Reforma de la Ley del Aborto
Los viernes, aborto
Un enfermero relata las presiones sufridas en un hospital por querer objetar y desvela las irregularidades cometidas en el supuesto del riesgo psíquico
Enrique Serrara no cuenta su experiencia para desahogarse. Es más, le cuesta recordar aquellos años. Pero su conciencia y sus valores pueden más que su timidez. Enrique es enfermero y ahora trabaja en el Hospital 12 de Octubre, en la unidad de urgencias pediátricas. «Es el departamento que más me gusta», dice. Pero hasta llegar aquí, como tantos otros sanitarios, tuvo que pasar por otras unidades. De 1997 hasta el año 2000 estuvo trabajando en otro centro en el sur de Madrid. A diferencia de otros hospitales, en éste los quirófanos no están divididos –por lo menos durante el periodo en el que Enrique trabajó allí– y los enfermeros de cirugía asisten a los médicos de todas las especialidades. «No tienes posibilidad de objetar porque si no, te envían a Urgencias, una unidad mucho más compleja y con el horario mucho peor», asegura. En cirugía trabajaba por la mañana, mientras que en la zona de emergencias los horarios son más variables.
Pero Enrique no estaba a gusto con su trabajo: tenia que ayudar en las IVE (Interrupciones Voluntarias del Embarazo). «No sabía ni tan siquiera lo que significaban esas siglas», explica. Durante los dos años que estuvo trabajando en la unidad no pudo negarse a ayudar a realizar los abortos que, cada viernes, pasaban por el hospital. «Así lo tenían organizado. Cada viernes, uno de los quirófanos estaba reservado para practicar abortos. Desde las ocho de la mañana hasta las tres de la tarde. Pasaban entre seis y siete mujeres», recuerda. «Y el cien por cien que acudieron se acogían al supuesto del riesgo psíquico», añade.
Durante el tiempo que estuvo asistiendo en los abortos, la ley vigente de entonces, la de 1985, era la primera norma que despenalizó la interrupción voluntaria del embarazo siempre que se cumpliera uno de los tres supuestos: violación, malformación y riesgo físico o psíquico de la madre. Pero como explica Enrique, «nunca nos llegó ningún caso de violación», y el único problema que llegó por malformación fue «el de una mujer con un embarazo avanzado pero que no fue bien y el bebé murió. No se había formado bien, no tenía riñones y tuvimos que provocarle un aborto». El resto de mujeres «venían presionadas por sus familias para que abortaran», afirma el enfermero. Como recuerda por las fichas que tenían que rellenar las jóvenes –«la mayoría no eran mayores de 35 años»–, no se concretaba cuál era el problema psíquico que sufrían y «todas venían firmadas por la misma especialista». En lo que se refiere al periodo de gestación medio con el que acudían las mujeres, ninguna superaba los tres meses «en el papel». «Pero en alguna ocasión, por el tamaño del niño, creo que podría tener cuatro meses», reflexiona.
En menos de 20 minutos
A Enrique, que ahora es padre de dos hijos –uno de ellos, el mayor, sufre una enfermedad rara que le produce numerosos episodios epilépticos–, no se olvida de aquellos dos años que le han marcado. «Las operaciones no duraban más de 20 minutos y siempre las hacíamos por aspiración», explica. Era una forma rápida y con la que casi nunca veían el feto. Era un procedimiento mecánico y sencillo. Sólo una vez al sanitario le dio un vuelco el corazón: «El tubo se quedó enganchado y creí ver unas costillas pequeñas. Lo pasé mal», rememora. Lo que más le duele es «la indiferencia con la que los médicos lo hacían. Siempre he creído que era su forma de lucrarse y nunca les creaba ningún problema de conciencia».
La relación con los facultativos era escueta, pero Enrique asegura que «compaginaban su trabajo en la Sanidad Pública con las clínicas privadas». No hablaban con las chicas antes de la operación, aunque «sabíamos que muchas no venían por voluntad propia». Tanto es así que el sanitario recuerda que «todas las mujeres se echaban a llorar cuando se despertaban. Es más, una de ellas se levantó muy agitada y la tuvimos que tranquilizar. Todas lo pasaron muy mal, aunque para alguna de ellas no era la primera vez que pasaban por este trance». Él nunca habló con las mujeres, pero sí explica cómo algunos de sus compañeros sí lo hacían. «En una ocasión», explica con una sonrisa, «una de ellas se reveló contra su familia y decidió no abortar, pero sólo fue un caso».
Al igual que en cualquier otra operación, los médicos hacen un seguimiento del paciente, Enrique afirma que con las mujeres que abortaban no era así: «Se les daba el alta esa misma mañana y no volvíamos a saber nada de ellas, a no ser que repitieran». Una de las situaciones que más dolía a Enrique es que algunas de las pacientes que venían por segunda o tercera vez ya habían sido madres antes y, «por la situación económica que vivían en ese momento, no podían tener otro hijo».
El enfermero echó mucho de menos el papel de los padres, ya que casi ninguna chica iba con su pareja. «Las acompañaban sus padres y, en una ocasión, los que más presión hacían eran sus suegros. Para ellos, abortar era como pasar por una operación más, no eran conscientes de su realidad».
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