Acoso
La Fiscalía alerta del aumento de los delitos de menores usando la IA
La manipulación de fotos de compañeros o profesores para hacer bullying se ha convertido en una práctica cada vez más frecuente
Pornografía, delito contra la intimidad, contra la integridad moral... Los delitos que puede llevar aparejada la manipulación de fotografías mediante la inteligencia artificial (IA) para posteriormente difundirlas entre compañeros o tratar de extorsionar a las víctimas depende, precisamente, de para qué se use esa foto manipulada. La Fiscalía de Menores alerta de que este tipo de delitos se han disparado en los últimos meses porque antes, directamente, no existía la IA. Ahora, muchos jóvenes –la mayoría de ellos suelen ser menores de edad–, se valen de sus conocimientos informáticos o simplemente de aplicaciones de IA –que no requiere ningún tipo de conocimiento en la materia– para, o bien trucar imágenes de compañeros que ya existían o, directamente, crear vídeos en situaciones comprometidas que nunca se han producido en la realidad.
El daño a las víctimas es, en la mayoría de las ocasiones, irreparable. Con muchas, de hecho, la cosa termina en intentos autolíticos y los menores que han inducido a ello a veces ni siquiera tienen conciencia de que están cometiendo ningún ilícito y creen que es sólo una simple gamberrada.
Fuentes policiales aseguran que estos casos rara vez llegan a las comisarías, que desde los centros escolares donde suelen tener conocimiento de este tipo de bullying no siempre se cumplen los protocolos de denuncia ante las Fuerzas de Seguridad del Estado y que, cuando llegan, los agentes tienen que derivar el asunto a Fiscalía de Menores. La secuencia suele ser idéntica: padres que no sabían nada, reproche penal inexistente o mínimo y probabilidad de reincidencia elevada.
Es decir, el porcentaje de volver al mismo comportamiento es alto porque no tienen la percepción de estar haciendo algo tan malo.
Los expertos coinciden en señalar que no se trata de un problema policial, sino educativo o social. Y es aquí donde debemos preguntarnos qué estamos haciendo con nuestros menores.
Para la psicóloga infantil Isabel Menéndez, lo que está ocurriendo con la juventud actual no lo había visto a lo largo de toda su carrera profesional. Tanto es así que asegura que, lejos de jubilarse –como ya le tocaría por su edad–, tiene más trabajo que nunca en su gabinete psicológico de Gijón.
«Estamos dejando una sociedad desorganizada y sin valores», resume. «En 47 años que lleva abierta la clínica nunca hemos visto cosas como las que vemos ahora. Con respecto al uso de la IA no solo se utiliza para reproducir imágenes pornográficas ficticias sino que se utiliza mucho para acoso de todo tipo a sus compañeros». Menéndez señala el peligro de que los menores conozcan ahora el sexo a través del móvil, que sea desde los 8 años y que los padres «no se ocupan» de los niños: «Creen que con activar eso del control parental está todo solucionado y nada más lejos de la realidad. Ellos se ríen de eso y saben perfectamente cómo saltárselo», zanja, al tiempo que advierte sobre el peligro del propio terminal. «El móvil les puede llevar al infierno y todos acaban volviéndose adictos. Aquí lo vemos constantemente: problemas en el aprendizaje y en la escuela porque están prácticamente las 24 horas pegados a la pantalla y eso tiene sus consecuencias».
Llama la atención que quienes acuden a su consulta con respecto al tema de las imágenes manipuladas con IA siempre son las víctimas. «Nunca vienen los padres de los acosadores a ver qué se está haciendo mal. Siempre son menores, chicas en su mayoría, a quienes aislan o se mofan a través de redes sociales y sufren depresiones o estrés postraumático porque cuando sufren una vejación las consecuencias se alargan en el tiempo. Muchas veces incluso se cronifican por miedo a burlas, a que les echen del grupo, a que las humillen... sufren mucho», resume. Los padres suelen relatar lo mismo: llega el domingo por la noche, antes de empezar la semana escolar y empiezan los nervios, no cenan, no duermen bien y acaban por negarse a lo que les produce trauma, que es ir al colegio o al instituto. «Pueden pasar años viviendo con pequeños flashes de lo que les ha ocurrido: compañeros riéndose, chicles en el pelo, vídeo sexual con su ex ... Por mucho que queramos centrarlo en un menor, son los padres los que no ponen límites, los que no están pendientes, y, sobre todo, los que dan un móvil a sus hijos cuando todos los estudios dicen que es malo». Esa falta de empatía con el menor ocurre incluso en los progenitores de las víctimas. «A veces llegan a la clínica y me preguntan: ¿Pero va a aprobar el curso? Y tengo que decirles: Mire señora, su hija está enferma, en el ámbito laboral estaría de baja. Que apruebe en realidad es lo de menos».