Madrid
La vida de lujo y mentiras del «gran Nicolás»
Raúl Bañez, condenado por estafador haciéndose pasar por multimillonario, alquiló un chalé de 600 metros en el que hizo obras por valor de 300.000 euros. No pagó por ninguna de las dos cosas
Raúl Bañez, condenado por estafador haciéndose pasar por multimillonario, alquiló un chalé de 600 metros en el que hizo obras por valor de 300.000 euros. No pagó por ninguna de las dos cosas
Raúl Báñez, conocido como «gran Nicolás», ha vivido durante 50 años del cuento. Este timador, que ya cumple condena por estafa y apropiación indebida, ha dejado en su camino un reguero de víctimas. Algunas, arruinadas, han tenido que despedir a sus trabajadores y cerrar sus negocios; otras, después de que dilapidase los ahorros que le confiaron, han necesitado ayuda psicológica. Para lograr embaucar a los candidatos a regalarle el dinero, se envolvía en una capa de empresario multimillonario. «A mí me dijo que su empresa gestionaba los cables de la luz de los túneles del metro de Nueva York y que los cines de la Gran Vía eran suyos», cuenta un joven que prefiere esconder su identidad. «También decía que era propietario de varios teatros de Brodway, del edificio Gorbea en Madrid, que le había comprado una mansión en Mallorca a la duquesa de Windsor, que tenía tratos con David Bisbal, una casa en la quinta avenida».
Sus víctimas le conocieron sentado en la parte de atrás de alguno de los múltiples coches de alta gama que siempre conducía Christian, su chófer particular. Vivía en chalés de lujo. Uno de ellos en Pozuelo, Madrid. Se trata de una finca de casi 11.000 metros cuadrados con una casa de más de 600 metros construidos. Allí engañó a varias de sus víctimas, a las que al ver el lugar se les caía la mandíbula al suelo y les servía de acicate para creer que estaban ante un millonario auténtico.
La verdadera dueña del chalé y la finca es una mujer que pertenece a una conocida familia de la aristocracia española. A ella también la timó. LA RAZÓN ha accedido a su relato de los hechos: «Yo estaba intentado alquilar el chalé y el Señor Báñez contactó conmigo. Me dijo que quería ver la casa y acepté. Vino en un coche estupendo con chófer, el tal Christian. No puso ningún problema a nada, ni siquiera al precio y dijo que se la quedaba. Le pedí aval bancario, pero se negó en redondo. Me explicó que le venía mal. A cambio, me ofreció depositar ante notario 120.000 euros para que siempre estuviese cubierto el alquiler. Le dije que sí y unos días después me trajo el documento. Por eso firmé. Alardeó de estar acostumbrado a vivir muy bien y me pidió permiso para arreglar la cocina. Le dije: «Arréglala y no me pagues los cuatro primeros meses de alquiler». De repente un día me encontré que estaba haciendo obras en toda la casa. No las paralicé porque me dio miedo que no las terminase». Según ha podido saber LA RAZÓN, las obras costaron unos 300.000 euros que Raúl Báñez jamás abonó. La empresa fue a la ruina y tuvo que cerrar.
«A partir del quinto mes, cuando ya tenía que pagar», recuerda la marquesa, «casi me era imposible localizarlo. Cambiaba de teléfono constantemente. Cuando le encontraba le pedía el dinero y se justificaba contando que tenía problemas con sus hermanos, pero que lo iba a arreglar. Otra vez me explicó que tenía el dinero en una caja fuerte pero su hermano le impedía el acceso. Le dije: ‘‘Tus problemas son tuyos. Necesito mi dinero’’ y él me respondió: ‘‘Es que mi hija está enferma, la están tratando de un cáncer de rodilla en Estados Unidos’’. A mí me dio pena y le dejé un poco de margen. Luego supe que no tenía hija». A los diez meses de impagos Raúl se presentó en la casa de la aristócrata y le entregó dos cheques. «Uno por el alquiler de lo que no había pagado y en otro con la misma cantidad como garantía para el futuro. Ingresé uno en mi cuenta, pero me lo devolvieron porque no había fondos. El banco me cobro 700 euros por la gestión». Fue en ese momento en que la dueña de la finca decidió iniciar un proceso de desahucio. «Fui a ver la casa mientras que ya estaba todo en marcha y vi que habían desaparecido las cabezas de animales que mi difunto marido había cazado en África. “¿Dónde están?”, le pregunté cuando noté que faltaban. Me dijo que las había envuelto en papel burbuja y que las había llevado a un almacén porque no le gustaban los cuernos. ‘‘Tranquila, que te los devuelvo todos, cuando me vaya’’, me garantizó. Jamás las volví a ver», afirma rotunda. «Aquel día también me encontré fuera del garaje un Mercedes 600 antiguo de mi padre y de mucho valor. Cuando le alquilé el chalé le pedí permiso para dejarlo guardado en uno de los tres garajes y aceptó encantado. Yo lo tenía tapado con una lona y apoyado en unas calzas de madera y me lo encontré en la calle. Le pregunté la razón y se quedó cortado, pero rápidamente me dijo: «Es que he tenido que sacarlo para pintar». Luego supe que le había hecho fotografías y sospecho que era porque lo quería vender», apunta la mujer. Probablemente no lo hizo porque el vehículo estaba cerrado y no tenía las llaves.
«Cuando por fin conseguí desalojarle, el portero me avisó de que había llenado dos camiones con cosas y que se las llevaba. Traté de impedirlo porque sospechaba que me estaba robando, pero no lo logré. Poco después fui con la comisión judicial a revisar cómo había dejado mi casa y comprobamos que había arrancado las bañeras de los baños, la cocina que había puesto él a cambio de no pagarme las primeras mensualidades y que, por tanto, me pertenecía la había quitado. Vamos, un desaguisado que tuve que arreglar con más dinero».
La aristócrata es una de sus víctimas, pero hay muchas más. «Éste por timar hasta engañó a los del taller. Consiguió que le pusieran las cuatro ruedas nuevas al Jaguar y no pagó un euro», comenta una de sus víctimas.
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