Ciencias humanas
Lo que el ADN decide por nosotros
El talento artístico, la orientación sexual, la monogamia, el sentimiento religioso, la ideología política... La comunidad científica va despejando la incógnita: muchos de nuestros comportamientos nos vienen «de serie» en nuestros genes.
El talento artístico, la orientación sexual, la monogamia, el sentimiento religioso, la ideología política... La comunidad científica va despejando la incógnita: muchos de nuestros comportamientos nos vienen «de serie» en nuestros genes.
«ADN dictador»: dícese de aquel «microchip» genético y secreto que se encuentra en cada uno de nosotros y que nos hace creer que hacemos lo que queremos, cuando, en realidad, no hacemos más que cumplir su plan. Esta es la premisa de la que parte Miguel Pita, doctor en Genética y Biología Celular y profesor de Evolución y Genética en la Universidad Autónoma de Madrid, en su obra «El ADN dictador» (Ed. Ariel), libro en el que, a la luz de las últimas investigaciones, desentraña qué puede y qué no puede venirnos «de serie» gracias a nuestra carga genética. Y es que, al fin y al cabo, nuestro día a día está gobernado por esos diminutos «genes dictadores». «No vemos nuestro ADN ni nuestras células. Vemos nuestra vida con nuestros propios ojos. Detrás de muchos comportamientos hay una genética. El ADN puede ser un dictador laxo en muchas cosas, pero es férreo en una: nos exige que seamos buenos supervivientes y buenos reproductores», explica Pita a LA RAZÓN. ¿Pero podemos desbaratar sus planes? El ambiente, la alimentación, la cultura, el deporte, el estrés, el tabaco, el alcohol, las drogas, la espiritualidad... las decisiones que tomemos a lo largo de nuestra vida serán «las que posibiliten que algunos genes se expresen y otros no».
¿Qué es entonces lo que nos puede venir «heredado» por nuestros genes? «La habilidad para pintar bien, el buen oído musical y algunas capacidades deportivas tienen una carga genética muy importante», afirma Pita. Ahí está el caso de Mozart, que compuso su primera sinfonía a los ocho años. Pero, ¿por qué nosotros podemos tener buen oído y, por contra, nuestros padres carecer de él? «La habilidad musical no es un rasgo simple, sino muy complejo», explica en el libro. «Seguramente es un rasgo genético heredado que quizá estuviera latente u oculto en los genes de nuestros padres», añade. Aunque es tentador pensar que ese talento, ausente en nuestros progenitores, pueda deberse a una mutación genética, «es algo improbable: ese cambio habría afectado a otros muchos genes».
La orientación sexual es otro de los campos de estudio en este sentido. Pita descarta «la existencia de un único gen específico asociado a la homosexualidad». No en vano, los comportamientos complejos requieren habitualmente la interacción de varios genes, «a veces cientos». Sin embargo, sí se han apreciado algunas variantes en el cromosoma 8 y en el cromosoma X que son distintas entre varones heterosexuales y homosexuales. Así, hablamos de «regiones candidatas a albergar genes que podrían, cuando menos, predisponer a mostrar uno u otro comportamiento sexual». En este sentido, la tendencia a la monogamia y a la poligamia, o más bien, a ser fiel o infiel, también podría ser innata: se ha comprobado que aquellos individuos con mayor número de receptores de las hormonas de la oxitocina y la vasopresina tienen más probabilidades de tener una sola pareja... y viceversa.
El sentimiento religioso ha sido también objeto de debate. «Lo que se postula es que, en el pasado, los individuos que tuvieron un pensamiento más espiritual, o una tendencia a desarrollar un respeto a un posible ser que los vigilase, tenían una comportamiento más adecuado a la hora de convivir dentro de un grupo», explica Pita. «Fruto de ese comportamiento más cooperativo, habrían tenido también más descedencia. Y hoy, nuestra forma de razonar causalista, dotada por la genética, vendría determinada por ese pensamiento espiritual», añade. Dicho de otra forma: somos herederos directos de aquellos hombres primitivos que, cuando oían truenos, pensaban que Dios se había enfadado. «La creencia en lo sobrenatural es algo biológico y genético, que puede verse en todas las culturas humanas», dice el científico. En las creencias religiosas podrían jugar un papel clave las «neuronas espejo». Son las encargadas de que sintamos empatía, las que hacen que nos pongamos en la piel del otro... o las que nos llevan a pensar que un árbol se siente incómodo cuando el viento mueve sus ramas.
¿Podemos votar a un partido político dependiendo de nuestros genes? Sería muy atrevido asegurarlo. Pero algo de eso hay. «Nada en la genética se va a encargar de que metamos una papeleta en una urna u otra», dice Pita. Sin embargo, «las proteínas y las hormonas se traducen en comportamientos complejos. Determinadas personas, con determinadas variantes genéticas, van a mostrar comportamientos más atrevidos o menos arriesgados. Es decir, tendrán pensamientos más liberales o conservadores», añade. Nuestros alelos –cada dos copias de cada uno de nuestros genes– fabrican un determinado receptor de dopamina, neurotransmisor asociado con el sistema de placer del cerebro. En algunos individuos, la cantidad de este neurotransmisor será mayor, y en otros, menor. ¿Resultado? Los primeros serán más impulsivos que los segundos y optarán por comportamientos más arriesgados. «Si alguien tiene esa variable de riesgo, podría votar con más facilidad a un partido liberal, pero también tirarse en paracaídas, hacer «puenting»... Estas variables sólo lo hacen más probable», afirma el científico.
Si al principio hablábamos de que el objetivo primordial del ADN es que seamos buenos reproductores y supervivientes, no podemos obviar la naturaleza genética del amor. «Se ve en algunas especies y puede ser un reflejo de la nuestra: el ADN tiene un plan de reproducción», dice Pita. ¿Y en qué consiste concretamente ese plan? «Tanto las hembras como los machos se han visto favorecidos en la evolución por el hecho de buscar otro ADN que dé lugar a un buen superviviente: los machos buscan potenciales parejas que sirvan de guía durante el desarrollo de la cría, mientras que las hembras buscan una buena compañía que les ayude a cuidar de la prole», responde. Como dice Pita, «nuestra especie es más sofisticada». Sin embargo, «algo queda de todo esto. Existen rasgos escritos en la genética que van a hacer que alguien nos guste o no. Cuando encontramos a alguien que nos gusta, el ADN y nuestra evolución también entran en juego».
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