Opinión

Por fin el rayo

Como todas las primeras veces, me pareció una alucinación

Asistencia sexual, por Marina CASTAÑO
Marina Castañolarazon

Ayer por fin se produjo el fenómeno. Como todas las primeras veces, me pareció una alucinación, pero era cierto, estaba ahí, por fin, el rayo verde que tantas veces había buscado y que nunca había logrado encontrar, o que mis ojos no habían alcanzado ver. Ayer fue diferente y cuando ya no me quedaba esperanza y lo consideraba una leyenda urbana, una broma que me gastaban los amigos, una filfa despiadada de quienes me consideran ingenua, atolondrada, cegata y sorderas, adjetivos que probablemente se ajustan a mi persona; cuando tenía ya, decía, superadas las cariñosas consideraciones de esas personas fieles, leales y generosas que me abren sus puertas incondicionalmente para practicar nuestro favorito deporte, el de conversar y polemizar mientras en las copas muestran su colorido y su fragancia vinos de aquí y de allá y alegran nuestro paladar y nuestro ánimo, cuando ya solamente me quedaba creer en los Reyes Magos, en Papá Noel y, por encima de todo, en Dios; cuando consideraba asumidas las chuflas, los pitorreos, las coñitas o las bufonadas, va y resulta que eran ciertas aquellas fijaciones en el ocaso a que me sometían, aquellos instantes de tensión que se producían en los últimos segundos de asomo del astro de fuego. ¡Ahora, ahora, ahora! ¡No, que lástima, no ha habido rayo verde! Sin embargo ayer fue diferente, con una copa de champán en la mano y los amigos, algunos cercanos y otros simplemente conocidos, se produjo la magia, el momento de pasión, el regalo de la vista, de los ojos que buscaban y nunca encontraban. Ayer me sentí bendecida por el milagro de la belleza. Muchas veces no nos damos cuenta de que el esplendor de la hermosura va íntimamente ligado a la alegría de vivir. Sólo hace falta querer tenerlo delante o echarle imaginación y soñarla. Hoy siento más que nunca que la sangre circula por todas las venas, que la fortuna la podemos disfrutar todos, pero hay que buscarla, y que la felicidad está ahí aunque no sepamos atraparla. Dedico estas líneas a mi amiga C.M. que cada mañana me envía su reflexión y que quizá haga uso de alguna frase de este escrito, con lo cual, lo doy por bien amortizado.