Tecnologías de la Información
Las redes nos hacen perdernos las cosas buenas de la vida (y a nuestros hijos más)
Es posible medir la distracción digital Las nuevas tecnologías han disminuido la calidad de las interacciones personales, un factor que según los científicos es clave para la felicidad.
Es posible medir la distracción digital Las nuevas tecnologías han disminuido la calidad de las interacciones personales, un factor que según los científicos es clave para la felicidad.
Se trata apenas de unos segundos. Parecen nada, un intervalo de tiempo casi insuficiente para parpadear. Pero lo hacemos una y otra vez, hasta cientos de veces al día. Nuestros hijos, jóvenes y adolescentes, aún lo hacen más a menudo. Me refiero a mirar la pantalla del ordenador, del móvil, de la tableta para consultar la última actividad de una red social. Ese post en Facebook fugaz, aquella foto subida en un tris a Instagram, ese otro like dado de soslayo, como quien no quiere la cosa. Parece que no perdemos el tiempo haciendo tales cosas pero, en realidad, se nos va la vida en ellas. Al menos, una parte.
Tanto es así que algunos científicos han querido calcular de forma exacta qué es lo que nos estamos perdiendo del mundo por mirar a la pantalla en lugar de poner la vista alrededor. Cuánto nos cuesta, en términos de atención, lo que se ha dado en llamar la nueva era de la distracción digital. En algunos casos, podemos decir que se trata de un ensimismamiento.
La Sociedad Americana de Psicología ha puesto este asunto en el centro de sus investigaciones y ha publicado un informe en el que se alerta sobre el coste intelectual de estos ratos continuados de ciberdistracción. Por ejemplo, esas miradas fugaces al móvil para consultar WhatsApp mientras comemos con unos amigos, eso que a todos nos ha pasado en algún momento.
Según Ryan Dwyer, psicólogo de la Universidad de British Columbia y autor principal de este estudio, la tesis de partida es evidente: la gente que se permite a sí misma consultar el móvil durante un encuentro personal presenta muchas más dificultades para interactuar en profundidad y disfrutar plenamente del encuentro. Lo malo es que la ciencia sabe positivamente, después de décadas de investigación psicológica, que la interacción plena y profunda con otros es una de las claves básicas de la felicidad. Entonces, ¿quiere esto decir que las nuevas tecnologías, con su pertinaz invitación a la distracción, nos están poniendo piedrecitas invisibles en el largo y tortuoso trecho hacia nuestra felicidad personal?
Para dar respuesta a estas preguntas, el equipo de Dwyer realizó dos tipos de estudios: una encuesta y un trabajo de campo. El segundo consistió en analizar el comportamiento de 300 personas adultas en restaurantes de Vancouver. A los participantes se les dividió en dos grupos: uno de ellos pudo mantener el teléfono móvil en la mesa mientras los comensales cenaban. A los miembros del otro se les pidió que lo dejaran fuera del restaurante y se centrasen en conversar con las personas con las que compartían mesa y mantel.
Después de la velada, se entregó a cada sujeto un cuestionario en el que debían detallar sus sentimientos y también establecer una valoración de la cena de acuerdo a diferentes aspectos: la interacción social, el disfrute general, el aburrimiento, la concentración... El resultado mostró que las personas que habían usado más el teléfono o lo tenían más accesible reportaron en mayor medida fases de aburrimiento o indicaron que les había gustado menos la comida.
La segunda fase del experimento consistió en una encuesta realizada a más de 120 personas entre los miembros de la Universidad de Virginia. Durante una semana, a los voluntarios se les preguntó durante cinco veces al día cómo se sentían y qué habían estado haciendo durante los anteriores 15 minutos.
Los que habían usado más el móvil en ese cuarto de hora previo solían expresar mayor desagrado sobre su estado anímico y sobre la calidad de las relaciones que habían establecido con otras personas. El resultado de esta encuesta es especialmente interesante porque muchos de los participantes eran jóvenes universitarios. Es decir, pertenecen a la generación digitalmente nativa que, en teoría, debería asumir con mayor naturalidad las virtudes de las interacciones que se llevan a cabo gracias a las nuevas tecnologías.
