subjetiva. El interés de poner nota a nuestra felicidad es que sabemos que si no hacemos nada para mejorar esa nota, probablemente cambie poco a lo largo de nuestra vida. En cambio, podemos mejorar esa nota si nos ponemos manos a la obra, y cambiamos, con gestos concretos y estrategias prácticas, formas de percibir y de juzgar y de vivir y de convivir, en unas áreas concretas, como por ejemplo la forma de relacionarnos con los demás, la gestión de las emociones negativas más cotidianas y lograr disfrutar y saborear más el presente.
–Situaciones como la del actual conflicto en Cataluña ha sumido a la población en general en un estado de tristeza. ¿Qué herramientas recomendaría para afrontarla?
–Si, la tristeza es uno de los resultados más palpables de las tensiones vividas en Cataluña en los últimos años y meses... No me resulta nada sorprendente. ¿Qué es lo que más fuerza nos da a las personas? ¿Qué es lo que más nos ayuda a superar dificultades y obstáculos? Sin duda alguna, el afecto y el amor de los demás. Las personas que mejor envejecen son las que tienen relaciones personales positivas. Así que traslada esto, que sabemos a ciencia cierta acerca de los individuos, al colectivo. ¿Cómo no vamos a estar tristes, sentirnos vulnerables y rechazados, cuando una parte importante de nuestro colectivo rechaza al otro de forma tan contundente? Lo que yo sugiero es que cuestionemos el principio en el que está enraizado este conflicto, es decir, el tema identitario. Las personas no tenemos una sola identidad- ¡eso es una simplificación caricaturesca! ¡Los humanos somos mucho más ricos y complejos que eso! Dejemos ya la retórica de la identidad única, del pensamiento único. Yo no soy solo una identidad dictada por mi nacionalidad. Una persona tiene una nacionalidad, o nacionalidades –en mi caso, soy hija de un catalán y una francesa, he nacido en Inglaterra, me siento ciudadana de España y de Europa... ¡y del mundo entero!...– ¡pero además los humanos tenemos características y aficiones y pasiones que nos definen aún más que la nacionalidad!... Eres madre, padre, hija, hijo, hermana, sobrino... está la raza, el género o la sexualidad, que no siempre son fácilmente definibles... Y tenemos aficiones que nos condicionan y nos definen al menos tanto como nuestras nacionalidades- navegantes, fans del tango o de la sardana, de los viajes, activistas defensores del medio ambiente, etc... ¿Cómo voy a limitarme a una sola identidad? Eso no es real, es algo que me reduce... Solo le interesa reducirme a una sola indentidad a quien quiere manipularme más fácilmente. ¡Que no te hagan creer que eres menos rico de lo que eres!... Porque cuando te reduces a una sola identidad, es más fácil que te sientas diferentes a los demás, que te inventes enemigos, que empiece con el «ellos y nosotros»,«los buenos y los malos», las fronteras, las separaciones, que asignes opiniones a las personas en función de su supuesta identidad... Si en cambio celebro y reconozco todas mis múltiples identidades, entonces mis identidades se solapan con las de los demás, y así tiendo puentes con las personas y agrando mi comunidad. Así es como logramos convivir y celebrar nuestra interdependencia y nuestra diversidad.
–En el libro detalla los pequeños rituales que hay en diversos rincones del mundo y que proporcionan paz y felicidad a sus ciudadanos. ¿Hay alguna tradición de fuera que nos vendría bien «importar»?
–En España tendemos a centrar nuestros cuidados y amor en los seres más cercanos- la familia y los amigos íntimos. Creo que nos sentaría muy bien ensanchar nuestros círculos de empatía- es decir, incorporar a nuestros cuidados a personas y especies que nos resultan menos familiares, por ejemplo a través del voluntariado y de rituales sencillos, como los baños de bosque que practican en Japón y en los países nórdicos.
–Relata al lector cómo puede aplicar en su día a día los secretos de los filósofos antiguos parea vivir mejor. ¿Cuáles de estas herramientas recomendaría para empezar?
–Yo recomendaría seguir las pautas de uno de nuestros grandes expertos contemporáneos en felicidad, Daniel Gilbert, con el que cierro «Felices». Él nos dice que si queremos predecir el nivel de felicidad de una persona, que nos fijemos en cómo gestiona las cosas pequeñas. ¿Por qué? Porque somos naturalmente buenos gestionando los grandes traumas, los tememos pero nuestro cerebro tiene una capacidad de adaptación sorprendente en este sentido. Sin embargo nos atascamos en lo pequeño, en las pequeñas decepciones y contratiempos diarios, en la irritación de un atasco o de una pequeña discusión. Lo intuía con mucha gracia la escritora Maya Angelou cuando decía «he aprendido que puedes descubrir mucho acerca de una persona si observas cómo lidia con estas tres cosas: un día de lluvia, la pérdida de una maleta y una luces de navidad enmarañadas».
–La tristeza: ¿hay que reprimirla, o considera que en ocasiones es bueno que aflore?
–La represión es una pésima herramienta de gestión emocional. En la vida real, caben y se manifiestan todo tipo de emociones: evolutivamente todas tienen su mensaje y su razón de ser. Y es que no hay emociones buenas ni malas, sino útiles o perjudiciales. La ira, bien expresada, puede ser el germen de la justicia social... Y si sufro una pérdida, ¿cómo no voy a estar triste, a pasar por un duelo? Se trata de aprender a comprenderlas esas emociones, a saber que puedo gestionarlas, para ser, como recomendaba Shakespeare, dueño, y no esclavo, de ellas.
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