Barajas
Los nuevos inquilinos de Pioz: Vivir en la casa de los horrores por 400 euros
Melina y José se han instalado en la vivienda en la que Patrick mató y descuartizó a cuatro familiares.
Melina y José se han instalado en la vivienda en la que Patrick mató y descuartizó a cuatro familiares.
«Hay que aprovechar las oportunidades que se te presentan en la vida». Así de sencillo resume Melina el principal motivo por el que ella y su pareja, José, decidieron alquilar un chalé que su propietario no consigue vender porque para muchos sería imposible vivir ahí dentro. Se trata de la parcela 594 de la calle Sauces de la urbanización La Arboleda, una apartada zona residencial situada a las afueras de la pequeña localidad de Pioz (Guadalajara). Entraron a vivir el pasado mes de marzo, apenas año y medio después de que Patrick Nogueira matara allí dentro a cuatro miembros de su familia y dejara las bolsas de basura con sus restos en el salón de la vivienda. Pero esto no ha influido en esta pareja, de 30 y 39 años, a la hora de tomar la decisión de mudarse a esta tranquila zona, a media hora de Guadalajara y a una de Madrid. ¿La principal razón? El irrisorio precio que pagan mensualmente por disfrutar de una parcela de 500 metros cuadrados y 147 construidos en dos alturas, con piscina, barbacoa y garaje: ronda los 400 euros mensuales, según confesó la pareja a este diario, muy por debajo de los cerca de 700 que pagan viviendas similares en la urbanización, que cuenta con seguridad privada aunque el acceso a la misma es libre, ya que las calles son propiedad municipal y no pueden, por tanto, restringir el acceso a personas ajenas al vecindario. «Sabía que la casa estaba vacía desde que pasó aquello y que el propietario no lograba venderla», explica Melina. Ella es madrileña, de Barajas, enfermera en una residencia de ancianos, y sus padres residen desde hace años en esta urbanización. Así, contactaron con el propietario. El hombre había puesto la vivienda en venta después de que el juzgado de Instrucción número 1 de Guadalajara se lo permitiera tras concluir las tareas de investigación en la misma. Unos trabajos que, en el interior de la vivienda, tuvieron dos fases: cuando se descubrieron los cadáveres y los agentes de Científica buscaron huellas y demás vestigios del crimen y cuando se realizó la reconstrucción de los hechos una vez que el autor regresó a España después de haber huido a Joao Pessoa (Brasil) tras los crímenes. La vivienda, como ocurre siempre en estos casos, se devaluó al salir en la Prensa por semejantes circunstancias. «A lo mejor es una tontería, pero es verdad que a nadie le hace gracia vivir en sitios así», comenta un vecino de La Arboleda. «A mí no me gustó y eso que no estoy ni en la misma calle». Dicen que el propietario pedía 180.000 euros, luego 127.000, pero «ni de broma» iba a colocarla, explica este vecino.
huellas de sangre
«La casa estaba nueva, él había reformado la cocina y el baño. Se dejó una pasta», asegura la nueva inquilina. Además, al entregársela les dio algunos muebles. «Es encantador. A ver, supongo que también prefiere perder un poco de dinero a que se le metan unos okupas aquí», sostiene José, que trabaja como vigilante del Metro. «Sí, porque ya hay muchas viviendas okupadas por la zona. Por eso los vecinos están encantados. Mejor que vivamos nosotros, ¿no?», añade su novia. Efectivamente, eso debió pensar el propietario del chalé, que el jueves declaró en la Audiencia Provincial de Guadalajara en el juicio que se está celebrando estos días contra Patrick Nogueira. El hombre también está personado en la causa porque reclama una indemnización de unos 40.000 euros por los daños. Se vio obligado a cambiar la cocina y dice que tuvo que tirar «todos los muebles al contenedor», aunque ahora parece que varias facturas presentadas no terminan de cuadrar. Explicó que sufre depresión desde que entró en la vivienda días después de lo sucedido. Lo que recuerda de aquel momento es, además de «700.000 moscas», «el suelo negro, la sangre y la huella de un niño en la escalera». También dijo que le sorprendió conocer la triste noticia porque había recibido un mensaje de Marcos días antes explicándole que se retrasaba en el pago del alquiler. La nueva familia brasileña solo había pagado los 650 euros del mes de julio, cuando entraron a vivir, y ya estaba a finales de agosto. Pero ese mensaje, en realidad, no lo había escrito Marcos sino su sobrino Patrick, quien, tras matar a su tío, se aseguró de llevarse su móvil, mantenerlo cargado varios días más y tranquilizar al casero que podría percatarse de algo antes de tiempo. Hasta en eso pensó Patrick. No parece, por tanto, que fuera ningún arrebato tras una discusión.