Solidaridad y tecnología
Otros estudios recientes han tratado de relacionar el uso de redes sociales con comportamientos socialmente solidarios. Según ciertas investigaciones, las personas más propensas a la realización de actos solidarios o a la participación en grupos de voluntarios caritativos suelen usar de media menos tiempo las redes sociales digitales. Es como si, de alguna manera, la red social real suplantara a la virtual.
Asimismo, los últimos estudios han establecido que en ciertos trabajos epidemiológicos que la gente con menor grado de inteligencia emocional o los que tienen más problemas para identificar y definir sus emociones son más propensos al uso excesivo de la redes sociales. Según explica Sara Konrarth, que es psicóloga de la Universidad de Indiana, «los individuos que se sienten menos cómodos con la interacción cara a cara, se encuentran más a gusto con la relación digital».
Por si esto fuera poco, los datos de la Sociedad Americana de Psicología son demoledores: los individuos más empáticos y populares en sus vidas reales usan menos Twitter y los que tienen una teoría de la mente más elaborada (por ejemplo, son más capaces de ponerse en la piel del otro en cualquier situación) tienen menos carga de trabajo en Facebook e Instagram.
Lo malo es que la ciencia no ha sido capaz de determinar si una cosa es causa o si por el contrario es un resultante de la otra. ¿Son las personas más dotadas socialmente en la vida real reacias a usar las nuevas tecnologías? O, al contrario, ¿están las personas que abusan de las tecnologías menos dotadas de habilidades desde el punto de vista social?
Lo que parece evidente es que es necesario realizar más estudios para dar respuesta a esta pregunta que es clave. En una siguiente fase los investigadores analizarán si las capacidades cognitivas y relacionales de los usuarios de redes sociales (la capacidad de verbalización, de superar conflictos o de usar el lenguaje no verbal) son distintas a las de los no usuarios. Pero la pista ya está dada: la distracción digital es una realidad que ya puede medirse.
Sabía que...
Nomofobia: es el miedo irracional a salir de casa sin el teléfono móvil
Phubbing: menospreciar a quien nos acompaña al prestar más atención al móvil que a esa persona
Vibranxiety: sensación de haber sentido vibrar o escuchar el teléfono sin que sea así
FoMO: es el miedo a perderse algo. La expresión describe una nueva forma de ansiedad, surgida por la necesidad compulsiva de estar todo el tiempo conectados
Selfiefobia: es el miedo a hacerse una autofoto. Y selfitis es justo lo contrario: tener adicción a autofotografiarse las 24 horas
Editiovultafobia: es el miedo a conocer la vida de los demás a través de Facebook y compararla con la propia
Retterofobia: es el miedo a escribir mal un SMS o WhasApp y hace que el contenido se revise de manera escrupulosa antes de enviarlo
Telefonofobia: es el miedo a atender una llamada. El timbre intimida y provoca un trastorno de ansiedad social relacionado con el temor a ser criticado o parecer tonto
Cibercondría: sucede cuando el móvil se convierte en un médico online. El que lo sufre consulta todos los síntomas y enfermedades sin contar con el conocimiento de los profesionales de la medicina
Tecnoestrés: es un trastorno por el que un individuo siente la necesidad de estar conectado en todo momento, lo que le provoca ansiedad, estrés, nerviosismo y frustración
Limitadores de tiempo, la solución contra la adicción al móvil
Algunas redes sociales como Instagram y Facebook están incluyendo limitadores de tiempo de uso para tratar de evitar la tendencia a la adicción. Se trata de herramientas –«Tiempo en Facebook» en la primera y «Tu Actividad» en la segunda– que permitan a aquellos que las utilizan saber cuánto tiempo llevan conectados, disponer de una serie de avisos cuando se excede un tiempo determinado y gestionar mejor las conexiones. De este modo, ambas compañías pretenden hacer frente al creciente número de denuncias públicas sobre los peligros de la adicción si no se pone freno a la permanente consulta de estas redes sociales. El objetivo es que el tiempo que emplean los usuarios en sus aplicaciones sea «intencionado, positivo e inspirador», aunque nada impide al usuario ignorar las advertencias de estas herramientas.
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