Cambios climáticos
El viaje «reality» de Greta Thunberg
La activista llegó ayer a Nueva York para participar en la cumbre del clima. Sus admiradores piden para ella el Nobel de la Paz, pero otros empiezan a hartarse de su sentimentalismo.
La activista llegó ayer a Nueva York para participar en la cumbre del clima. Sus admiradores piden para ella el Nobel de la Paz, pero otros empiezan a hartarse de su sentimentalismo.
Greta Thunberg llegó a Nueva York. Como los marineros en los viejos muelles de Brooklyn que retrató Elia Kazan, como los pasajeros de los grandes transatlánticos que todavía arriban, pero en una embarcación sofisticada y ecológica.
Sin rastro o huella de carbono, descontado, claro está, el invertido para la construcción del velero. Thunberg, que tiene 16 años, póster ya de la lucha contra el cambio climático, ha invertido dos semanas en atravesar el Océano Atlántico.
15 días de navegación que transmitió en directo por las redes sociales, de la que es señora omnímoda, vídeos espectaculares de olas con las crestas nevadas y vientos terribles. Después de Nueva York seguirá su viaje por México, Canadá y Chile.
Causa infantil
Su peregrinaje, y cuánto le pega lo del peregrinaje por lo que tiene de santa patrona de una suerte de religión laica, de culto al medio ambiente pero también a sí misma, marca el clímax por la preocupación social ante el calentamiento y el auge de una histeria pop que amenaza con explotar en las manos de los científicos. Ni qué decir tiene que desde el verano de 2018 Greta lidera la causa infantil del asunto, cuando dejó de ir a la escuela los viernes para protestar frente al Congreso de su país, Suecia. La llamada huelga prendió rápido. Hoy se cuentan por miles los niños de todo el mundo que imitan su ejemplo y tratan de concienciar al mundo cada viernes. Ella, de momento, parece que se tomará un año sabático. Al menos, eso informa su familia, a la que suponemos convencida de que la pequeña tiene argumentos suficientes como para abandonar durante un año los estudios. Nadie quiere que interrumpa su formación, pero todavía menos que detenga el atlético ritmo de sus aventuras, condensadas en sagas periodísticas y distribuidas a todo el orbe por una Prensa ávida de símbolos, marcas, lemas.
Thunberg, al fin, ha llegado a Coney Island, a los pies de las grandes norias y los coches de choque. No bien echó el ancla y ya anunció que toda vez que hubiera sorteado los papeleos burocráticos y aduaneros estaba lista para desplazarse a Manhattan. Le esperan días vertiginosos de entrevistas, comparecencias ante el entusiasmado gentío. Su primera cita es, por supuesto, la Cumbre de Acción Climática de Naciones Unidas, a la que ha sido invitada en calidad de... ¿de qué exactamente? Pues de icono, que viene del ruso, y antes de bizancio, y que significa «representación religiosa de pincel o relieve, usada en las Iglesias cristianas orientales» y también «signo que mantiene una relación de semejanza con el objeto representado». Greta tenía previsto haber llegado un día antes a Nueva York y retrasó su advenimiento por culpa de una borrasca sobre las costas de Nueva Escocia. A bordo del «Malizia 2», Thunberg, que cuenta con 1,2 millones de seguidores en Twitter, relató así su travesía a través de la red social: «Nos estamos acercando a la parte continental de América del Norte. Condiciones difíciles, pero navegación a favor del viento». «Los fuertes vientos nos empujan hacia el oeste. Esperamos llegar a North Cove Marina en Manhattan, Nueva York, en algún momento del martes por la tarde o por la noche». «El ''Malizia 2'' está equipado con paneles solares e hidrogeneradores, lo que lo convierte en uno de los pocos barcos del mundo que permite viajes como este sin emisiones. ''Malizia 2'' también tiene un laboratorio a bordo para medir el CO2 de la superficie del Océano y la temperatura del agua en cooperación con el instituto Max Planck».
Thunberg, la niña que aprendió del cambio climático cuando apenas tenía edad para leer libros sin dibujitos, sufrió algo así como una revelación apocalíptica, a la modesta edad de 11 años, tras descubrir que los ecosistemas a nivel mundial corren serio peligro de naufragar en los arrecifes del calentamiento global. Deprimida, dejó de comer y de hablar. En un texto de la NPR, la cadena de radio pública de EEUU, reproduce unas palabras suyas pronunciadas en una charla en 2018, donde da cuenta del susto y sus neurosis. «Más tarde me diagnosticaron el síndrome de Asperger», cuenta; así «mutismo selectivo». «Eso básicamente significa que solo hablo cuando creo que es necesario. Ahora es uno de esos momentos». En esa misma conferencia, recuerda la NPR, se preguntó por qué, «si la quema de combustibles fósiles es tan grave que amenazaba nuestra propia existencia, ¿cómo podríamos continuar como antes? ¿Por qué no hubo restricciones? ¿Por qué no se hizo ilegal?». Otros la acusan de manejar sinergias con los lobbies de la industria verde. Como escribió Dominic Green, del «Times», «el fenómeno Greta también ha involucrado a lobistas verdes, relaciones públicas, eco-académicos y a un grupo de expertos fundado por una rica ex ministra socialdemócrata de Suecia con vínculos con las compañías de energía del país».
Sus admiradores piden para la niña maravilla el Nobel de la Paz. Ella se entrevista con líderes políticos y religiosos, científicos, artistas, banqueros, deportistas de élite... pero algunos creen, creemos, que el culto desaforado a la niña repelente juega más bien en contra. Asqueados por el tonito sabiondo muchos prefieren no adherirse demasiado a una pelea que en sus manos ha pasado de los «papers» al puro exhibicionismo y las monsergas. Pero eso no parece decepcionar a quienes como Morgan Krakow en el «Washington Post le dedican panegíricos. «En medio de un sol naciente y nubes de color amarillo pálido», escribía ayer Krakow con la prosa a tope de lirismo, su barco «flotaba cerca de Nueva York». En una imagen que publicó en Twitter el miércoles por la mañana, en la vela se leen las palabras, «Unite Behind the Science'», la llamada de Thunberg a la acción.
El problema, como escribió Paulina Neuding, editora de «Quillette», no estriba tanto en lo que Greta defiende sino en la hipótesis de que nos estemos dejando llevar por la sentimentalidad. En un asunto que exige de un debate en el que prime y brille la racionalidad. «No deseo sugerir que Greta es demasiado joven para comprender las consecuencias de sus acciones», explicaba la ensayista, «ni que los desafíos que enfrenta imposibiliten que tome una posición sobre cuestiones políticas, o incluso para liderar un movimiento global. Tampoco estoy cuestionando el papel de Greta como oradora pública, ni el poder de cientos de miles de escolares que protestan, ni que el cambio climático es una amenaza existencial para la humanidad. Pero los adultos tienen la obligación moral de seguir siendo adultos en relación con los niños y no dejarse llevar por las emociones». Finalmente se pregunta si no habrá llegado la hora de cuestionar «si la estamos usando, fallando e incluso sacrificándola, por un bien superior». El problema es la tendencia a infantilizar todo, incluidos los asuntos más graves, así como el uso instrumental de la infancia.
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