Aquel 17 de agosto de 2016 cogió un autobús desde Alcalá y anduvo unos 20 minutos bajo un sol abrasador desde la parada hasta el chalé donde se acababan de mudar sus tíos. Tras comer unas pizzas, cuyas porciones sobrantes guardaron en el horno (y allí seguían en la reconstrucción del crimen), fueron a la cocina y mientras su cuñada Janaina fregaba los platos y él los secaba, la degolló. Quedó boca arriba pegada a la puerta y los dos pequeños, probablemente petrificados, al lado, según explicó el propio autor en la reconstrucción. «Que risa, los niños no corrían, se agarraban», le contaba por WhatsApp Patrick al amigo al que fue narrando el crimen en directo y a quien iba mandando selfies con los cadáveres.
Los pequeños María Carolina y Davi, de tres y un años respectivamente, fueron los siguientes. A ellos no hizo falta descuartizarlos, cabían perfectamente en bolsas de basura. Tras trocear a su tía, los introdujo a todos en bolsas de basura, las cerró con cinta americana (había llevado todos estos útiles en su mochila) y las trasladó al salón. El escenario de la cocina era dantesco pero él se encargó de limpiarlo todo, incluso los azulejos de la pared salpicados de sangre. Después, se duchó y descansó un rato. Pasó horas esperando la llegada de su tío Marcos, a quien recibió en el porche del jardín. «Tengo hambre, creo que me voy a hacer un bocadillo de atún, que me lo he ganado», le decía a su amigo por WhatsApp mientras esperaba. Cuando al fin Marcos llegó a la casa, habló un rato con él y en el pasillo de entrada le clavó el cuchillo en el cuello. También le descuartizó. Pensaba esconder los cuerpos, pero eso le daría mucho trabajo, ya lo haría otro día. Para eso se llevó las llaves. Aquella noche la pasó allí y se puso ropa de su tío fallecido, ya que la suya estaba llena de sangre. Los días siguientes googleaba como un loco las palabras «cadáveres y Pioz» y «brasileños muertos», según declararon en el juicio los agentes de la Guardia Civil que más tarde analizaron su Iphone. Pero en un mes nadie se dio cuenta. Tampoco él volvió por allí.
Nada de todo esto parece haber condicionado, sin embargo, a los nuevos inquilinos, para alegría del propietario, que al fin ha dado salida a aquella casa maldita. «El chalé es precioso y nosotros no somos supersticiosos», dice Melina. Pero, ¿a quién no se le pasa por la cabeza lo que ocurrió en aquella cocina al bajar a hacer un café por la mañana? «Bueno, en la cocina y en el salón, que allí fue donde dejó las bolsas», añade José. La pareja está perfectamente al tanto de los detalles del crimen, pero no le dan mayor importancia: «Mira, yo siempre digo que a mi, en la vida, cuando me han hecho algo, me lo han hecho los vivos, no los muertos», dice Melina orientando el asunto a temas esotéricos. El novio, natural de Ribadeo, añade que, «como buen gallego, sé que las meigas haberlas hailas... pero no, hombre». «A ver, si Iker Jiménez quiere venir a ver si hay psicofonías, a él sí que le dejo pasar», añade Melanina ante la negativa a este diario de acceder al interior de la vivienda. «Es una desgracia lo que pasó aquí pero el dueño no tiene culpa ni nosotros». Tampoco sus familiares ni sus amigos se han mostrado reacios a ir a visitarles, más allá de los «típicos comentarios». «Mis padres están encantados de que tenga 30 años y una casa», dice la joven. El único «pero» que le sacan es que cada aniversario del crimen (17 de agosto) alguien –como ocurrió este año– deposite en la entrada velas y una cartulina con las fotos de los fallecidos. «Nos dio un poco de mal rollo, aunque ya no por el tema en sí, es que con el calor que hace aquí en verano y las velas se puede prender fuego rápido», sentencian.
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